Lo que comenzó como un circo que nunca se aclaró porque desde el principio fue oscuro, sigue siéndolo ahora. Me refiero al atentado a Cristina Fernández de Kirchner, un hecho como mínimo curioso que le dio visibilidad y argumentos de victimización a la hotelera condenada que siempre anda en busca de ellos como si esas excusas sensibleras pudieran borrar, de la mano de la lástima,  el robo que protagonizaron durante 20 años ella y su familia.

Ahora se ha generado todo un revuelo alrededor de dos asesoras de Gerardo Milman (a quien, a partir de una declaración tirada de los pelos de Jorge Abello -un asesor kirchnerista en Diputados que fue acusado de falso testimonio por decir que, desde unos 20 metros de distancia en el Bar Casablanca lleno de gente, había escuchado decir a Milman “cuando la maten yo voy a estar camino a la costa”-) porque una de ellas, Ivana Bohdziewicz -probablemente como represalia porque Milman la despidió- insistió en presentarse a declarar para decir que Milman a través de un perito le había borrado todo el contenido de su teléfono.

Ese teléfono, igual que el de la otra asesora del diputado, Carolina Gómez Mónaco, ya habían sido periciados y no se había encontrado comprometedor relacionado con el “atentado”.

La propia Bohdziewicz declaró también que ella misma estaba interesada en borrar el contenido del teléfono porque en él había fotos íntimas que no quería que se conocieran.

Que la vicepresidente base la presunción de una conspiración política financiada por Macri para matarla en la declaración de un militante propio (Abello) y que la Justicia le dé curso y andamiento a este circo justamente cuando el punto de partida no es nada más que ese (que Abello a 20 metros, en un bar cargado de gente le escuchó decir a Milman que iba a estar camino a la costa cuando la maten a Cristina) resulta francamente bizarro.

Fernández de Kirchner, de la galera, habría inventado la manera más sencilla de plantar dudas sobre un delito por el simple expediente de mandar a un esbirro propio a decir cualquier cosa para incriminar a quienes ella desea incriminar. Es lo más genial que se ha visto en la historia político-delictiva de este país.

Seriamente: ¿a quién se le puede ocurrir que Gerardo Milman, Mauricio Macri y Nicky Caputo hayan podido contratar a un conjunto de chocolatineros callejeros para matar a Cristina Kirchner? ¿Y a quién se le puede ocurrir que uno de los organizadores del atentado lo esté diciendo poco menos que a los gritos (porque de lo contrario Abello no podría haberlo escuchado) en un bar lleno de gente enfrente del Congreso? El solo raconto de los hechos mueve a risa.

Admito que para Cristina Fernández de Kirchner -si es que todo lo que ocurrió el 1 de septiembre de 2022 le es ajeno- debe resultar muy duro aceptar que su entidad solo alcanza para que los que urden un plan para matarla sean solo un conjunto de marginales que además de tener la cabeza quemada probablemente la tienen llena de locuras que quién sabe dónde leen. Pero de allí a mandar a un esbirro a decir cualquier cosa que ponga en movimiento una maquinaria judicial que termina sospechando de un diputado porque una de sus asesoras tenía fotos subidas de tono en su teléfono y él le sugirió borrar el contenido me parece demasiado.

En estos casos suele darse algo paradójico, parecido a la parábola del libro prestado. Muchas veces el dueño de un libro tiene la peregrina idea de reclamarlo a quien se lo prestó cuando este no se lo devuelve en un tiempo razonable. En ese momento, el famoso imperio del mundo del revés hace que el mal nacido sea el dueño del libro y no quien no lo devolvió: es el dueño el antipático y el irresponsable es un pobre tipo contra quien aquél no tuvo ningún tipo de “sensibilidad”: son las delicias de la sensiblería argentina.

Aquí pasa lo mismo. La jefa de una banda político-delincuencial sufre lo que en apariencia es un atentado. Las primeras investigaciones apuntan a un conjunto de marginales medio extraviados.

A la jefa el entramado le parece de poca monta, lejos de su altura. Entonces manda a uno de sus secuaces a decir que escuchó de la boca de un colaborador de uno de sus adversarios políticos una confesión reveladora, hecha sin ningún pudor en un lugar lleno de gente.

El cuento termina con que quien debe dar explicaciones es el adversario político y no el que aseguró escuchar algo que resulta absurdo por sus propias circunstancias y sus jefes.

Cada vez que puede Cristina Fernandez de Kirchner se declara proscripta y víctima de un intento de asesinato. Es más dice que es la única política que reúne ambas condiciones.

Todos sabemos que una de ellas -la proscripción- que ha sido una capitis diminutio que ella se echó sobre sí misma, por televisión, casi en cadena nacional. Lo que habría que aclarar es si el otro hecho no fue también una fabricación propia, algo que le diera una buena base para hacer lo que mejor sabe hacer: hacerse la víctima y hacerle creer a todo el mundo que todo lo que ocurre de malo bajo el sol argentino es culpa de los de demás menos de ella misma.

Quizás sea hora de invertir la parábola del libro prestado y en lugar de señalar al dueño del libro con la última basura que hay bajo las estrellas, empezar a ver qué hizo y quién es el que lo recibió prestado.