Si bien a Javier Milei le fascinan los misterios religiosos, es un economista que se siente tan obsesionado por los números que propende a pasar por alto otros temas, comenzando con los vinculados con la política. Puesto que casi todos los problemas más angustiantes de la Argentina han sido agravados por el colapso de la economía, la “deformación profesional” que distorsiona su visión del mundo puede considerarse muy positiva.
Es lo que piensa la mayoría que, conforme a las encuestas, sigue apoyándolo; el sesenta por ciento de los consultados entienden que, sin una economía que funcione bien, no será posible mejorar la situación del país en otros ámbitos, como el educativo, el de salud y todo lo relacionado con la seguridad ciudadana.
De ser un país en que durante décadas los dirigentes políticos se comportaban como si creyeran capaces de obligar a la economía a adaptarse a sus prioridades particulares, la Argentina se ha convertido en uno en que buena parte de la población se ha resignado a someterse a los dictados del mercado.
Parecería que, en el reino de los números económicos, el proyecto de Milei está anotándose algunos éxitos importantes, pero los triunfos técnicos que festeja el presidente y que le han merecido la aprobación de comentaristas especializados de otras latitudes aún no han incidido en la vida real de los habitantes del país.
Quienes se oponen al ajuste que, desde luego, cualquier gobierno hubiera tenido que aplicar a menos que optara por dejar que la hiperinflación barriera todo en su camino por suponerse capaz de sacar provecho de la miseria generalizada resultante, apuestan a que, dentro de un par de meses, la mayoría cambie de opinión y empiece a rebelarse. Mientras tanto, siguen “poniendo palos en la rueda” con la esperanza de asegurar que las protestas masivas con que sueñan se produzcan pronto y obliguen al gobierno a elegir entre irse y cambiar de rumbo.
¿Es lo que les conviene? ¿No sería de interés de los kirchneristas y aquellos que comparten su hostilidad hacia el gobierno libertario permanecer quietos hasta que Milei y Luis Caputo hayan terminado el “trabajo sucio”, para entonces ponerse a militar a favor de un orden que a su juicio sea menos antipático que el previsto por los “anarco-capitalistas”?
Después de todo, desde el punto de todos, salvo los comprometidos con una variante extrema del colectivismo, sería mucho mejor cumplir funciones en un país solvente próspero e internacionalmente competitivo de lo que sería formar parte de la elite política de uno que se vea crónicamente convulsionado por crisis económicas.
Liberalismo vs estatismo
Si sólo fuera cuestión de un episodio más del conflicto ya tradicional entre el capitalismo liberal y el estatismo igualitario, todo sería más sencillo, pero no se trata solamente de diferencias ideológicas. También hay que tomar en cuenta el temor que sienten muchos que se han visto beneficiados por la corrupción.
Algunos creen que fue gracias a tales personajes que, luego de recibir el apoyo de la mayoría de los diputados que coincidía en que sería necesario liberar una economía estrangulada por un sinfín de requisitos burocráticos, el DNU desregulador comenzaba a ser repudiado por quienes se verían perjudicados por cláusulas específicas, como las que les impedirían acceder al dinero de los fondos fiduciarios.
A inicios de su gestión, Milei brindaba la impresión de no querer atacar frontalmente la corrupción, acaso por entender que el mercado libre no tardaría en privar de oportunidades a los acostumbrados a enriquecerse a costillas de los contribuyentes, pero pronto entendió que, para reducir el gasto público, tendría que poner fin a una multitud de negociados.
Puesto que, por comisión u omisión, políticos de virtualmente todos los partidos estaban involucrados, llegó a la conclusión de que tanto el Congreso nacional con las demás legislaturas eran “nidos de ratas” resueltas a impedirle llevar a cabo la gran obra de limpieza que creía imprescindible para que la Argentina comenzara a sacar provecho de su abundante capital humano.
Maltratar sin distinción a los políticos está ocasionando muchas dificultades al gobierno libertario.
A menudo, parece que el adversario más temible de Milei no es Cristina u otro opositor declarado sino Milei mismo.
Por temperamento y por su condición de outsider nato, se resiste a abandonar el rol de flagelo de “la casta” que resultó ser tan eficaz cuando estaba en campaña pero que, una vez en el gobierno, sabotearía sus intentos de implementar un programa de reformas que, a pesar del dolor que está provocando, aún tiene el respaldo del grueso de la población que está convencido de que cualquier alternativa sería todavía peor.