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Cuando las balaceras entre narcos se daban cada muerte de obispo

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Esta historia escrita con sangre que sucedió el 24 de mayo de 1993, unió a un cardenal, dos poderosísimos líderes de cárteles y al entonces presidente de México.
Esta historia escrita con sangre que sucedió el 24 de mayo de 1993, unió a un cardenal, dos poderosísimos líderes de cárteles y al entonces presidente de México.

El cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo eligió una camisa negra sin cuello sacerdotal. Era un tipo grueso, de casi dos metros, cabello cano, nariz achatada y ojos claros. A los 66 años estaba al frente de la arquidiócesis de Guadalajara. Aquella responsabilidad lo había convertido en una figura clave de la iglesia mexicana. Y a pesar de su temperamento retraído, no ocultaba el orgullo que tal circunstancia le causaba. Pero durante la mañana del 24 de mayo de 1993, sintió un extraño aleteo en el estómago. ¿Acaso se trataba del síntoma gástrico de un funesto vaticinio?

Mientras apuraba el segundo café, contempló de soslayo la ventana que daba al jardín.

Cuatro noches antes, un intruso había ingresado allí tras descolgarse del murallón. Pero la rotura de una maceta lo hizo volver sobre sus pasos. Eso ocurrió a horas de haber mantenido un vidrioso encuentro con un emisario del gobierno federal, cuyo tema era un secreto que él guardaba bajo siete llaves.

Quizás ahora evocara ambos episodios. Sin embargo, esas cavilaciones no lograron alterar el rictus impasible de su rostro. Aún así, su asistente, el padre Wenceslao, advirtió una sombra en su mirada. Finalmente, el cardenal apoyó el tazón vacío sobre una mesita, en medio de un silencio sepulcral.

 

Ese lunes, al salir de su residencia –unas lujosas habitaciones al costado de la Catedral metropolitana–, caminó con pasos lentos hacia la cochera para abordar un Grand Marquís negro que lo aguardaba con el motor en marcha. Luego, mientras el vehículo avanzaba sobre la avenida Alcalde, el chofer observó de reojo cómo su pasajero acariciaba distraídamente el tapizado del asiento.

Tal vez el asunto del intruso le seguía dando vueltas en la cabeza, al igual que el cónclave con el representante del Poder Ejecutivo. También es posible que haya alternado esos pensamientos con el nerviosismo causado por su futuro inmediato: tener que vérselas con el nuncio apostólico Girolamo Prigione, quien estaba estaba por llegar en un vuelo procedente del Distrito Federal. Porque Posadas Ocampo debía entregarle una información más que sensible.

Eran exactamente las 11:15 cuando el Grand Marquís ingresó, ya con cierto apuro, en la playa de estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara.

No solo los obispos van al cielo

En ese mismo instante, un pintoresco grupo de pasajeros formaba fila ante un mostrador de Aeroméxico. Entre otros, resaltaba un sujeto morocho de porte atlético. Era Gabriel Araujo (a) “El Popeye”. A medio metro, abrazado a una columna, estaba Alberto Bayardo Robles, quien tenía unas copas de más. La presencia de ambos en Guadalajara, junto a otros 15 tipos de sospechosa traza, obedecía a razones de trabajo: eran sicarios del cártel de Tijuana. Y habían llegado allí con el propósito de ejecutar al jefe del cártel de Sinaloa, Joaquín “Chapo” Guzmán. Como no lo encontraron, el hombre al cual servían, don Francisco Rafael Arellano Félix, les ordenó volver a Tijuana con las siguientes palabras: “El jale no se va hacer”.

Francisco Rafael, junto a sus hermanos Benjamín y Ramón, lideraba la –por entonces– más poderosa distribuidora de drogas ilegales del planeta. El clan controlaba a sangre y fuego el noroeste del país azteca sin permitir que ningún otro grupo se asomara por Tijuana. Sus envíos de marihuana, heroína y cocaína a Estados Unidos les reportaba ganancias de 100 millones de dólares semanales. Este individuo era un auténtico estratega.

...

