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Por qué Donald Trump no es liberal

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El engaño del presidente de Estados Unidos
El engaño del presidente de Estados Unidos

Ocurre un extraño fenómeno hoy en día. Muchos liberales (en el sentido europeo de la palabra, a favor de la libertad) se han dejado seducir por el discurso de Trump. Sin embargo, cuando miramos en detalle, Trump no responde a prácticamente ninguno de los principios del liberalismo. Por el contrario, cumple estereotipadamente con cada uno de los rasgos del populismo autoritario al cual el liberalismo se opone a lo largo y ancho del planeta.

 

Estados Unidos siempre ha sido una sociedad altamente liberal. Tiene el liberalismo impregnado en su cultura (aunque hoy en día un poco menos que de costumbre). Heredó la tradición inglesa del rule of law; fue fundado por peregrinos puritanos dispuestos a trasladar a la política su organización eclesiástica libre y democrática; al tiempo que su experiencia histórica lo ha llevado a percibirse como el país protector de las libertades cuando éstas se vieron amenazadas a escala planetaria.

Por ello, en Estados Unidos, como observara ya Tocqueville, el Estado es visto con cierta sospecha. La palabra “socialismo” es un tabú, incluso aunque estemos hablando de un socialismo democrático moderado o “socialdemocracia”. Nunca un partido pudo ponerse ese nombre. El liberalismo económico se da por sentado hasta el punto en que la palabra “liberal” su usa para describir a los “progresistas” de izquierda, que defienden las libertades sociales y culturales frente a los conservadores. Fue un “izquierdista” (para estándares estadounidenses), John F. Kennedy, quien le pidió al pueblo americano, en un famoso discurso, que no pensara qué podía hacer su país por él, sino qué podía hacer él por su país. Las pinceladas del liberalismo político y económico se pueden ver en los discursos de todos los grandes actores políticos, sean de izquierda o de derecha, o por lo menos fue así hasta hace poco.

Trump vino a cambiar esto. Y no sólo con palabras (que tienen su valor) sino con acciones. Para empezar, nunca reconoció su derrota en votos populares frente a Hillary Clinton en 2016. Denunció un fraude inventado sin prueba alguna. No le importó socavar la credibilidad y fortaleza de la democracia estadounidense para saciar su ego personal. Hoy en día, estando muy abajo en las encuestas y siendo oficialismo, ha denunciado fraude por adelantado, cubriéndose en caso de resultar perdidoso. Esto muestra un rasgo realmente patológico que fue advertido públicamente por centenares de psicólogos al poco tiempo de iniciado su mandato.

En la misma línea autoritaria, Trump disminuyó la mayoría necesaria para designar miembros de la Corte Suprema, acabando con una larga tradición de consenso y bipartidismo que buscaba asegurar un máximo tribunal independiente. También rompió con la tradición de los presidentes de Estados Unidos de transparentar su declaración jurada de impuestos. Llegó a afirmar que, según una curiosa interpretación, la Constitución le daba el poder de indultarse a sí mismo (es decir, de estar por encima de la ley). Son constantes y públicos sus enojos, agresiones y amenazas contra la prensa independiente que no responde a sus caprichos y delirios. Su discurso provocativo y prepotente, así como ciertos rasgos discriminatorios y su apoyo tácito a grupos supremacistas blancos de extrema derecha, fomentan la polarización y el resentimiento en una estrategia típicamente populista.

Trump está literalmente destruyendo las instituciones democráticas estadounidenses. Esa destrucción ocurre en cámara lenta. Pues la primera potencia mundial cuenta con instituciones fuertes, que no son fáciles de derribar. Pero ello sucede de manera constante como nunca en la historia.

Para un auténtico liberal, esto sería algo inaceptable. El verdadero liberalismo combina libertad política con libertad económica. Entiende que no hay mercado sin ley y que no hay ley sin instituciones. En la ilegalidad y la debilidad institucional florece el capitalismo prebendario, que es la manipulación abusiva y centralizada de las variables económicas en beneficio de unos pocos a través de la corrupción. Esto, por sí solo, debería ser suficiente para repudiar a Trump desde el liberalismo. Pero hay más.

