A veces uno entra en la duda y se pregunta: ¿pero entonces no será que, además de la troupe de bandoleros que han asolado el Estado, también existe una legión interminable de burros que tiene en la cabeza una idea que es exactamente la opuesta a cómo el país está institucionalmente organizado?
La última versión de esa duda me asaltó en estos días cuando los eternos gobernadores le plantearon al Presidente electo que no iban a poder pagar los aguinaldos, insinuando que el problema debía resolverlo él. Es algo con lo que antes de las elecciones ya había amenazado el asaltador-serial-del-Estado-con-parientes, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, cuando dijo eso para justificar su voto a Massa.
Ahora se han sumado varios, especialmente -claro está- los peronistas.
Pero lo más curioso de todo este disparate no es la amenaza (o, digamos, la “preocupación”) sino el argumento que usan para dirigir esa admonición al Presidente electo.
Ellos dicen que el gobierno debe respetar el federalismo y resolver, de algún modo, el problema de las provincias. Perdón, ¿cómo?
Con toda naturalidad, Javier Milei, cuando los periodistas le contaron lo que los gobernadores estaban planteando dijo, “la Argentina es un país federal, de modo que son los gobernadores los que deben ver cómo solucionan ese problema: si no tienen dinero para pagar los aguinaldos que corten otros gastos y respeten primero a sus empleados”.
Quienes leyeron hasta aquí las dos posturas, ya se habrán dado cuenta de la contradicción entre ambas: tanto los gobernadores como el Presidente electo dicen que el problema lo tiene que resolver el otro (los gobernadores, el Presidente y el Presidente, los gobernadores) apoyados en el mismo argumento: la Argentina es un país federal.
Para resolver quién de los dos está equivocado -si los gobernadores o el Presidente electo- no solo habría que leer la Constitución sino recordar lo que se supone es lo que todos ellos aprendieron en el colegio secundario, esto es, que cuando un país adopta para su gobierno la forma federal de estado, los estados federados son, en cierta manera, independientes del poder central y todo el poder no delegado por aquellos en éste es de exclusiva competencia de los primeros.
Entonces, vuelvo a la pregunta inicial: ¿más allá de saber que los gobernadores peronistas forman parte de la banda de pistoleros que ha asaltado el poder hace décadas, no será que también son un conjunto importante de burros?
Ya son años de acumulación de esta interpretación ignorante acerca del sistema que nos rige. Son años de elogios a los gobiernos centrales que reparten plata a las provincias porque por eso se entiende un gobierno “que respeta el federalismo”; son años de la cantinela que habla de que el gobierno central debe compensar a las provincias “pobres” respecto de las provincias “ricas…” Son muchos años de burradas.
Una vez a mediados de los ’90, estando yo en Radio América, entrevisté al entonces gobernador Bernabé Arnaudo, de La Rioja. La conversación no demoró mucho en llegar al punto obvio: la cantidad de empleados públicos que tenía la provincia. Cuando le cuestioné eso al gobernador, Arnaudo me dijo muy suelto de cuerpo: “¡Y qué quiere que haga, en La Rioja no hay nada qué hacer!” Yo no podía salir de mi asombro. “Perdón”, le dije, “¿cómo que no hay nada para hacer? ¡Yo diría que está todo por hacerse!”. Arnaudo me dijo, con ese particular tonito riojano: “Nooo, La Rioja es una provincia muy pobre”.
O sea la brecha oceánica que hay entre lo que esta gente tiene en la cabeza y las estrategias que generan riqueza, desarrollo y abundancia en el mundo, es de tal dimensión que uno se pregunta si, alguna vez, podrá disminuirse.
En términos de la concepción que genera progreso no hay tal cosa como “provincias pobres” o “lugares pobres” como si esos fueran designios antedatados de la Naturaleza. Bajo esas ideas, la riqueza está en la cabeza y en la formación de la gente, no en la presunta existencia de más o menos recursos en un lugar físico determinado. Eso, incluso con independencia de que, en el caso de La Rioja, ni siquiera es cierto, porque se trata de una provincia riquísima en términos de recursos naturales; solo hay que tener ganas de explotarlos e impulsar un sistema de estímulos para que los riojanos se sientan empujados a hacerlo.