Nacido hacía 44 años bajo el signo de Escorpio, solía lucir en su pecho un dije de oro y diamantes con forma de escorpión. Lo cierto es que él era un apasionado de su identidad zodiacal, al punto de que otro escorpión, pero de cemento, embellecía la fachada de su discoteca, Frankie Oh, en Mazatlán, al oeste de Sinaloa. Era el club nocturno más grande de México. Y su socio en este emprendimiento era su gran amigo, el campeón mundial de boxeo, Julio César Chávez.

El patrón de Tijuana poseía una elevada opinión de sí mismo, y durante una entrevista periodística supo describirse como “un empresario que arriesga mucho sin temor a perder”. En esos días se encontraba muy ocupado en su sangrienta rivalidad con el “Chapo” Guzmán

Ahora, durante el mediodía de aquel 24 de mayo, departía con Ramón en la sala de embarque. Su banda de sicarios estaba demorada en el check-in puesto que el estado etílico de Bayardo Robles hizo que los empleados de la compañía aérea pusieron reparos en que se subiera avión, pese a la insistencia de aquella muchachada.

En ese mismo momento se hubo una terrible casualidad: la llegada al playón del aeropuerto de un Buick verdoso en el cual iba nada menos que el Chapo, acompañado por tres guardaespaldas. En una 4x4 que los escoltaba iban diez matones a su servicio.
Seguidamente hubo lo que –hasta cierto punto– podría considerarse una segunda coincidencia poco feliz: ambos vehículos estacionaros detrás de un auto negro; era el Grand Marquís del obispo, quien continuaba en la cabina.

No faltaba mucho para el mediodía. Pero las agujas del reloj avanzaban con exasperante lentitud.

A las 12:35 llegó la nave procedente del DF. El nuncio Prigione fue el último pasajero en descender por la escalerilla. El cutis arrugado de ese anciano desentonaba con la pulcritud de su sotana.

No menor fue su sorpresa al advertir que, en vez de Posadas Ocampo, lo aguardaba en la pista un hombre retacón, junto a dos uniformados. No era otro que el jefe de la Policía Judicial Federal (PJF), Rodolfo León Aragón.

Éste fue directamente al grano, y le dijo:

–El obispo ha sufrido un accidente

Minutos después, al travesar el estacionamiento en un móvil de la PJF, Prigione pudo ver a través de sus gruesas gafas la magnitud del percance: los orificios que mostraba el Grand Marquís lo hacían parecer un queso gruyere. Y Posadas Ocampo continuaba en la cabina, pero desplomado en el asiento. Una lluvia de balas había acabado con él.

–Pos… estaba en medio del juego cruzado –atinó a decir Aragón.

Su frase fue opacada por una sinfonía de sirenas y voces de mando.

En los alrededores yacían otros siete cadáveres, y cinco más cerca de la entrada al hall. Entre ellos, atravesado por una ráfaga de ametralladora, el de Popeye. Y a metros del mostrador de Aeroméxico, Bayardo Robles ya dormía la mona eterna.

El Chapo y los hermanos Arellano Félix, junto a los sobrevivientes del sus guardias pretorianas, habían logrado poner los pies en polvorosa.

Alta comedia

En medio de la conmoción pasó inadvertida una orden del presidente Carlos Salinas de Gotari: no efectuarle la autopsia al cuerpo de Posadas Ocampo.

En resumidas cuentas, una de las hipótesis de su muerte hablaba –como lo había anticipado Aragón– sobre la fatalidad de un “daño colateral” en el marco del enfrentamiento armado entre dos bandas rivales. Y otra se basaba en la teoría de la confusión: los sicarios del cártel de Tijuana habrían incurrido en el error de confundir al obispo con Guzmán.

Éste –por otros motivos– fue detenido semanas después en Guatemala para ser extraditado a México, pero se escaparía en 1995. Y Arrellano Félix fue capturado en Tijuana al cumplirse seis meses del tiroteo y, en 2004, fue a parar a una cárcel de los Estados Unidos, siendo liberado un lustro más tarde.

En el ínterin, la causa por la muerte de Posadas Ocampo fue archivada.

Pero, en 1999, el padre Wenceslao reveló el tenor de las informaciones que el obispo debía entregar al nuncio Prigione: documentos, proporcionados por una mujer, que probaban el vínculo de destacados políticos y funcionarios con los cárteles de la droga. La “entregadora” habría sido nada menos que la primera dama, Cecilia Occelli, de quien Salinas de Gotari se divorció en 1994, luego de concluir su mandato.

