Muchos se preguntaban ayer cuántos votos adicionales había cosechado Javier Milei luego de que saliera a la luz el “Affair Insaurralde”.
El felino jefe se gabinete de Axel Kicillof en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, no duró 2 meses sin caer de nuevo en las garras de una catwoman a la que además de llevar de paseo a Marbella le regaló costosos presentes que ella, ni corta ni perezosa, grabó en un vídeo que desde un yate en el Mediterráneo, subió a sus historias de Instagram.
En efecto, Insaurralde ya era conocido en el ambiente por pedirle desesperadamente a su amigo Tinelli lugares en los estudios de Showmatch para ir a “pescar” buenas presas al “Bailando por un Sueño”.
De sus contactos allí, de repente, terminó enamorándose de Jessica Cirio con quien hasta llegó a casarse y tener una hija en 2014.
Hace poco trascendió que el matrimonio se había roto y que, como consecuencia de ello, la modelo le pidió 50 millones de dólares para arreglar su divorcio de manera consensuada. Las malas lenguas dicen que finalmente terminó aceptando 20 millones.
Como muchos ya se preguntaron acertadamente ¿cuánto dinero tuvo que haber hecho, en muy poco tiempo, un oscuro político de segundo orden para estar en condiciones de pagarle a su ex mujer 20 millones de dólares y para que ella haya creído que podía reclamarme 50?
Develado el viaje de Insaurralde y Sofia Clerici a Europa apenas una semana después de que “Chocolate” Rigaud fuera encontrado in fraganti retirando dinero en cajeros automáticos de cuentas pertenecientes a legisladores de la provincia de Buenos Aires por millones de pesos, no hay que ser Sherlock Holmes para concluir que la vida de lujos que Clerici subió a la red creada por Meta para satisfacer el show off de la gente, es la regla normal de la existencia de esta gente y que la punta del iceberg que apareció en el Mediterráneo en el fin de semana es tan solo eso: apenas una pizca de lo que el robo pornográfico al Tesoro Público les permite disfrutar a estos delincuentes vestidos con los trajes de la política.
Del otro lado de la escena, millones de zombies -que, con sus votos, pavimentan el camino de estos impresentables al poder- viven en el barro de la miseria, muchos de ellos sin siquiera tener lo suficiente para comer o para alimentar a sus hijos y a su familia.
El peronismo hundió ya a la mitad del país en la pobreza. Ochenta años de corrupción fascista, recargada con 20 años de castrismo a la violeta de los Kirchner, fue un cóctel fatal para aquel país que, antes de que apareciera Perón, era una de las 10 potencias más ricas del mundo.
Al lado de esa desgracia, una franja cada vez más ancha de argentinos ha perdido todo lo que tenía. En muchos casos, esa pérdida ha empezado por la dignidad.
Toda la infraestructura que había hecho de la Argentina la perla distintiva de América Latina (la educación, sus ferrocarriles, sus puertos, su sistema de salud pública) se fue cayendo a pedazos conforme los años fueron pasando y los dineros que deberían haber ido a parar a su mantenimiento y ampliación se fueron robando para terminar en los bolsillos de los políticos.
Ver la vida que llevan la mayoría de ellos (en especial los peronistas que solo podrían ver peligrar su vanguardia en la tabla de posiciones de las riquezas mal habidas gracias a las cuantiosas fortunas de los también peronistas dirigentes sindicales) contrastada con las penurias que en general pasa el pueblo pero que, en especial, sufre la masa de electores que los vota, causa repugnancia.
Lo curioso del caso es que el mayor grado de repugnancia lo siente la gente que no los vota: sus votantes parecen contentos vociferando cánticos de manada, todos confundidos en una masa informe que se parece más a una mancha que a un conjunto de individuos con capacidad de ejercer la única característica que distingue al ser humano de los animales: el ejercicio racional del pensamiento.
Muchos de esos argentinos a los que el peronismo les hizo perder para siempre la medida de su propia dignidad creen que a lo máximo que pueden aspirar en la vida es a una serie de limosnas que sus dioses les arrojen desde lo alto de las torres en las que viven.
Es más, ellos les perdonan que esas torres las hayan construido con la plata que les robaron a ellos porque gracias a eso muchos de sus “vecinos” que, con otro sistema, quizás habrían progresado más que ellos, ahora sufren también los dramas del infortunio.