La democracia estadounidense es un bien público global, les guste o no a los antinorteamericanos. Es la hegemonía democrática americana lo que le ha dado estabilidad y prosperidad al mundo como nunca antes en los últimos 70 años; lo que ha permitido que la democracia y el capitalismo se expandieran más allá de lo conocido e imaginable. Y Trump está yendo en contra de eso. No sólo porque destruye la democracia estadounidense poco a poco y día a día, sino también porque no diferencia entre democracias y dictaduras en su política exterior. No hablo sólo de algunas excepciones o de aceptar tratar con dictadores al no haber ningún otro interlocutor válido regional. Trump sencillamente rechaza que Estados Unidos deba invertir dinero o asumir riesgos para promover o apoyar la democracia en el extranjero. Ha elogiado personalmente y priorizado a dictadores brutales como Putin o Kim Jong Ul, mientras se peleaba con los aliados naturales e históricos de Estados Unidos, que son precisamente las democracias liberales. En ocasiones siguió una línea dura contra dictaduras, como la de Venezuela, pero sin un plan y compromiso a largo plazo, con una clara especulación electoralista y con sesgo ideológico.

En todos los planos Trump demuestra que es un típico populista impulsivo (se denota hasta en su manejo de Twitter), atolondradamente cortoplacista. La economía no es la excepción. El “relato” que vende el excéntrico magnate es que se encuentra resistiendo el embate de socialistas radicales que quieren destruir la esencia liberal de Estados Unidos. Sin embargo, en el Partido Demócrata ganan sistemáticamente las internas los moderados. Y los “no moderados” son en general socialistas democráticos que promueven el modelo nórdico, no extremistas de izquierda autoritarios ni mucho menos. Así, paradójicamente, un partido con un presidente extremista le adjudica extremismo a otro partido con un candidato centrista.

Trump ha conducido al Partido Republicano del liberalismo al nacionalismo, de la democracia al populismo y del modernismo a la xenofobia. Por eso hay tantos republicanos de renombre que están apoyando hoy en día a Biden. Esto no es algo normal en un país históricamente bipartidista, con estructuras partidarias altamente consolidadas. No es un dato menor. Desde ex funcionarios de Bush Jr., hasta el recientemente difunto McCain (que pidió que Trump no fuera invitado a su funeral), pasando por el ex candidato presidencial Mitt Romney, han decidido (sin dejar de ser republicanos) apoyar al Partido Demócrata, contra el cual compitieron y batallaron durante toda su vida. ¿Todavía debemos creernos el relato de Trump de que el Partido Demócrata es socialista radical?

Vayamos a los números: Desde 1980 para acá, los únicos dos presidentes estadounidenses que bajaron el gasto público como porcentaje del PBI fueron Bill Clinton y Barack Obama, dos demócratas. Algo similar ocurre con el déficit fiscal. Obama lo bajó del 6,63% al 4,27%. El tan demonizado “Obamacare” apenas tuvo efecto sobre el gasto total en salud (que pasó de 17,3% a 17,9% mientras en simultáneo se disminuía el gasto público total como porcentaje del PBI del 40% al 35%) (datosmacro.com). Se trató de una muy leve ampliación de la cobertura de salud estatal para los más vulnerables, al tiempo que se alentaban prácticas más preventivas y competitivas que bajaran el elevadísimo costo de la medicina estadounidense (inexplicablemente superior al de cualquier otro país desarrollado).

En los dos primeros años de Trump, el déficit fiscal subió del 4,27% (donde lo había dejado Obama) al 5,68%. Para 2020, coronavirus de por medio, se espera una suba mucho mayor. Y esto cuando Estados Unidos tiene un problema de deuda enorme y el mayor tenedor de sus bonos es la dictadura china, que amenaza la hegemonía global de las democracias.

