Esta semana, dirigentes de La Libertad Avanza (LLA) lanzaron la agrupación “La Carlos Menem”, un nuevo espacio que busca integrar el ecosistema del oficialismo y reivindica la figura del exmandatario fallecido en el 2021.
El acto contó con la presencia de diversas figuras del Gobierno, además de personalidades liberales, conservadoras y del peronismo, incluyendo al exsecretario de la Presidencia Alberto Kohan y a Zulemita Menem, hija del otrora presidente riojano.
Es curioso, porque, si bien hubo algo de orden económico y mejora del poder adquisitivo, los años del menemismo se caracterizaron por la hiperbólica corrupción, el ingreso del narcotráfico y el crecimiento del crimen organizado.
Quienes denunciaban hechos de corrupción aparecían asesinados en extrañas circunstancias. ¿Es eso acaso lo que busca reivindicarse? ¿O qué? No se entiende.
En 1996, hace justo 28 años, escribí mi primer libro, “La mafia, la ley y el poder”. En el prólogo, hice una descripción descarnada de lo que eran los días del menemismo. Con lo bueno y lo malo. Vale la pena releerlo, para entender de qué hablamos cuando hablamos de aquella década:
La llegada de Carlos Menem al poder ofició en la historia argentina como una suerte de bisagra, un “antes” y un “después” en la política. El arribo del menemismo al Ejecutivo nacional cambió todo, para siempre. Desde la concepción misma de la política hasta la forma de ejercerla.
Incluso la manera de financiarse para lograr objetivos partidarios. Menem destrozó sus propios escrúpulos para lograr su objetivo, pulverizando sus propias promesas de campaña, desde el “salariazo” hasta la “revolución productiva”. No es que no cumpliera con lo que había jurado que haría, lo cual hacen todos los políticos, sino que directamente hizo lo contrario a lo que había augurado. “Si decía lo que iba a hacer no me hubieran votado”, se excusó luego.
Pero la mentira no tiene justificación. La mentira es mentira y listo. Y Menem mintió. No obstante, la sociedad pareció perdonarle todo, porque la economía empezó a normalizarse y la inflación se congeló. La corrupción, el crimen organizado y todo lo demás fue pasando a un segundo plano entonces.
Pero no son datos menores, sino todo lo contrario. Porque es lo que quedará en la Argentina. El legado de lo que construyó Menem. El ingreso del narcotráfico y el lavado de dinero. La mafia siria. Los atentados en Buenos Aires. La muerte de su propio hijo. Ya nada será igual, como se dijo. Y no habrá vuelta atrás. Porque no se negocia con la mafia y luego “se rescinde el contrato”, así como así.
La mafia “cobra al contado” sus favores, y Menem lo sabe por la muerte de su vástago, ocurrido hace un año y medio, en marzo de 1995. La trama es bien sencilla: luego de ganar la interna contra Antonio Cafiero, en 1988, Menem viajó a la tierra de sus ancestros, Siria. Prometió “el oro y el moro” a cambio de que le financiaran la campaña. Y le dieron cerca de 8 millones de dólares a cambio. El problema es que esas promesas incluían el lavado de dinero del narcotráfico y el “obsequio” de un reactor nuclear, como se relata con detalle en este mismo libro.
El incumplimiento de todo ello provocó los tres atentados en Argentina: embajada de Israel, en 1992; AMIA, en 1994; y la muerte de su hijo, en 1995. Fueron un lunes, martes y miércoles. Por eso, aquellos que se conforman con que la economía funcione medianamente bien, cometen un grave error. Porque el precio es muy caro.
Lo que expone esta investigación es todo ello y más: la corrupción en estado puro. Pero no solo eso: los vínculos de Menem con el tráfico de drogas y el crimen organizado. Está todo contado de manera amena, como si fueran distintos episodios de una misma trama. Una continuidad perversa, que no terminará en la última página de este libro, sino que seguirá, Dios sabe hasta cuándo.