Pero, por una razón de “conveniencia” o por burros, gran parte de los argentinos han entendido todo mal o -a propósito- el sistema educativo no se los enseñó.
¿Cómo es posible que, teniendo la Constitución que tenemos, que ella se haya originado como se originó; teniendo las fuentes que tiene y la escuela jurídica a la que pertenece, no se enseñe en los colegios la teoría básica del derecho constitucional y de su fuente directa, el derecho constitucional norteamericano? ¿Cómo es posible que la educación argentina (en el mejor de los casos que le preste atención a alguna historia jurídica universal) prefiera la enseñanza de las instituciones europeas (con las que nuestra tradición constitucional no tiene nada que ver) en lugar de centrarse en enseñar cómo funciona el sistema madre que le dio origen al nuestro?
En la inexistencia de respuestas a todos esos interrogantes se halla -paradójicamente- la respuesta al misterio de por qué los gobernadores creen que un gobierno “que respeta el federalismo” es un gobierno que le manda plata a las provincias.
¡¡¡Noooooo…!!! ¡¡ Burros!! Un gobierno central que respeta el federalismo responde cómo respondió el Presidente electo: ese es un problema de ustedes: administren sus jurisdicciones (que para eso se reservaron en la Constitución su propia autonomía) y resuelvan sus problemas solos. De lo contrario, la Argentina sería un país unitario en el que están centralizados todos los poderes en un amo principal que se encarga de su rebaño.
En la Argentina la historia indica que la “causa federal” fue más que nada abrazada como un capítulo más de la novela pobrista que nos acompaña desde que nacimos, antes que una reivindicación de autonomía federativa.
Identificado el unitarismo como las ideas de los señoritos ricachones de Buenos Aires, todo aquel que se opusiera a ellos y estuviera con los “pobres” debía ser federal. Eso incluía, sí, un reclamo por el reconocimiento de las realidades y costumbres propias de las provincias, pero no una paralela devoción por conservar el poder de hacer las cosas como a los pueblos del interior les pareciera… Muy especialmente cuando de trabajar se trataba.
Como decía Alberdi, nuestra sociedad había sido educada en la holganza del fiscalismo español que consistía en hacerle creer a la gente que un capitoste central resolvería todas las necesidades de los súbditos, una especie de “peronismo de avanzada”.
El Padre Fundador advertía que “su” Constitución venía a dar vuelta como una media esa concepción y a enseñar que el trabajo libre y fecundo era el que despejaba el camino hacia la afluencia. Todo ese andamiaje filosófico que nutre a la Constitución debió haber sido enseñado en los colegios. Se hizo -con tropiezos, pero se hizo- durante un tiempo. Pero -luego de que lo que el Tata Yofre llamaría “La Tendencia”- ganó definitivamente la batalla cultural, se barrió para siempre con cualquier atisbo de transmitir, a través del sistema educativo, los valores de la iniciativa individual y de la “independencia” de los estados federados (que nuestro país ya comenzó mal llamándolos “provincias”)
“Provincias” viene del Latin “Pro Victor”, esto es “Para el Vencedor”, como si ese territorio fuera una propiedad del que ganó. No, no, no: aquí las provincias no son de nadie. Son estados federados autónomos con capacidad de elegir sus propias autoridades y regirse por sus propias normas en todas las cuestiones cuya competencia no hayan delegado expresamente en el poder central. Eso conlleva libertades y responsabilidades. Administrar correcta y eficientemente sus propios fondos y recursos es una de estas últimas. Ese es el verdadero federalismo, no el que la máquina gramsciana del peronismo ha estado multiplicando como una enorme polea de transmisión durante los últimos 80 años.
Esta mentalidad rentista es la que lleva a los gobernadores a insinuar que el gobierno del Presidente Milei deberá resolver el problema. Por suerte la Argentina, por primera vez en 100 años, eligió con una contundencia electoral sorprendente, a un presidente que tiene claro a Alberdi en su cabeza.
Los demás, si alguna vez lo leyeron, deberán volver a hacerlo.