Lo sabemos aunque nos rebelemos contra ello: a más demanda mayores precios. Es más, cuando los precios de algunos productos crecen debido a que se los demanda más, ese aumento, debería llevar un nombre diferente al de “inflación” porque, en ese caso, el aumento no se debe a que hay que utilizar más unidades monetarias para comprarlos (porque las unidades monetarias valen, cada una de ellas, menos) sino porque la valorización intrínseca del bien creció.
Esa valoración social que lleva a la gente a consumir más cantidades de ese producto confirma que se ha vuelto más valioso y que, por lo tanto, se ha vuelto “verdaderamente” más caro. No hay “aire” en el precio por el cual se vende sino “valor” real, aquel que la gente le da al demandarlo.
La explicación inversa es lo que lleva a ver con claridad un fenómeno aparentemente contradictorio como es la “estanflación”, es decir, estancamiento con inflación. En apariencia si la productividad se estanca y la actividad cae eso conduciría a una menor demanda de bienes con lo que los precios deberían bajar. ¿Por qué suben si la demanda baja? Pues porque, en realidad, no esta subiendo el precio (si definimos “precio” como el número que refleja el valor intrínseco que la sociedad le asigna al producto por la preferencia que manifiesta por él) sino que está cayendo el valor del dinero que la gente tiene en su bolsillo para comprarlo: al caer ese valor se necesitarán más unidades monetarias de esos billetes para seguir pagando por algo cuyo “valor” (esto es, la preferencia social por ese producto) no ha variado.
La técnica de secar la plaza monetaria para que la escasez de moneda levante su valor y se vuelvan a necesitar menos unidades monetarias para comprar los bienes que antes requerían más (lo que para simplificar las cosas definimos como una “baja de los precios”) tiene una limitación. En algún momento de ese proceso, y como consecuencia del reordenamiento monetario, la actividad económica comenzará a recuperar su ritmo. Al haberse revalorizado las unidades monetarias de los billetes la gente advertirá que puede comprar, usando la misma cantidad de billetes que el mes pasado, más productos. Esa “reactivación” sostendrá o incluso aumentará los precios.
Es lo que está ocurriendo en el último par de meses en los que a la medición de precios le cuesta perforar el piso de 4% mensual.
Ese hecho ocurre contemporáneamente con otro efecto técnico del “plan platita” de Sergio Massa: a pesar del cierre de todas las canillas de emisión aún queda un rezago monetario en la plaza que “corre” hacia los productos agregándole “aire” inflacionario. En esas partículas de la composición del precio de los productos no hay cambio de las preferencias sociales por él: lo que hay es “aire”, ficción.
Esa ficción nos enfurece porque nos hace creer que algún malnacido está, vía precios, quedándose con una plusvalía injusta. Pero no es así. La propia naturaleza malsana de la inflación nos permite explicarlo mejor.
Cuando se recurre a la emisión para “poner plata en el bolsillo de la gente” recibimos esas noticias con alegría: ¡tendremos más billetes! El pequeño truco consiste en que, por su propia abundancia sin respaldo, el valor unitario de esos billetes será menor con lo cual tendremos que usar más de ellos para comprar lo mismo. Es la otra cara de la ficción, la otra cara del “aire”: una nos enfurece y la otra nos pone contentos, pero si no las interpretamos juntas no entenderemos la naturaleza del engaño. Es la actual guerra por el ingreso de los jubilados, por ejemplo.
La única manera de “poner plata en el bolsillo de la gente” o de hacer que que la plata que la gente ya tiene en el bolsillo valga más (es decir, que necesite menos unidades monetarias para comprar lo mismo o incluso más que antes) es hacer que la producción de bienes y servicios que respalda la creación de dinero, aumente.
Para que la producción aumente es necesario que el costo de la productividad baje, o sea que sea proporcionalmente más barato que antes producir la misma cantidad de producto.
Eso se logra con un aumento considerable de la inversión que, por el uso intensivo de bienes de capital, permite que donde antes se producían dos unidades de producto, por ejemplo, ahora se produzcan tres o cuatro. El diferencial de valor tendrá dos destinos invariables: aumentará la rentabilidad del productor y bajará el costo del consumidor. ¿Pero pueden darse los dos fenómenos virtuosos al mismo tiempo? ¿O la mayor rentabilidad del productor será a costa del mayor precio que pague el consumidor?
