Está de más decir que el narcotráfico y la política tienen una estrecha conexión, casi amorosa. Esta relación va más allá de partidismos o ideologías, se trata de un vínculo que puede hallarse a lo largo y a lo ancho del arco político.
La razón es elocuente, porque el negocio de la muerte financia a la política vernácula –y no vernácula- a través de aportes de ingentes sumas de dinero y servicios.
Lo antedicho viene a cuento de lo acontecido en el partido de Morón, comandado por Lucas Ghi, donde se repartieron folletos con el fin de “concientizar” respecto del “consumo adecuado” de narcóticos.
“El debate acerca de las políticas sociosanitarias de reducción de riesgos y daños es profundo y lleva muchos años. Va a la par de las acciones para prevenir y combatir el narcotráfico, que también abordamos desde el Municipio”, se defendió el intendente oficialista.
Lo curioso es que jamás mencionó cuáles son las acciones que se están llevando adelante para combatir el tráfico de estupefacientes.
Al margen de ello, tampoco está demostrado que la campaña de reducción de riesgos sea eficiente. “Tomá de a poquito para ver cómo reacciona tu cuerpo”, reza el folleto repartido entre los vecinos.
¿Acaso los consumidores habituales no conocen la reacción que la cocaína y/o las pastillas provocan? Esa frase parece estar invitando al convite a nuevos probables futuros adictos.
Entonces, no es alocado suponer que la reducción de riesgos que pregona el municipio es, en realidad, una fachada cuyo único objetivo es encontrar y atraer compradores hasta ahora fuera de ese mundo de lleno miseria, depresión y muerte.
¿Por qué no se hacen campañas de contención de consumidores, o se abren nuevas granjas para adictos, o se pelea realmente y de fondo contra el narcotráfico? La respuesta es simple: la caja es descomunal.
Por otro lado, se ha visto cómo funcionarios, incluso de primera línea, se han envuelto en tramas relacionadas con el negocio de las drogas: Aníbal Fernández, Mario Ishii, Fernando Espinoza, Sergio Massa, Sergio Urribarri, y una larga lista de etcéteras.
¿Por qué combatir un flagelo social tan espeluznante si resulta ser tan redituable? ¿Por qué tratar de evitar que la gente consuma si de esa forma se financia la política? ¿Cómo creer que alguien busca combatir el consumo de drogas si sus jefes o colegas se enriquecen gracias a ello? ¿Acaso creerá Ghi que la ciudadanía es estúpida, ciega y obsecuente?
Es triste ver cómo la dirigencia política no solo no tiene intenciones de combatir el consumo de sustancias toxicas, sino que encima lo fomenta. ¿Qué será de la Argentina en unos años? ¿Se convertirá en lo que ya se sabe? ¿Se estará en las puertas de un narcoestado digno de ser comparado con México?
Para responder esa incógnita es más que suficiente ver lo que sucede en Rosario, donde las bandas narcos han tomado el poder, no sin connivencia de la política, y hoy su avanzada es irrefrenable.