Trump impulsó una reducción de impuestos, pero lo hizo sin bajar el gasto público y aumentando el déficit, algo que parece más un movimiento efectista y cortoplacista que un genuino programa de gobierno liberal. El verdadero liberal baja el gasto público para bajar impuestos, no aumenta el déficit fiscal de manera irresponsable. Eso es tan populista como subir el gasto sin aumentar impuestos financiándolo con emisión monetaria. Y hay que agregar que su reforma priorizó fundamentalmente (aunque es cierto que no exclusivamente) a las grandes corporaciones. Pasó de una tasa progresiva que llegaba al 35% a una de 21%, sumando un estimado de 1,4 billones a la deuda nacional en los próximos 10 años.

El gasto público de Estados Unidos es muy bajo (35% del PBI) en comparación con otros países desarrollados (Francia 55%, Finlandia 53%, Bélgica y Noruega 52%, Dinamarca, Suecia e Italia 49%, Alemania 45%, etc.) (datosmacro.com). Es decir, con impuestos bastante bajos debería alcanzarle y sobrarle para cubrir su gasto, y sin embargo eso no sucede y la deuda crece imparable, hipotecando inmoralmente a las futuras generaciones. ¿Por qué?

Parece haber cierto desbalance o desproporción en los recortes de impuestos a las grandes fortunas, en especial si consideramos el contexto de déficit y deuda. Todo indica que ha habido un exceso de lobby en este sentido. No es casual que en 2019 un grupo de supermillonarios estadounidenses publicaran una carta pidiendo que les cobraran más impuestos. Recientemente, los americanos se enteraron perplejos de que su pudiente presidente había pagado solamente 750 dólares de impuestos en 2016 y 2017, lo que motivó una investigación por fraude fiscal. Trump respondió alegando altaneramente ser muy hábil para no pagar impuestos. Es que, si se aplican todas las deducciones y exenciones fiscales vigentes, los tipos reales federales bajan considerablemente. La simplicidad impositiva es también un principio de la economía liberal. Sería mejor esclarecer y sincerar las tasas de impuestos al nivel real, en lugar de crear una maraña de deducciones y exenciones por las que corren con ventaja las grandes empresas y fortunas, con amplios equipos de abogados y contadores.

Desde luego, lo ideal sería bajar el gasto público y eliminar el déficit sin aumentar impuestos. Empero, no será fácil que el gasto público de Estados Unidos baje mucho más de lo que lo ha hecho durante la gestión Obama. Esto por varios motivos: Primero, porque es de hecho de los gastos más bajos del planeta dado ese nivel de desarrollo. Segundo, porque Estados Unidos atraviesa una transición profunda, de la economía industrial a la informática y robotizada, que exige cierta intervención extraordinaria y transitoria a favor de la educación y la readaptación laboral. Tercero, porque dicho país es la democracia líder, sostén de la hegemonía global liberal, lo cual conlleva un costo.

En definitiva, Trump no es liberal en lo institucional (lo cual debería bastar para quitarle esa condecoración) ni tampoco en lo económico. Es un típico populista que desprecia la ley y la democracia, y que maneja la economía solamente mirando las encuestas. Es un autoritario de derecha contenido y limitado por el entorno social e institucional en el cual se desenvuelve; alguien que se niega a repudiar el supremacismo blanco, haciéndole guiños mientras divide y polariza a la sociedad e intenta retener a cierto electorado liberal desprevenido o de convicciones endebles para ganar elecciones.


