Desde que tengo memoria, admiro a Jorge Lanata. En parte, decidí ser periodista por él. Porque el tipo contagiaba pasión por lo que hacía. Siempre. En cada suspiro.
Despuntaba en esos días en diario Página/12, de su propia creación. Desde allí, obligó a los demás medios a cambiar su forma de hacer periodismo. Ya nada fue igual a partir de entonces.
Su nombre quedará entre los de los grandes disruptores a nivel local, como Jacobo Timerman, Natalio Botana y Héctor Ricardo García.
Jamás pude trabajar con él, por diversos motivos que no vienen al caso, pero sí tuve el honor de que citara algunas de mis investigaciones en sus libros. En “Argentinos”, por caso, me dedica unas dos páginas completas. Demasiado para mi ego.
“Soy periodista porque tengo preguntas, si tuviera respuestas sería político”, sabía decir. Y no se equivocaba. Es una frase genial en tiempos de “periodismo militante”, que carece de interrogantes y todo lo da por sentado.
Su fallecimiento debe llamar a la reflexión en estos tiempos en los cuales la labor de la prensa se encuentra tan desvirtuada. Sobre todo en Mendoza, donde los “grandes” medios, lejos de hacer periodismo, son propagandistas del gobierno de turno. Millones de por medio, claro.
Los periodistas intentan hacer lo suyo, pero les es imposible, porque deben hacer caso a las instrucciones que les dan sus jefes, que son justamente las de tapar los desaguisados de los poderosos.
Por eso, se insiste: la partida de Lanata debe llamarnos a una reflexión profunda sobre “el oficio más hermoso del mundo”, como decía otro maestro, Gabriel García Márquez.
No cabe más nada para decir. Sólo despedir a un tipo que fue mucho más que un periodista. Hasta siempre, maestro.