Entre 2006 y 2017, científicos del Instituto Tecnológico de Massachussets llevaron adelante una investigación sobre la proliferación de noticias falsas en redes sociales[1].
En dicho estudio, publicado en la revista Science, se analizaron los datos de 126 mil relatos viralizados por 3 millones de personas más de 4,5 millones de veces durante ese período de once años, llegándose a la conclusión de que las mismas tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas que las no falsas.
Otro dato revelador que surge de ese y otros estudios posteriores, es que, contrario a lo que se cree, no son los programas informáticos autónomos o bots, los principales operadores de esta profusa proliferación, sino las personas.
Una de las premisas fundamentales para las mejores prácticas del periodismo es el análisis consuetudinario de los datos antes de exhibirlos como información. De hecho, abundan en este portal las refutaciones sobre noticias falsas que suelen circular sin restricciones.
Las notas de opinión son eso, opinión. Pero la información no puede dejar de ser verificada tantas veces como sea necesario hasta agotar su prueba de verosimilitud. Algo repetido y conocido hasta el cansancio, pero que nunca está de más recordar. Es una labor compleja, pero que no puede pasarse por alto.
En esa inteligencia resulta adecuado comenzar considerando la pertinencia de la expresión “fake news”.
Especialistas internacionales en la materia como el Grupo de Expertos creado por la Comisión Europea, no recomendaron su uso en el Informe “A Multi-dimensional Approach to Desinformation”[2], elaborado en marzo de 2018. Dicha recomendación deriva de un exhaustivo estudio terminológico sustentado en el impacto de la desinformación a escala global. Entre sus argumentos señalan la falta de consenso en su definición y por ser fácilmente empleado para atacar o descalificar a los adversarios, básicamente por su connotación política, económica o deportiva.
La expresión “fake news” no define correctamente el fenómeno en sí. Parecería limitarse a un formato de noticia, pero en realidad es algo mucho más amplio que comprende posteos, audios, imágenes, videos, deepfake, vídeos manipulados que emplean herramientas de inteligencia artificial para adaptar movimientos faciales, corporales y hasta la voz de una persona, simulando que dijo o hizo lo que nunca dijo ni hizo, entre otros.
Las mal llamadas “fake news” realmente amenazan la libertad de prensa, distorsionan la realidad e impactan profundamente, en mayor o menor medida, en el desarrollo normal de los acontecimientos de todas las comunidades del mundo en algún momento.
De lo dicho se desprende que lo más adecuado es clasificar estos fenómenos bajo la denominación de “desinformación”, que tienen un propósito de engaño o desvío de la atención, y se consolidan como producto de la manipulación, descontextualización o sesgo de los datos con fines concretos.
En el mismo año 2018, el último informe de la Consultora Gartner sobre Predicciones Tecnológicas[3], estimó que para el año 2022 el consumo de noticias falsas superará a las no falsas, las que constituirán un excelente caldo de cultivo, entre otras cuestiones relevantes, para la comisión de fraudes económico-financieros.
Existe asimismo la creencia de que la desinformación es privativa de los medios de comunicación, cuando en realidad el mayor peligro está en los sitios de dudosa reputación, blogs, foros, redes sociales, servicios de mensajería, de publicación de videos como Youtube, plataformas intermediarias que no crean contenido ni cumplen con los mínimos estándares periodísticos de ética e imparcialidad. Aunque el objetivo final de la narrativa falsa suele ser el de llegar a los medios para viralizarse con mayor fluidez e incrementar al máximo su credibilidad, inoculando una convicción que activará finalmente una tendencia a un determinado comportamiento social.
Cabe señalar, sin embargo, que un periodismo ideologizado, cuyo discurso tampoco cumple los mínimos estándares mencionados, viabiliza de igual modo la desinformación, retroalimentando idénticas reacciones en grupos obnubilados por el fanatismo.
La construcción de los sistemas sociopolíticos se sustenta en antecedentes discursivos orales o escritos que a su vez se sostienen por la confianza. Si esa confianza se rompe, se pone en serio peligro la convivencia, se cuestionan las instituciones y por elevación todo el sistema en su conjunto. Un claro ejemplo de esto son las versiones de fraude electoral luego de conocerse los resultados de los comicios, cuando los mismos no son favorables a los sectores opositores. A veces esas versiones tienen su fundamento, pero no siempre es así.
De lo dicho, entonces, cabe preguntarse ¿de qué herramientas, más allá de la lógica individual, se puede disponer para poder identificar las noticias falsas?. Si bien el ejercicio cotidiano de lidiar, durante bastante tiempo, con la infodemia, agudiza el sentido para la rápida detección de “ruidos” frente a cualquier noticia, es necesario contar con elementos de juicio más concretos que confirmen la intuición.
Así por ejemplo, entre los innumerables casos exitosos de desinformación es posible citar el incendio de mástiles de telefonía celular en el Reino Unido, Birmingham y Merseyside respectivamente, como resultado de la supuesta relación entre la tecnología 5G y el COVID-19, ocurrido a inicios de abril de este año.
Mientras Reino Unido reportaba unos 50 siniestros en torres de celulares y otros equipos, alrededor de 15 de ellos tenían lugar en Irlanda, y otros tantos en Bélgica y en Chipre, a lo que se añadía la agresión física directa a ingenieros y técnicos que se encontraban trabajando in situ.
Quienes comparten esta creencia, afirman que la tecnología 5G afecta la salud de las personas, deteriora el sistema inmune y favorece el ingreso del virus al organismo.
