Javier Milei es impulsivo. Muy. Y lo demostró en las últimas horas, cuando decidió retirar el proyecto de Ley Bases de la Cámara de Diputados y devolverlo a comisión. Por puro capricho.
“Para sancionar esa porquería, prefiero no tener nada”, le dijo a Martín Menem, su hombre en la cámara baja.
Acto seguido, “escrachó” a los legisladores que oficiaron el revés a través del retuiteo de un hilo de Twitter.
Lo que viene es consabido, o sospechado. o especulado. El presidente liberatario se vengará de los “traidores”, principalmente los gobernadores, a quienes acusa de haberle llenado la cabeza a los diputados para que voten como votaron.
El pinzamiento operará a través de los fondos que la Nación envía a las provincias, ya sea por coparticipación. Ya sea por envíos discrecionales. Ya sea por otras vías.
Su usual paranoia no le permite a Milei darse cuenta de que la culpa no es de los gobernadores o los diputados. No al menos toda la responsabilidad.
Para él es más sencillo quitarse toda pátina de autocrítica. Es lo más sencillo. Pero la realidad es que el envío del enorme mamotreto denominado “Ley Ómnibus” fue un error garrafal, presumiblemente por su falta de expertise en las lides “ejecutivas”.
Allí se mezclaron tópicos de enorme relevancia con otros insustanciales. Artículos de importancia superlativa con otros irrelevantes.
El hecho de intentar “colar” todo de una vez produjo lo imaginado: horas y más horas de debate y la objeción de propios y ajenos, mientras el país sigue sufriendo por la inflación, la recesión, el desempleo y todo lo demás.
Milei debería recapacitar respecto de lo sucedido, para no volver a cometer el mismo error. Pero no lo hará. Se quedará en la anécdota. Se anclará en el “chiquitaje”. Porque es su naturaleza.
Él nunca se equivoca. Es el “mesías”… Y lo peor es que realmente lo cree.