La versión de Wenceslao le dio sentido tanto al encuentro del Posadas Ocampo con el misterioso representante del gobierno federal –quien intentó persuadirlo para que devolviera esos papeles– como al no menos enigmático intento de robo en su residencia

En este punto entró en escena un arrepentido que habría participado en la conjura: el ex militar Marco Torres García, quien señaló al policía Aragón como el orquestador de la masacre.

De hecho, para la DEA éste era nada menos que el enlace entre Salinas de Gotari, su secretario privado, Justo Cejas, y el segundo de la Procuraduría General de la República (PGR), Mario Ruíz Massieu, con los jefes narcos más importantes de México.

El resto fue dramaturgia pura: a sabiendas de que el obispo iría a recibir a Prigione al aeropuerto justo cuando la patota del cártel de Tijuana estuviera allí, Aragón manipuló a Guzmán con una falsa alarma para que se fuera de Guadalajara en un avión a esa misma hora.

El epílogo tuvo una sencillez atroz: con el único propósito de liquidar al obispo– todos ellos fueron emboscados por un escuadrón de sicarios estatales.

Esta parte de la historia jamás fue incorporada al expediente judicial. Y las arenas del tiempo fueron tapando la cuestión.

De modo que, ya en libertad, ambos jerarcas narcos prosiguieron con sus negocios y, por ende, con la enemistad que los unía.
Pero, con el paso de los años, el destino les fue adverso:

Arrellano Félix fue asesinado el 18 de octubre de 2013 en una fiesta infantil en Los Cabos por un sujeto disfrazado de payaso.

El Chapo Guzmán, luego de su captura en 2016, fue extraditado a los Estados Unidos, donde cumple una condena a perpetuidad en una cárcel de Colorado.

En cambio, ya alejado de la política, Salinas de Gotari sigue vivito y coleando.

 

5 comentarios Dejá tu comentario

  1. Preciosas las historias del exterior, pero en ARGENTINA tenemos realidades sobre narcotraficantes para hacer dulce.Me pregunto que ocurre porque esta mañana una Diputada de Santa Fe hablaba sobre el problema de ROSARIO con una radio de la ciudad de córdoba y el supuesto Periodista preguntaba si entró el narcotráfico a CÓRDOBA.O no queremos abordar el tema o que sucede.

  2. El Narcotráfico - Político - Sindical - FF. AA. FF. SS. y Policiales, ya esta en la Ex Argentina hace tiempo, de la mano de Duhalde y el entonces Diputado Varela Cid, quienes comenzaron desde las escuelas a dar charlas sobre este asunto, cuando solamente se conocía en altas esferas sociales, llevándolo a los estratos más bajos de la sociedad y ya se sabe cuando se dice que algo es prohibido, es el disparador para que todos quieran probar y más los adolescentes. Fue el comienzo del fin de la sociedad argenta, droga hasta en los kioskos de golosinas. Pero esto no esta en los medios, tiene nombre y apellido y muchos callan por temor o conveniencia crematística. No asombrarse, ya esta instalada y genera muchas divisas necesarias para bancar cualquier campaña, sea de miedo o electoral.

  3. En la Argentina los narcos no matan curas y, menos todavía, obispos. Pero,si continúan matando a los jovenes que caen en la adicción. Los narcos, en cambio, no caen en la adicción por la droga, pero, en cambio, se vuelven adictos al poder politico, compran ése poder y luego lo hacen hereditario. Con ésto, toda la familia, qué venían de las cloacas, se transforma en burguesa, con aires de Lord ingles con acento de Cambridge. Luego, casan a sus hijos con los burgueses locales y asi establecen dinastías provinciales, tan herméticas y " refinadas" cómo las europeas de Inglaterra, Francia o Italia. Ese, exactamente, es el caso del " Mestizo del Oro Blanco" en una de las provincias del norte. Ya tiene a toda la familia, " peronista" ocupando altos cargos y haciéndose hacer la felatio con los burgueses locales.

  4. Estimado Cristian Sanz: Dado que te apropias de artículos que en realidad no escribí para para este portal, agradecería que, al menos, menciones el medio en el cual fueron originalmente publicados.

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