A raíz de los acontecimientos en la provincia de Formosa, hay cierta tendencia que identifica al gobernador Gildo Insfrán con una concepción feudal del poder. Aunque es comprensible la búsqueda de paralelismos que realiza la opinión pública entre este estilo de liderazgo casi autocrático y sistemas políticos de antaño, es preciso realizar una aclaración conceptual para descartar diagnósticos anacrónicos y estigmatizantes e identificar la verdadera génesis del problema.
El sistema feudal implicaba un modo de producción precapitalista, sin propiedad privada, y con un Estado distinto al que conocemos, en el que no existía un ordenamiento formal institucionalizado (para ponerlo en otras palabras: ni siquiera ley de lemas). En el Feudalismo, lo que prevalecía era la unicidad entre la dominación económica y la dominación política, sin espacio para la autonomía ciudadana.
Es cierto que en Formosa, por el peso específico del Estado, y la preeminencia de lo público por sobre lo privado, dicha autonomía se encuentra limitada, sin embargo, la diferencia es sustancial. Lo que Gildo Insfrán y líderes análogos requieren para sobrevivir son Estados, en el sentido moderno de la palabra, pero hechos a su medida, que pueden ser cooptados fácilmente por la ausencia de un contrapeso político y social que exija eficiencia en la administración y garantice la transparencia. Esta captura del Estado se conoce con el nombre de Neopatrimonialismo. Una vez en el gobierno, el “patrón” utiliza los recursos públicos para retroalimentar su poder y perpetuarse.
Bajo estas administraciones, el límite entre lo público y lo privado se vuelve difuso. Pero no son sistemas feudales, son regímenes donde lo que impera es un capitalismo de Estado. Este último actúa como máximo generador de empleo (en ocasiones el empleo público alcanza porcentajes ridículos) y define el ritmo y las formas que adquiere la actividad económica. En estos territorios, no hay garantías para la inversión privada o se trata de economías de extracción. Por eso, este tipo de liderazgos no surgen en provincias como Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos o Mendoza, economías más desarrolladas y diversificadas, con mayor espacio para la actividad privada, lo cual genera una sociedad civil densa que demanda del Estado una calidad de política distinta. En territorios como Formosa o Santiago del Estero, sucede lo opuesto, configurándose un círculo vicioso entre el tipo de economía y el tipo de liderazgo.
Estos líderes también logran perpetuarse porque conforman una relación simbiótica con el gobierno nacional de turno. Por lo general, tienen un vínculo más estrecho con el peronismo, pero vale la pena recordar que Gildo Insfrán mantuvo una relación de cooperación con el gobierno de Cambiemos. De hecho, el presidente Macri visitó Formosa durante su gestión y se mostró junto a Insfrán, sin realizar críticas abiertas significativas respecto a su forma de ejercer el poder. En 2016, inauguraron juntos una planta potabilizadora en Clorinda y en 2018 recorrieron obras cloacales.
Esta relación simbiótica nace a partir de que estas provincias tienen una sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados y, obviamente, cuentan con tres senadores al igual que el resto, dos de los cuales responden al oficialismo provincial. En un contexto en el cual el gobierno nacional necesita alcanzar acuerdos parlamentarios, el presidente de turno necesita cooperar con líderes que ejercen el poder de una forma neopatrimonialista y esto limita la capacidad de cambio en sus provincias.
Por otra parte, el cambio de actores es condición necesaria pero no suficiente. En 2004, Néstor Kirchner intervino Santiago del Estero desplazando al matrimonio Juárez. Sin embargo, la calidad institucional de la provincia no mejoró y la lógica original de cooptación del Estado continuó esta vez con Gerardo Zamora, un radical. Por lo cual también se descarta que sea intrínseco del peronismo.
Este formato tan singular, de líderes con tendencias autocráticas y Estados cooptados se replica muchas veces no solo a nivel provincial, sino también municipal. Esto explica la situación de muchos distritos del conurbano bonaerense, donde los intendentes (o minigobernadores) tienen esa forma de ejercer el poder, capturando los Estados municipales.