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"Quemalas una vez usadas": las cartas de Mario Segovia desde la cárcel a su hijo para armar bombas

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Historia confidencial
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El juez federal Luis Armella procesó el jueves a Mario Segovia, más conocido como «rey de la efedrina», por encabezar una banda desde la cárcel de Ezeiza que trianguló explosivos entre Canadá, Paraguay y Argentina para armas cartas bombas con destinatarios desconocidos porque los policías federales (PFA), como publicó Encripdata el 13 de julio, atraparon justo a tiempo a los cómplices que intentaban fabricarlas en una casona de Rosario.

 

El magistrado lo embargó por ochenta millones de pesos. No fue un embargo así nomás: aunque el procesamiento no está firme, ya ordenó incautar con fines de decomiso la casona en la que sus subordinados estudiaban cómo armas los explosivos. El capo, que había pedido sin éxito salidas transitorias tras cumplir dos tercios de la pena por tráfico de efedrina, seguirá bajo prisión preventiva en esta causa que lo tiene como el «Unabomber» argentino.

Ironía mediante, Segovia le escribía cartas a su hijo Matías Agustín Segovia para explicarle cómo conseguir los explosivos en Canadá, hacerlos llegar a la Argentina y convertirlos en bombas en Rosario. Esos mensajes, de puño y letra, salieron de la cárcel de Ezeiza sin que las autoridades del Servicio Penitenciario Federal (SPF) se dieran cuenta. Los detectives los encontraron cuando detuvieron al hijo en Rosario.

El joven no cumplió la orden del papá: «Copiala, destruila y quemala una vez usada».

Hoy son prueba clave.

En esa carta, Segovia le pasó a su hijo los datos necesarios para hacerse pasar por un empleado de la gobernación de Formosa. De lo contrario, Securesearch Inc, la proveedora canadiense, nunca hubiera aceptado mandar un sombre bomba, un libro bomba y una carpeta bomba, a alguien que no perteneciera a un gobierno. Funcionó. Los investigadores paraguayos por suerte secuestraron el 12 de septiembre de 2016 la encomienda en el aeropuerto Silvio Pettirossi. De inmediato, la jueza de Luque María Cecilia Ocampos Benedetti ordenó la captura internacional del funcionario formoseño Gustavo Salomón. Pero uno de los integrantes de la banda, que tenía la misión de llevar el material desde Asunción hasta Buenos Aires, declaró que Salomón no tenía nada que ver y que el que estaba detrás de todo era el mismísmo Segovia.

Alertado por su par paraguaya, el juez federal Federico Villena abrió una investigación paralela el 14 de octubre de ese año en la Argentina, ordenó intervenir el teléfono desde el que hablaba Segovia y descubrió que el hijo había hackeado el mail de Salomón para hacerse pasar por ese funcionario público. Pero nadie nunca supo contra quién quería atentar. En aquel momento, una fuente recordó ante Encripdata que alguien había enviado en 2008 una bomba a quienes investigaban la «ruta de la efedrina». El explosivo lo dejó en la casa de la fiscal Marisa De Virgilio, pero estaba destinado al juez Federico Faggionatto Márquez.

Eso fue lo más cerca que estuvo la Argentina de tener su propio Theodore Kaczynski, el «Unabomber» estadounidense.

Segovia, su copia argentina, no se dio por aludido.

Siguió hablando por teléfono. Algunas veces, como lo reveló Encripdatausaba un código tan sofisticado para que solo ellos entendieran el mensaje. De un lado de la línea, Segovia pronunciaba dos números relativos a un libro. El primero era la página y el segundo la ubicación de una palabra. Del otro lado, su interlocutor, con un ejemplar en la mano, decodificaba el mensaje. Así una y otra vez. Cinco años después, los detectives lo comprendieron: «Escribir: Vladimir, urgente, demostrar profesionalidad y eficiencia. Averiguar día exacto de llegada a Rosario. Bajar la aplicación Touche VPN para enmascarar IP. Agustín estar trabajando animado bit».

El libro en cuestión: El pequeño Larousse ilustrado.

Segovia usaba el método de «cifrado por libro».

Si en libertad consiguió traficar toneladas de efedrina a México, una vez en la cárcel se profesionalizó para cometer delitos difíciles de detectar incluso bajo vigilancia. Allí no solo hizo cursos de inglés sino que aprendió lo básico del idioma ruso. También hizo un curso sobre Inteligencia Estratégica, avanzó en la creación de una empresa de seguridad y hasta quiso registrar un dominio para lanzar un medio de noticias en Rosario.