Lo primero a analizar parecería ser cómo se gestó todo esto, y qué fué lo que dió el empujón final para desencadenar los ataques.
Revisando cuidadosamente la información al respecto es posible advertir que hace algo más de cuatro años, la idea sobre el efecto pernicioso de la tecnología 5G ya era bastante abundante. Y esa profusión conlleva la exageración y desvirtualización de cada uno de los que, sin conocimiento real o deliberadamente, la manipularon. No obstante, no hay que omitir el hecho de que las ideas sobre los efectos adversos de la telefonía móvil ya vienen creciendo desde finales de los 80s y los 90s.
Por lo que surge del análisis de redes, el primer mensaje en Twitter que expone directamente el tema parece haber sido el del 19 de enero último, disparado desde la cuenta @DontDenyThe, autodefinida como apolítica, que cita una publicación del Russia Today, sobre la relación entre COVID-19 y tecnología 5G. Publicación que si bien existió, no decía lo que se sostuvo que decía. O al menos, no tan así.
Tres días después, bajo el título “5G is levensgevaalijk en niemand die he weet”[4], un periódico belga publicaba una entrevista a un médico que sugería la existencia de la relación mencionada, y aunque el medio en cuestión posteriormente la eliminó, ya se había viralizado lo suficiente, habiendo sido leída online por más de 115 mil personas, las que a su vez pudieron reviralizarla.
Un mes después, el sitio News Break publicó un artículo titulado “The coronavirus 5G connection and coverup”[5], que fue levantado por otros sitios, entre ellos, la página de Facebook Waking Times[6], con más de 500 mil seguidores, quienes a su vez lo siguieron viralizando.
El 12 de marzo, Thomas Cowan, estudioso de las teorías antroposóficas desarrolladas por el filósofo y esotérico austríaco Rudolf Steiner, en la Cumbre de Salud y Derechos Humanos en Tucson, Arizona dijo “(…) cada pandemia de estos 150 años se corresponde a un salto cuántico a la electrificación de la tierra, que desestructura la salud, es algo que descompensa el agua, porque somos seres que poseemos metales y calidad de agua en nuestras células (...)”. Para Steiner, "los virus son (categóricamente), la excreción de una célula intoxicada", mientras la ciencia aún debate si los virus son entidades biológicas vivas, ya que solo pueden replicarse invadiendo una célula, introduciendo en ella su material genético y usando su sistema para reproducirse.
Según un estudio del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, Artistas, influencers, políticos, personajes famosos, si bien no son responsables por la creación de la noticia falsa, han contribuido a su propagación con el 70 % de sus interacciones, promoviendo alrededor del 20 % de la desinformación sobre el tema.
Youtube también jugó un rol preponderante. Los primeros 10 videos desinformando sobre el tema tuvieron casi 6 millones de visualizaciones solo durante el mes de marzo de este año.
Si bien la ciencia médica viene desmitificando con sólidos argumentos la teoría de que la tecnología 5G es la causante del COVID-19, o al menos un factor que favorece el acceso del virus al organismo humano, existen muchas más personas proclives a comulgar con estas creencias de lo que podría suponerse.
Cualquier noticia, y sobre todo aquellas que generan mayor impacto del habitual, debe ser siempre objeto de, al menos, el siguiente cuestionamiento: ¿Quién/quienes la dan a conocer?, ¿Cuál podría ser su origen?, ¿Quien/quienes la repiten/viralizan sin cuestionar?, ¿Por qué canales circula con mayor frecuencia?, ¿A quienes involucra?, ¿Sobre qué impacta, directa o indirectamente?, ¿Qué efecto produce conocerla o suponer que es verdad?, ¿Cuál es la carga emocional que conlleva?, ¿En qué contexto aparece esa noticia?, ¿A quién/quienes les convendría que fuera cierta?.
El avance tecnológico, al modificar sustancialmente la forma en que la sociedad se informa, determinó que los consumidores dejen de ser sujetos pasivos de los datos, compartiéndolos y divulgándolos de manera muchas veces irracional.
Eso permite a priori validar la proyección mencionada más arriba hecha por la Consultora Gartner para 2022. Sin embargo, también es posible mitigar en parte los efectos de las noticias falsas si se consideran los ítems expuestos, esto es, los elementos que sustentan la desinformación: a) Agente: persona o colectivo productor y distribuidor de la noticia falsa; b) Mensaje: contenido, formato, canales de circulación, forma de propagación, velocidad de difusión; c) Destinatario: a quién va dirigida, cuál es el efecto buscado.
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[2] https://op.europa.eu/en/publication-detail/-/publication/6ef4df8b-4cea-11e8-be1d-01aa75ed71a1
[3] https://www.esan.edu.pe/apuntes-empresariales/2018/01/predicciones-de-gartner-para-las-tecnologias-de-la-informacion-de-los-proximos-anos/
https://divergente2020.blogspot.com/2020/09/o-informacion-la-noticia-no-es-lo-unico.html#more
Un clásico de este portal de morandanga, cuyos mentores se creen los grandes referentes del "periodismo" : poner a la "ciencia médica" como la gran salvadora de la humanidad, y cuyos postulados no deben cuestionarse so pena de ser catalogado como adepto a las "pseudociencias" o incluso tildado de trastornado mental, cuando lo abrumadoramente evidente es que se anteponen intereses corporativos por encima del bienestar humano ...Para eso cuenta con un ejército de infames rastreros y serviles que actúan maliciosamente y otro sector que son simplemente perfectos imbéciles que se creen más inteligentes que el resto, como es el caso de este blog, mal llamado periodismo independiente.-