¿Cuándo fue que se jodió la Argentina? El escritor Mario Vargas Llosa abre su novela Conversación en la catedral con esa pregunta, pero con Perú, obviamente. Vale tomar prestada la pregunta para buscar los orígenes de un país en crisis y decadencia económica y social desde hace ya tantos años, que ya nadie se acuerda ni cuándo ni cómo empezó todo: así es la Argentina.
¿Cuándo fue que la Argentina decidió tener un déficit fiscal crónico que genera una inflación incontrolable, que no le permite tener moneda y, como resultado, niveles de pobreza que no paran de crecer?
Hace ya 80 años, la Argentina decidió darse una legislación laboral calcada de la Carta del Lavoro, de la Italia de Benito Mussolini, de 1927. Esa legislación laboral de la Italia posterior a la Primera Guerra Mundial les servía a los sindicatos y las grandes corporaciones empresarias pero ignoraba que el principal empleador en las economías capitalistas son Pymes.
Desde entonces, el mundo del trabajo cambió. Sin embargo, la Argentina siempre siguió apostando por el mismo sistema laboral del siglo pasado que literalmente espanta al principal empleador: las Pymes.
Basta preguntarle a cualquier emprendedor o pequeño empresario por qué no crece, y responderá que para eso necesita más empleados. Y cuando se le pregunta por qué no contrata, habiendo ahí afuera tantos desocupados, dirá “antes de contratar a alguien en la Argentina, me corto una mano”. Hay factores determinantes: la “industria del juicio laboral”, los altos impuestos al trabajo, y las paritarias que se cierran entre grandes empresas y sindicatos y que muchas veces son inaccesibles para las Pymes.
Reforma laboral
El sector privado argentino hace más de una década que expulsa y no toma empleo. De ahí tantos planes sociales y tanto empleo público: el estado termina reemplazando el mercado laboral con empleo estatal y planes. Así se explica en buena medida el origen del déficit y la inflación crónicas. Por eso una reforma laboral es el inevitable primer paso para aspirar a resolver la inflación crónica argentina.
Sin embargo, todos los intentos de darle a la Argentina una reforma laboral fracasaron: Fernando De la Rúa lo intentó en 2001, y las “coimas en el Senado” para tratar de aprobar una modernización de las reglas del trabajo hicieron volar a su gobierno por el aire. El expresidente Mauricio Macri lo intentó silenciosamente, probablemente temiendo correr la misma suerte que De la Rúa. También fracasó.
Ninguno de estos expresidentes se animó a plantearlo abiertamente y explicarle a la sociedad por qué, sin reforma laboral, es prácticamente imposible resolver la crisis argentina. La reforma laboral es tabú. Los políticos no se animan a tocar y debatir el tema, y mucho menos en una campaña electoral.
Ahora el exministro y candidato a diputado Florencio Randazzo rompió todas las reglas del marketing político argentino tirando sobre la “mesa de saldos” del debate electoral de cara a las elecciones legislativas de noviembre una propuesta de reforma laboral.
Su frente, Vamos con vos, aspira al electorado que dejó vacante Sergio Massa. El hoy presidente de la Cámara de Diputados por el kirchnerismo, enfrentando a la entonces presidenta Cristina Kirchner, llegó a conseguir más del 20 por ciento del electorado a nivel nacional.
La apuesta de Randazzo es conseguir una parte de ese voto, seduciendo a los desencantados votantes del kirchnerismo de la última elección que bajo ningún concepto votarían a la oposición del hoy Juntos en la provincia de Buenos Aires. Pero el tema “reforma laboral” es un tabú impronunciable. Es casi como llamar al diablo.
Los sindicalistas, a los que no les queda demasiado claro por qué se oponen a que haya más empleo en blanco -que además significaría más aportes a sus cajas y obras sociales- suelen saltarles a la yugular a los que proponen flexibilizar las leyes laborales. También hay muchos gobernadores, como Gildo Insfrán en Formosa, que no quieren ni escuchar hablar de reforma laboral: ellos, al convertirse en el principal empleador de sus provincias, controlan mejor el voto de sus empleados y no quieren “competencia” de empresas privadas.
Los líderes piqueteros tampoco están enamorados de la idea: necesitan más desempleados para sus filas. Por eso, para un político que se reivindica como peronista, la apuesta a plantear una reforma laboral en plena campaña es fuerte. Es violar un tabú. Pero también violenta las reglas no escritas del marketing político argentino: no hablar en campaña de nada que pueda tildarse de “ajuste”.
La otra propuesta con la que Randazzo “viola” las leyes no escritas del marketing político es la promesa de declarar a la educación “servicio esencial”: no se permitiría reclamar aumentos salariales mediante huelgas docentes que dejen a los alumnos sin clases. Apuesta a otro tabú, que es enfrentarse con el poderoso jefe sindical docente de la provincia, Roberto Baradel, que apretó tantas veces a la exgobernadora María Eugenia Vidal con sus pedidos de aumento salarial. Pero también su antecesor, Daniel Scioli, sufrió los aprietes sindicales que cerraban las escuelas para pedir aumento.
Para un candidato peronista, ambos planteos son disruptivos: ¿un peronista desafiando al sindicalismo? El de Randazzo también es un desafío a las “20 verdades” del marketing electoral de Jaime Durán Barba, el gurú que orientaba al expresidente Mauricio Macri. El ecuatoriano sostenía que “ya no se puede decirle a la gente que es bueno quitarle sus cosas”. Durán Barba se refería a que en campaña o en el gobierno no se pueden plantear reformas complejas que puedan parecerse a ajustes.
Ese credo fue la clave para que el expresidente eligiera el “gradualismo” en lugar de proponer un plan de reformas que la economía ya precisaba con urgencia. El resultado es conocido: no logró su reelección.
El equipo de comunicación de Randazzo encontró un giro interesante para plantear una reforma laboral más “tolerable” al paladar del sindicalismo y los gobernadores: bautizarla “inclusión laboral”. Le encontró la vuelta pensando en que ya hoy el empleo en blanco en el sector privado es minoritario, y que si no se alienta a las empresas a contratar, esos trabajadores seguirán en la calle dependiendo de planes sociales.
Y por si quedan dudas, eligió como número dos de la lista que encabeza para diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires a una empresaria Pyme valorada por el “círculo rojo”, como Carolina Castro: podría reescribir la estrofa de la marcha peronista que reza “combatiendo al capital”.
El equipo está compuesto por el encuestador y estratega Carlos Fara, el cineasta Lautaro Villa, como creativo, y su tradicional vocero, Juan Belén, para la relación con los medios. Dependiendo de cuánto capture de ese 20 por ciento del electorado que alguna vez votó por Massa, ellos harán historia del marketing político o fracasarán. Un experimento para seguir de cerca.
Pero ganen o pierdan, habrán dejado planteado el tema espinoso de la reforma laboral para futuros gobiernos. Es un servicio inestimable para la política argentina.