Enfrentar el coronavirus no fue fácil. Para nadie. Y desde luego que es fácil criticar con el diario del lunes. Fue muy complejo para todos los países calibrar hasta dónde cuidar la economía y hasta dónde intensificar las medidas sanitarias.
Pero lo que sucedió en Argentina no tiene nombre. No hubo ninguna calibración de absolutamente nada. Sólo fanatismo. Obsecuencia. Soberbia. Ineptitud. Llegaron muy “cancheros”, creyéndose que era fácil arreglar el problema que ellos habían creado en doce años y que el gobierno de Cambiemos había fracasado en solucionar en cuatro. “Siempre nos toca arreglar los problemas que crearon otros”, fanfarroneó Alberto. Se olvidaba de que la última dictadura militar se incubó en la triple A peronista, la crisis de 2001 en la convertibilidad peronista y la crisis actual en el despilfarro y corrupción peronista del kirchnerismo.
Bien. Ahora la Argentina es vista en todas partes como el ejemplo de lo peor que se pudo haber hecho frente al covid. Usaron una estrategia equivocada e insustentable para aplanar la curva, que consistió en matar la economía. Cerrar todo. Luego de las primeras semanas de cuarentena, numerosos epidemiólogos pusieron el grito en el cielo sobre que era insostenible tanto encierro y que, además, la clave estaba en testear mucho, rastrear y aislar, con cierres excepcionales, focalizados y temporales en situaciones extremas. ¡Durante meses estuvo el interior cerrado sin circulación comunitaria!
Pero los soberbios del gobierno se creyeron que eran mucho más inteligentes que los dirigentes y expertos del resto del planeta. “No importa la cantidad de testeo, sino cómo se conforma la muestra”, repetían orgullosos de su singular clarividencia, mientras cada vez más les insistían con el testeo. “Los test no son 100% efectivos”, se excusaron luego, como si la cuarentena o algo lo fuera. Pensar que al principio ni siquiera testeaban en aeropuertos...
Es como si llegara un paciente con un dolor en la mano y el médico decidiera amputarle el brazo de una. Peor todavía, decidiera amputarle el brazo y se jactara de ello. Incluso se comparara con otros médicos con un tono sobrador, cual si se las supiera todas. “Tal médico tardó treinta segundos en solucionar el dolor de la mano. Tal otro, tres minutos. Yo lo resolví en tres segundos”. Alberto se la pasaba comparándose con países que hoy tienen menos muertos por habitante que nosotros con una mucho mejor situación económica. ¡Llegó a compararse con Suecia (básicamente otro planeta)! Hay que tener cara… Y nada de humildad. “Para nosotros esto no es una carrera, sino una maratón”, le contestó (con un poco de altura) el embajador del país nórdico. Hoy la Argentina está sexta en muertes por habitante, por encima de Brasil, Chile o Suecia.
Pero es mucho peor. Ese mismo médico, unas semanas antes, le había propinado a ese paciente una tremenda golpiza y lo había dejado con anticuerpos muy bajos. Y ahora se jacta de haberle amputado el brazo para curarle un dolor de la mano, cuando la pobre víctima está tirada en la cama sin poder levantarse. Argentina tenía un gasto público del 22% del PBI cuando el kirchnerismo asumió en 2003. Cristina dejó un gasto del 41%. Para un país pobre como el nuestro, es como si Alemania tuviera un gasto del 80%, por lo poco que le queda al ciudadano para ahorrar, emprender e invertir. Por eso, desde 2011 Argentina está en virtual estancamiento, sin poder crecer. Y por eso somos el país que más lento y en menor medida se va a recuperar del terrible bajón económico que supone la pandemia, además de estar entre los que más va a caer. Por eso nadie nos cree. Por eso tenemos un déficit fiscal enorme que no lo podemos bajar con nada. Por eso no tenemos reservas. Por eso nuestros salarios rinden cada vez menos y no hay forma de frenar la caída.
Pero es todavía mucho peor. Argentina no se conformó con destruir la economía sin resolver el problema sanitario. Agregó una tercera pata de destrucción en la que fue única e innovadora: la educación. Las escuelas cerraron en marzo y no volvieron a abrir. Esto generó una enorme desigualdad, deserción y pérdida de hábito. Los alumnos con más recursos y contención familiar se las ingeniaron, medianamente, para seguir aprendiendo a un ritmo más lento, del cual les va a costar salirse en el futuro. Pero muchos de los niños y adolescentes, sin recursos y/o con insuficiente contención familiar, quedaron afuera. Knock out.
Los europeos no pueden creer esta locura, como ese docente y gremialista francés que se hizo viral con su exclamación: “Es una catástrofe… es una catástrofe…”, la cual repetía incrédulo al ser informado sobre la realidad escolar argentina. En este marco, el genio del ministro Trotta no tuvo mejor idea que, al poco de haberse cerrado las escuelas, anunciar a los cuatro vientos que “no vamos a evaluar”. Recuerdo que un docente de una escuela pública me dijo: “La estamos remando en dulce de leche para mantenerlos enganchados a los pibes y este tipo sale con esto… Parece que nos juega en contra”. Si muchos alumnos estaban unidos a la escuela por un hilo muy delgado y débil, en ese momento el hilo se cortó. Y hubo más tarde otras declaraciones del estilo, que daban a entender que nadie repetiría de año y que no habría calificaciones, por si algún alumno vulnerable todavía no se había desenganchado del todo.
Había mil formas de trabajar con los alumnos con problemas de recursos tecnológicos. Permitirles asistir a clases semipresenciales por turnos; bajar el nivel de exigencia; liberar antes de tiempo a los de mejor desempeño y quedarse trabajando los últimos meses con quienes habían tenido más dificultades... En el peor de los casos (aunque no comparto) hubieran esperado a noviembre para anunciar algo del estilo, como que no se calificaría o que nadie se quedaría de año. Por lo menos muchos se hubieran quedado enganchados hasta entonces, especulando con la aprobación. O los padres y docentes hubieran tenido una herramienta más de presión para incentivarlos. No sólo se cerraron las escuelas de forma permanente, sino que además se destruyó por completo el vínculo escolar de demasiados casos. Es decir, volviendo al ejemplo del médico, no sólo amputó el brazo sin haber agotado ni intentado otras alternativas, sino que además amputó las piernas. Pero encima se jacta de lo que hizo. E insiste...
¿Fue a propósito? No se entiende... Cualquiera que viera lo que hizo ese médico pensaría que quiso matar a su paciente. A mí me cuesta creer que sea adrede. Creo que no. Espero que no. Pero ¿pueden llegar tan lejos la necedad y el fanatismo? ¿Cuán destructivos pueden ser los dogmas ideológicos? ¿Cuánta condena social debiera tener un gobierno tan torpe, negligente, soberbio e irresponsable? Y no nos quedó espacio para hablar de la “garantista” liberación masiva de presos y la inseguridad galopante. Todo bajo la apresurada e irracional consigna de que el aislamiento sería peligroso, mientras al resto de la sociedad se la aislaba forzosamente.
Después de ocho meses, las escuelas siguen cerradas y no hay ninguna señal de que vayan a reabrir. Ni siquiera para permitirles a los alumnos de 5º año tener su acto de colación un solo día, con los debidos protocolos, y cerrar su etapa escolar con algo más de normalidad. Ya abrieron muchos comercios, bares, incluso los casinos, pero las escuelas no. ¿Quién reparará el daño del mensaje que recibe un joven que ve la escuela cerrada desde hace ocho meses y el casino abierto? ¿Es la de Argentina la peor gestión de pandemia del mundo?
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