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  1. Sí, lo lamento……. Lo lamento por los liberales que piensan lo contrario y no lo lamento por mi supuesto prestigio que puede ser tirado por la borda en este momento. Lo único que lamentaría alguna vez es no haber dicho lo que mi conciencia dictaba en circunstancias difíciles. ¿Tengo que aclarar de vuelta lo obvio? Parece que sí. Trump no es precisamente mi ideal. ¿Qué NO es liberal clásico? Claro que no lo es. Si la elección fuera entre Ron Paul y él, claro que la elección adecuada sería Ron Paul. Pero no vivimos en ese mundo. Estamos viviendo en una circunstancia histórica terrible cuya gravedad resulta difícil de entender para muchos liberales que leen estas líneas. Hace ya muchos años que los EEUU han comenzado una terrible declinación de sus ideales fundacionales originarios. Y no, no me refiero a los eternos debates entre federalistas y anti-federalistas. Me refiero a que, con todas sus imperfecciones, como todo lo histórico, documentos tales como la Constitución de 1787, el Bill of Rights de 1789 y la Declaración de Independencia de 1776 eran liberales clásicos. Esos son los ideales fundacionales a los que me refiero. Y bien, por supuesto que a medida que pasó el tiempo, los EEUU comenzaron a desviarse de esos ideales PERO se podría marcar un punto de inflexión, al menos en la dualidad entre demócratas y republicanos. Se podría decir que, desde los Kennedy hasta Al Gore, el debate era Rawls versus Nozick. O sea, políticas redistributivas más activas versus políticas de restricción de gasto. J. Rawls, a quienes muchos libertarios odian, consideraba a esos documentos fundacionales como los “constitutional essentials” que debían ser respetados por todos. Hoy en día yo lo votaría a J. Rawls versus Trump sin ningún problema. Mucho tiempo antes de los Kennedy, dos ideas occidentales, dos patologías de Occidente (al decir del olvidado García Venturini) comenzaron a expandirse en todo Occidente y particularmente en los EEUU. Me refiero a esa combinación incoherente pero efectiva entre neo-marxismo y post-modernismo. El neo-marxismo es una mutación del marxismo. Tuvo dos etapas. La primera, esencialmente económica, con la teoría de la Dependencia de la Cepal, aceptada lamentablemente por los católicos que siguieron a la Teología de la Liberación de G. Gutiérrez (1968). La segunda, más destructiva, es la que afirma que hay nuevos colectivos explotados, mientras que el nuevo explotador es todo el sistema hetero-patriarcal explotador. Los explotadores son los occidentales blancos y pro-mercado, mientras que los explotados son las mujeres, los afro-americans, los indígenas y los homo, lesbians y trans-sexuales. Nunca será suficiente aclarar que este modo de pensar mina en su esencia al pacto político norteamericano originario. Ya no hay en ese caso un conjunto de personas (“all men…”) que son los sujetos de derechos frente al poder, sino colectivos explotados que coherentemente niegan al explotador su supuesta “Bill of Rights”. En ese caso ya no puede hablarse de una sociedad donde todos (homo o hetero, blancos o afro) los seres humanos tienen derechos, independientemente de su color y etc. (como concluyó perfectamente el liberal clásico Martin Luther King en su famoso discurso) sino de una sociedad en lucha de clases unos contra otros. Eso quiebra automáticamente la esencia misma de los EEUU. A eso se une el post-modernismo según el cual nada hay bueno o verdadero en ninguna cultura. Por lo tanto ese Occidente en el cual emerge la idea de libertades individuales, nada tiene de moralmente superior. Por ende, combinada una cosa con la otra, el resultado es equivalente a una bomba atómica cultural para Occidente. Por un lado los ideales del liberalismo clásico son atacados por el neo-marxismo como un sistema heteropatriarcal explotador. Por el otro, cuando Occidente intenta defenderse, no puede porque no hay nada moralmente bueno, excepto, claro (he aquí la incoherencia efectiva) el marxismo. Todo esto ha sido enseñado hasta el cansancio en los Colleges de EEUU desde tiempos anteriores a los 60 y no sólo ha sido transmitido a generaciones y generaciones de personas carentes de pensamiento crítico, sino que los que pensaban y piensan diferentes han sido perseguidos y atacados de infinitas y crueles maneras diferentes, como bien ha mostrado Axel Kaiser en su último libro[1], produciendo con ello una espiral del silencio en aquellos que secretamente saben que todo ello es peor que los tanques de