Segovia habló más y más por teléfono. Esas escuchas telefónicas dejaron en evidencia, una vez más, que las cárceles, antes que lugares de reinserción social, son potenciadores de delincuentes: allí se comunicaba, por caso, con Ibar Esteban Pérez Corradi, traficante de efedrina como él; Martín Lanatta, condenado por el triple crimen de General Rodríguez; el colombiano David Sarría Ortíz, de la operación Luis XV; Ignacio Actis Caporale, alias «Ojitos», narco de Rosario; José María Nuñez Carmona, preso por el caso Ciccone; y Daniel Pérez Gadín, contador de Lázaro Báez, quien le aconsejó abrir sociedades SPL españolas, sociedades en Gran Bretaña o fronting en Suiza.

Con Lanatta, por caso, arreglaron para trabajar juntos en Rosario cuando fueran liberados. Lanatta, contento por la propuesta, le contestó: «Tengo la llave de algo que te vas a volver loco, te volvés loco, sí, me quedo allá, olvidate». Qué fantasías tenía en la cabeza Lanatta en el 2017 para cumplir una vez en libertad cuando un año atrás fue recapturado tras la triple fuga y hacia adelante le faltaba cumplir décadas de cárcel no solo por las muertes de Sebastián ForzaDamián Ferrón y Leopoldo Bina sino por los intentos de homicidio de los policías Lucrecia Yudatti y Fernando Pengsawath en su escape desde General Alvear hasta Santa Fe.

En otra carta, ya en el 2019, Segovia, a esa altura delincuente polirrubro, se descargó ante su hijo por la situación del país: «Me hinché los huevos de este país de negros y cobardes. El resultado de las elecciones me hizo un ‘click’ en la cabeza de la chota y sinceramente quiero que emigremos todos. Tengo 45 años y aún soy joven. No quiero que ustedes crezcan en esta sociedad enferma. Tampoco quiero irme a cualquier país. Pensé en UK o Dubai como destinos posibles. Tampoco quiero que emigremos como lavacopas. Quiero que tramitemos una visa de inversor así obtenemos la residencia y, en un futuro, la ciudadanía».

Se lo decía en serio: «Quiero que hagas un estudio profundo de esto, ver las posibilidades, averiguá en UK un permiso de residencia para inversores, monto mínimo de inversión, creo que podríamos empezar con un hotel o un asador de carnes argentinas (restaurante) donde trabajemos todos más el personal británico que obligen a emplear por ley. Por eso te dije por tel que mi ‘amigo’ quiere comprar un hotel en UK (mentira), era para yo tener una idea. Voy a comprar una sociedad offshore donde figures vos y mami en primer lugar para luego agregarme yo cuando no tenga más cuentas pendientes con la Justicia. Si podés pedirle a la Fundación Churchill una carta de recomendación para vos como exalumno y tus hermanos. Tené en cuenta que tal vez vivamos en una casa cómoda pero más modesta que la nuestra, en UK y en Dubai los inmuebles son carísimos».

Después volvió a su plan original: armar explosivos. Pero, una vez más, los detectives actuaron a tiempo: en la casa de Segovia estaban practicando cómo fabricar otra bomba. Para eso habían comprado cables eléctricos, un calibre de medición, una morsa de banco y una fuente de alimentación de 220 volts a 9 volts. Los policías federales también secuestraron el 13 de julio un fusil semiatuomático calibre 5,56 mm del tipo m4 (AR 15), municiones, un plano para armar una bomba casera y un manual de dudosa procedencia supuestamente de la CIA sobre explosivos.

En su indagatoria ante los fiscales Sergio Mola y Diego Iglesias, el acusado pidió que no investiguen a su hijo: «Es un nene, una criatura, es sano. No merece que esté detenido y se contamine con la cárcel. Quiero que tenga una vida normal. Es mi hijo, no hizo nada grave. Sí tienen que matar a alguien, mantenme a mí, no a él. La cárcel no corrige conducta social, yo voy a colaborar con la justicia, pero quiero que mi hijo esté fuera de todo esto».

Así, tras cinco años de investigación, esas cartas que intercambiaba con su hijo para armar cartas bombas y que no quemaron, ahora los queman a ellos. Siempre les quedará Gran Bretaña o Dubai.

 

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