En una economía libre no solo es posible que ambos fenómenos ocurran al mismo tiempo sino que es lo normal. Un productor sólo podrá hacerse de una mayor utilidad en perjuicio del consumidor cuando este último este preso de la dependencia de ese productor. Pero cuando, al contrario, el consumidor puede migrar a otro productor del mismo bien a un mejor precio (que es lo que ocurre, precisamente, en las economías libres), el productor del primer ejemplo deberá (como mínimo) converger a los valores de su competidor para seguir en el mercado; de lo contrario los otros productores lo expulsarán de él.
Este mecanismo de relojería espontáneo es el que se hace mil pedazos cuando el Estado interviene en la economía fijando, de modo artificial, precios que no son precios sino, simplemente, números arbitrarios.
En la Argentina perokirchnerista este fenómeno se llevó a extremos disparatados. Por la vía de vender el verso sensiblero de que el Estado intervendría para “equilibrar” las “injusticias” lo que se produjo fue un verdadero descalabro en donde al tocar una “ficha” del tablero económico se movían (de manera indeseable) 20 fichas. Para solucionar el efecto colateral adverso que producía el movimiento de esas 20 fichas, se movían 40 nuevas, con lo que se desajustaban 150 nuevas fichas…
Con el correr del tiempo este dominó macabro terminó convirtiendo a la economía argentina en un enjambre de fichas cuyos titiriteros ya ni sabían por dónde empezar a controlar.
Este mecano se convirtió en una torre de babel que necesitaba cada vez más parches para estirar la agonía. Los parches, en general, fueron nuevas formas de gasto que llevaron a la proliferación de una catarata tal de impuestos cuya administración es imposible y cuyo pago se evade haciendo que la energía de la sociedad se vaya en ese juego de gatos y ratones en lugar de estar concentrada en trabajar mejor, lo cual muchas veces trae el efecto secundario beneficioso de trabajar menos. En la Argentina perokirchnerista fue todo al revés.
A su vez la catarata de impuestos pegó directamente en la línea de flotación de la productividad porque, en lugar de poner la plata en nuevas inversiones, los productores debían dedicarla a pagar impuestos (está claro que el juego del gato y el ratón para tratar de evadir el pago de algún impuesto tiene severas acotaciones y que , en su mayoría, el Estado -generalmente bajo amenazas- logra aspirar la mayoría de los recursos que le impone a la sociedad o una parte sustancial de ellos).
Al caer la productividad (y en consecuencia la producción) los bienes se hicieron más escasos (de hecho el PIB argentino está completamente estancado desde 2011) frente a una creciente producción de billetes que, junto con los impuestos, fue la otra herramienta usada para estirar la agonía del relato intervencionista. Todo ese cóctel llevó la inflación a la estratósfera.
La perforación del piso de inflación del 4% mensual se producirá recién cuando la confianza de los productores en el rumbo general de la economía se afiance (al ver, por ejemplo que los impuestos y las regulaciones bajan) y haga que “desvíen” fondos que hoy básicamente utilizan para defenderse de los imponderables estatales y los dediquen a invertir en infraestructura de capital que aumente la productividad y la producción poniendo, de ese modo, más producto en el mercado propendiendo a la baja de precios. Eso, junto a una plaza monetaria seca, demolerá el aire ficticio de la inflación.
Pero mientras tanto la Argentina estará presa de esa manta corta que la obligará a elegir entre un mayor nivel de demanda (que levantará los precios) y una profundización de la restricción monetaria (que retardará la reactivación).
Aunque muchos no puedan creerlo, de manera irregular (es decir, no pareja en todas las actividades) se está produciendo un aumento en la demanda de ciertos bienes y servicios, lo cual, combinado con la persistencia del rezago monetario de Massa, conspira contra la perforación del piso del 4%.
Pero como los “números” no significan nada sin ‘’acción humana” (el célebre título de la obra de Ludwig Von Mises) que estas elucubraciones económicas se verifiquen en la realidad a tiempo, dependerá de un factor intangible como es la paciencia social. Ese fino desfiladero por el que las curvas de la macro y microeconomía deben cruzarse depende en definitiva de algo tan inasible como el humor. Es por eso que la malicia perokirchnerista está trabajando sobre él.