Hitler. Porque al menos -aunque algún amigo me tuvo más de dos horas para que no lo diga- la única, la única ventaja que tenía Hitler es que parecía Hitler. Los resultados de todo esto trascienden a las ya desastrosas políticas económicas propuestas por el ala izquierda del Partido Demócrata. Los norteamericanos han sido muy ingenuos al suponer que el Parido Comunista no crecía en los EEUU, de igual modo que los argentinos que creen que el comunismo no creció en Argentina “porque estaba el peronismo”. La pura verdad es que el ala izquierda del Partido Demócrata es hoy en los EEUU el Partido Comunista más eficiente en la Historia de la lucha por la libertad. Porque esos ideales marxistas y postmodernos, que no habían llegado a los Kennedy, ahora sí llegaron al Partido Demócrata, cada vez más, siendo Kamala Harris y Joe Biden sus representantes más paradigmáticos. Sobre todo Kamala Harris, la nueva presidente de los EEUU en caso de que el títere Biden gane las elecciones (argentinos, ¿les recuerda a alguien?). El “programa de gobierno” de este singular Partido Comunista camuflado no podría ser más coherente con los ideales destruccionistas[2] más preciados del comunismo revolucionario. 1. Destrucción de lo que queda de la libertad religiosa, de enseñanza y de expresión, con leyes federales que incrementen más los supuestos delitos de odio y discriminación de todo aquel que se atreva a actuar y pensar diferente de los que quiera el lobby LGBT y Z. 2. Destrucción de lo que queda de libertad religiosa y etc. por la imposición forzada a todos de políticas de salud reproductiva, aborto y educación sexual integral por parte del gobierno federal sin ninguna posibilidad de apelar a la libertad de conciencia. 3. Destrucción de la economía por el financiamiento de políticas ambientalistas anti-mercado que pueden incluir las locuras propuestas por AOC a nivel federal. Los que no lo sepan, lean. 4. Aliento, por parte del gobierno federal, a todos los ataques a la vida y a la propiedad (saqueos, etc.) por parte de grupos como Antifa y “only” Black Life Matter, presentados como angelitos “peaceful protesters”. Persecución judicial a los que ejerzan su legítima defensa. 5. Eliminación de la Second Amendment. Porque los malos serían los ciudadanos que portan armas, y no los delincuentes y los gobiernos que portan armas. 6. Destrucción de las restantes libertades individuales por la imposición a nivel federal de todos los confinamientos obligatorios dictatoriales, ejecutados con frialdad y crueldad por gobiernadores y alcades demócratas. 7. Eliminación de toda libertad de expresión de los que piensan diferente, a partir de los fack-checkers, la acusación de fake news y el delito de “negacionista”. Utilización totalitaria del Covid-19. Monopolio de la comunicación social entre el Deep State en contubernio con Facebook y Google. 8. Persecución judicial y asesinato a todo aquel que se atreva a denunciar los delitos del Deep State. 9. Ampliación de la Suprema Corte y consiguiente destrucción del Poder Judicial Independiente por medio de la conversión del Poder Judicial en una extensión más del Partido Demócrata. 10. Aumento, aún más, de la deuda externa, el deficit fiscal, la presión impositiva y la inflación, como modo de financiamiento de todas las políticas del gobierno federal. Mayor devaluación del dolar. Les cuento que me he quedado corto. Muy corto. Y otra buena noticia: en el mejor de los escenarios posibles, esto es, en caso de que gane Trump, la situación es que en ese caso el partido Republicano no será un partido más, sino una “resistencia” contra la toma del poder del Nuevo Partido Comunista y la destrucción total de los EEUU. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo más? ¿Por cuánto tiempo más podrán seguir algunos resistiendo? ¿Cómo se podrá frenar el tsunami cultural que ha dado origen a todo esto y que va a seguir? ¿A dónde huir en caso de que suceda lo peor? A ningún lugar. La WWII fue espantosa, pero al menos el enemigo estaba claro y eran claras las esperanzas en caso de ser derrotado. Sin embargo, no se lo derrotó: impedir a Patton llegar hasta Moscú fue el peor error, el más trágico error del gobierno de los EEUU de entonces. Pero lo que queríamos decir es que al menos Hitler parecía Hitler y su derrota fue una esperanza. Ahora el enemigo está camuflado, las personas no lo ven y lo votan. Que gane Trump, gente, es apenas ganar algo de tiempo. Todo esto para que tengan conciencia de lo que se juega en esta nunca mejor dicha “elección”.

