Desde hace unos años se ha impuesto en los colegios secundarios, tanto públicos como privados, la costumbre del llamado “UPD” (“último primer día”) por la que los alumnos que van a egresar ese año celebran el que va a ser, efectivamente, su último primer día de clases.
La tradición empezó con un formato ligeramente “tranquilo” y básicamente en los colegios privados de la Capital, consistiendo, por lo general, en una reunión de algunos chicos que pasaban la noche anterior al primer día de clases juntos, generalmente en la casa de alguno de ellos.
La idea comprendía el hecho de ir, al día siguiente, todos juntos al colegio de alguna manera “poco habitual” (o en monopatín, o en patineta o alguna travesura de ese estilo).
Con el tiempo el UPD comenzó a degenerarse. Llegó el alcohol. Las noches en las casas de alguno de los padres se reemplazaron por noches en los boliches y la llegada en patineta cambió por ver quién llegaba más borracho. Muchos directamente no podían entrar al colegio por el completo estado de embriaguez. Estamos hablando de chicos de un promedio de 17 años.
Hoy fue el “UPD” 2023. Las escenas volvieron a repetirse en muchos colegios. La sensación de que esto se fue de las manos es compartida por algunos docentes, algunos padres y algunos especialistas en educación.
El “UPD” es un síntoma. Uno más de los muchos que la Argentina entrega cuando uno quiere chequear el estado de descomposición al que estamos llegando.
La situación es compleja porque nadie sabe cómo abordar el tema. Los padres se dividen entre los que consideran que se trata de “travesuras” de juventud que todos tuvimos en algún momento; aquellos que están preocupados pero que no pueden hacer nada para evitar que sus hijos asistan porque tratar de impedirlo sería peor; aquellos que se sienten, no diría “orgullosos”, pero sí compinches de sus hijos con quienes incluso comparten noches de alcohol y quizás alguna otra cosa; otros que creen que es un problema que los colegios deberían manejar de alguna manera y aquellos que niegan completamente la realidad. Por eso más arriba dije “algunos” padres, docentes y especialistas. No todos coinciden en el nivel de gravedad del síntoma. Porque el UPD es, repetimos, un síntoma.
El alcohol está haciendo estragos entre nuestros chicos. No sé muy bien cuál es la gracia que le encuentran (me refiero obviamente al abuso y a la “viveza” de emborracharse a propósito) pero lo cierto es que el fenómeno se ha expandido de modo exponencial.
El alcohol a su vez es, la reconocida por los especialistas, puerta de entrada a otras adicciones más complejas como la marihuana y la cocaína o también las drogas sintéticas. Muchas veces todo termina en un combo que conduce a la muerte.
Quienes en sus tiempos lúcidos se animan a hablar del tema confiesan que lo hacen para desinhibirse y perder el control. Otros dicen que lo hacen para olvidarse de algunas cosas. Sean cuales fueren las razones más o menos explícitas del fenómeno, está claro que tenemos un problema muy serio a nivel de las células formativas de la sociedad como son las familias y los colegios.
Más allá de que, como dijimos, haya algunos padres que incomprensiblemente crean que este es un problema de los colegios, está claro que las cuestiones que dan origen a este problema yacen en el seno de los hogares.
Y allí entramos en un mundo completamente inasible. Para algunos de nosotros puede resultar increíble que haya padres que consideren esto como algo sin entidad suficiente como para preocupar a nadie. O incluso que otros que se las den de “amigos” de sus hijos y quieran bajar a su altura para compartir con ellos estas “experiencias”. Pero sea cual fuere la raíz del conflicto que está emergiendo con estos formatos, está claro que hay una raíz.
Con ese dato como indicador sí podemos ensayar alguna teoría que explique lo que está pasando.
Es obvio que el país ha perdido todo respeto por la noción del “orden”. Es más, en muchos círculos (que incluyen no a adolescentes imberbes sino a adultos con concepciones mentales “revolucionarias” o que creen que viven en París en Mayo de 1968) la idea del “orden” está mal vista. Se ha esparcido la idea de que el “orden” es un concepto fascista que debe ser erradicado o, cuando menos, combatido.
Cuando en una sociedad impera el desorden lo que significa es que han entrado en un estado profundo de confusión algunos principios básicos del sentido común, incluido, por ejemplo, el hecho de que no se puede ir al colegio borracho.
Cuando una corriente intelectual empieza a discutir el principio de que ciertas cosas no pueden hacerse simplemente porque está mal que se hagan, la idea del orden se derrumba.
Naturalmente esto no ha ocurrido de casualidad. Se trata de una de las principales herramientas que el plan de dominio fascista ha puesto en marcha para controlar cada vez más poder. Los fascistas tratan a los demás como fascistas cuando quienes defienden la libertad (que los fascistas quieren eliminar) establecen límites de orden para que los individuos puedan conservar la plenitud de su independencia mental.
Si el fascismo lograra conquistar efectivamente la independencia mental de millones de personas, sus víctimas caerían como una fruta madura, tal cual lo promovieron los líderes del experimento fascista más profundo de la historia, la Revolución Rusa de 1917.
Destruir los embriones más iniciales de una sociedad está en el mismísimo origen del plan de dominación totalitario. La conquista de la mente joven por la vía de su completa obnubilación es un paso en el sentido de ese plan. La rebelión contra el “orden” sobre la base de que éste impone una restricción a la libertad conducirá, invariable y paradójicamente, a la servidumbre.
Si las razones de erupciones volcánicas como las del UPD no son estudiadas, abordadas y solucionadas, nuestros chicos seguirán el camino que ya muchos han comenzado: el de dejar de ser personas para convertirse en meros engranajes de un régimen que los mantendrá en la esclavitud.