Tener razón o estar equivocado son circunstancias que pueden depender de distintas variables, pero, además, nadie tiene razón todo el tiempo ni se equivoca siempre. Aparte, jamás tiene que ver nada de eso con que el analista sea buena o mala gente, o nos caiga bien o mal. Hasta la mejor persona, la más capaz, puede meter la pata. Y hasta la mente más diabólica puede dar en el clavo, más por vieja que por sabia o hasta por casualidad.
Tampoco debería descalificarse de plano la validez de una idea o de un diagnóstico por el interés personal que pueda tener alguien en la resolución de tal o cual asunto. Claro que debe tenerse en cuenta ese interés, porque los deseos suelen contaminar las percepciones. En la Justicia, por ejemplo, que es donde se dirimen nuestros conflictos dentro de la ley, estar involucrado afectivamente con la resolución de un caso o con alguno de sus protagonistas es tenido en cuenta por jueces y fiscales, aunque no necesariamente lo declarado bajo el efecto de dichas emociones tenga que ser, sí o sí, contrario a la verdad.
Bueno, aclarado el punto, quiero prender una luz de alarma sobre algo que dijo Julio De Vido. Advierto que el hombre no transita precisamente por la cumbre de su credibilidad: aparte de ser una especie de “culpable nato”, el condenado De Vido no es imparcial: en su caso, siente que Cristina Kirchner y La Cámpora lo apuñalaron a traición al soltarle la mano y odia más que nunca al presidente Alberto Fernández (digo “más que nunca” porque ya se detestaban cuando los dos eran súper ministros de Néstor Kirchner). Sea como sea, en el fragor del exitismo electoralista que va ganando terreno, no debería pasar desapercibido lo que dijo Don Julio, en tono profético:
“Veo venir una suerte de implosión social, peor aún que el ‘que se vayan todos’. Que fue una explosión que detonó con cierta conducción política asociativa entre Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, que complotaron en el marco de una situación irrespirable”.
De Vido, más allá de las apreciaciones sobre los “golpistas” Duhalde y Alfonsín, habla de una situación social cada día menos potencialmente explosiva. No debería descartarse que lo diga porque desea que suceda para que los Fernández muerdan el polvo. El tema es que no vaya a ser el pastor mentiroso justo el día en que de veras está viniendo el lobo.
Sería invalorable tener a mano, hoy, los datos del censo nacional que no se pudo hacer por la pandemia. Digo esto porque, a diferencia de las estadísticas estandarizadas y ni hablar de las encuestas, un censo es a población completa, casa por casa y detalle por detalle. Los censos hablan de las personas y de las cosas que tienen o no tienen las personas y ahí radica la base material de los estados de ánimo. Una cosa es dar por hecho que los daños de la crisis pueden ser desesperantes. Otra cosa es asomarse a la desesperación y contarle las costillas.
En términos oficiales, entramos a esta etapa del país en estado de “emergencia alimentaria”, poco después vimos camiones militares llevando guiso a los barrios populares del AMBA y ahora sólo sabemos por los distintos encuestadores que entre el 70 y el 80 por ciento de los argentinos siente que está mal y cree que, de acá a un año, va a estar peor. En cuanto a los pronósticos electorales, se perciben más incertidumbres que certezas y, sobre todo, una gran carencia de entusiasmo cívico.
Todo indica que transitamos un momento crítico para los oficialismos, pero que no redunda en un auge carismático de las oposiciones. El fenómeno es regional: entre las dirigencias y las bases hay abismos. En nuestro país, los movimientos sociales –que han sido claves para contener a los sectores más postergados- empiezan a verse desbordados y, aun desde una identidad emparentada con el kirchnerismo, radicalizan sus discursos de reclamo al Gobierno y lo conminan, incluso, a reconvertir los subsidios a los pobres en fuentes de trabajo concretas. Quiero decir: la política en general y las elecciones en particular funcionan como diques de contención y válvulas de escape de las demandas sociales. ¿Qué sucede si el dique y las válvulas colapsan sin desagües alternativos a la vista?
¿La verdad? No me gustan De Vido ni sus apocalisis now. Pero, ¡guarda! No sea cosa que tenga razón. El reparto de sillas por arriba puede ser incendiario cuando se acaban los panes y los peces allá abajo.