  2. Aclaremos los tantos. Los movimientos políticos no son sólo un nombre y su significado real proviene de la circunstancia de origen. El liberalismo surgió inicialmente en el Imperio Británico. El simple hecho de que un súbdito cualquiera juntara recursos y dinero y se convirtiera en un empresario o comerciante, ya era una concesión liberal del sistema. Recordemos que el estado anterior era que cada actividad se heredaba o se transmitía como mínimo mediante un proceso de maestro aprendiz. El hecho de poseer una panadería o un molino era tan restrictivo como ahora conseguir una matrícula de Escribano Público. El primer liberalismo fue la libre empresa y el libre comercio, sin requisitos de raza, grado militar o título de nobleza. Precisamente de esa circunstancia nace el término capitalismo, como una queja de los conservadores ante la posibilidad de que cualquiera se pueda convertir en empresario por el sólo hecho de contar con los recursos necesarios. -------------------------------------------- https://divergente2020.blogspot.com/2020/10/el-capitalismo-fue-reinventado-por-marx.html#more --------------------- El marxismo en realidad se queja de que el capital no esté restringido al poder político o militar; la queja contra el capitalismo es la queja contra la posibilidad de que un plebeyo tenga poder económico. Algo similar ocurre con el término neoliberalismo; es la queja contra la posibilidad de que una empresa privada adquiera concesiones de servicios públicos. El liberalismo como libre empresa y libre comercio, es una prueba contundente de igualdad ante la ley. Otra cosa muy distinta es el liberalismo de los años cincuenta o sesenta, donde la circunstancia es una posguerra de relativa abundancia económica en los Estados Unidos. Ser liberal en los sesenta era ser hippie, y en eso no quedaba ni el recuerdo de lo que había sido la igualdad ante la ley. A partir de los sesenta, ser liberal era abandonar o contradecir los valores impuestos por la generación anterior; ser indulgentes con el consumo y las costumbres; permitir que cada uno hiciera lo que le venga en gana, incluso ignorando o violando las leyes y las convenciones. Con el triunfo de la Escuela de Francfort, los liberales pasaron a ser mucho más rígidos que sus abuelos. La libertad pasó a ser la “lucha por la libertad”; una nueva lucha de clases que consiste en reivindicar grupos oprimidos escrachando géneros razas y clases “opresoras”. Ahora ser liberal en EU es tener la libertad de ser un soldado más en un ejército que lucha por imponer una ideología ya sea desde las escuelas, desde las universidades, desde los noticieros, o desde las producciones de Hollywood. Dentro de toda esa guerra por la libertad es que se inscribe la palabra conservador como un insulto y como una descalificación. Es obvio que Trump no es un liberal, es un conservador. Un conservador es alguien que se niega a destruir y perder los logros de una civilización por el sólo hecho de que muchos quieren todo fácil y no saben integrarse, o no quieren hacerlo.

  3. Coincido con la interesante nota de Libertario. Quiero agregar que los argentinos una vez más hemos sido protagonistas de la historia y como con el COVID, merecemos estar en el podio de la infamia. Ni el posmodernismo ni el marxismo hubieran colonizado las universidades en EU, ni hubieran arrasado países como Hungría con personajes como Georg Lukacs, de no ser por la Escuela de Francfort, fundada y financiada por el mionario terrateniente argentino Féliz Weil. Es muy probable que el estanciero benefactor de "El Libro de Arena" de Borges, sea una referencia bien directa a Félix Weil. Me refiero a ese que contrató gente y creó una comisión para comprar los libros más valiosos por todo el mundo para luego quemarlos en una pra al mejor estilo nazi.

  4. Nota: Luther King pudo haber sido, de pleno derecho, un liberal a la antigua; pero fué etiquetado en la "lucha por los derechos civiles". El posmarxismo empieza etiquetando todo porque es parte de su sistema de pensamiento idealista.

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