Parecería que eso es suficiente para satisfacer su necesidad más apremiante: no ver a uno de “los suyos” avanzar en la vida más rápido que ellos mismos. Qué un “Dios” que le corta la cabeza a todos a la misma altura se haya enriquecido a fuerza de robarles, no importa: lo único que importa es que ninguna de sus cabezas sobresalga más que la del vecino.
Una generación nueva que, lamentablemente tiene una vaga idea de cómo es el mundo libre no porque se lo hayan enseñado en el colegio sino porque lo ve en las imágenes de las redes, ha tomado conciencia de golpe de lo que le fue robado.
El sonsonete de sus padres contándoles cómo Evita les había regalado un pan dulce a sus abuelos ya no los conforma.
En esos mismos dispositivos en los que ven las imágenes de la vida afluente fuera de las fronteras de la Argentina, también ven a Insaurralde de paseo en el Mediterráneo entre copas de champagne, mujeres voluptuosas y carteras Louis Vuitton.
En esos mismos tiempos, un personaje de pelo revuelto que jugaba al fútbol y hacia covers de los Rolling Stones salió a explicarles que su escasez se explica por la abundancia, no de sus pares vecinos (mentira envidiosa sobre la que se construyó el social-nacionalismo peronista) sino, justamente, por la de los que les habían metido toda esa mierda resentida en la cabeza.
Hay momentos en que la aparición de una persona que dice lo correcto en el momento justo puede desencadenar hechos disruptivos en la vida de un país.
La ciencia política suele llamar a esas apariciones como “cisnes negros”, es decir, factores inesperados que, quizás por excesiva confianza en el statu quo de los que hasta ese momento tenían la sartén por el mango, rompen el tablero de lo establecido.
Los cisnes negros suelen tener la razón sobre los hechos y cierta orfandad sobre el dominio de las variables que se precisan para cambiarlos.
Esa orfandad no es atribuible a una falla de ellos o de su discurso sino a que la propia dinámica de la sociedad que quieren cambiar no los dotó con las herramientas para hacerlo.
Es lo que le ocurre a Milei: impecable matemática y económicamente en lo que argumenta no tiene la infraestructura necesaria para torcer el sistema sin romperlo.
Quienes deberían aprovechar este momento único en la historia reciente tendrían -en principio- las herramientas (los gobernadores, los diputados, los intendentes, los senadores) para torcer el sistema sin romperlo. El problema es que no terminan de dar una prueba contundente de que realmente quieren ir a un cambio de régimen económico.
Y eso sucede porque JxC es una asociación sui generis de ideas muy diferentes a las que les cuesta consensuar alrededor de lo que hay que hacer.
Obviamente la llegada de Carlos Melconian y su equipo supuso un progreso enorme en ese terreno. Pero parece que aún no es suficiente para convencer a una mayoría electoralmente decisiva de que, eligiéndolos a ellos la curva de la abundancia se invertirá y viajará de los políticos hacia los ciudadanos y no al revés, como ha sido hasta ahora.
¿Será el Affair Insaurralde un cisne negro dentro de otro cisne negro? Nadie lo sabe aún. Pero no hay dudas de que lo que explotó en las opulentas aguas del sur de España es una grosería que coincide perfectamente con lo que Milei viene denunciando hace tiempo. ¿Es su culpa que haya encontrado un mejor packaging para vender el mismo producto que JxC? No lo creo.
Si JxC no se animó a darle la teatralidad suficiente a su correcto mensaje, habrá que averiguar quiénes fueron sus estrategas. Quizás al hacer esa investigación descubramos de paso las causas de por qué su táctica no se animó a los extremos gráficos de Milei.
La política se ha vuelto hoy en día un recipiente lleno de impactos. Los impactos positivos o negativos son los que pueden torcer una decisión que tiene mucho de pasional.
Insaurralde le propinó este fin de semana un impacto poco menos que mortal al peronismo.
Milei hace rato que encontró una veta para impactar positivamente en la repugnancia de la gente.
Entre ambos JxC, que hasta no hace mucho era el canal más apto para derivar las ansias de invertir el sentido de tanta mierda, decidió jugar fichas muy suaves para no ofender a nadie dentro de las cúpulas que los integran.
La Argentina se haya en un momento en donde puede perder la oportunidad de su vida porque el que tiene más claro cuál es el problema que la hundió decidió insultar a quienes tienen las herramientas para hacerla salir a flote.
Sin la unión de las ideas correctas con las herramientas posibles, el obsceno peronismo quizás tenga una nueva oportunidad de seguir produciendo Insaurraldes que se caguen en la vida de la gente.