Hablar de lo que ocurre en Medio Oriente es bien complicado. Porque las pasiones superan a la razón y, en lugar de analizar datos duros, todos terminan poniendo el foco en cuestiones anecdóticas, que operan cual árbol que no permite ver el bosque.
La afrenta entre israelíes y palestinos no es moco de pavo. Amerita un análisis serio y profundo, que no están haciendo los grandes medios en estas horas. Todo lo contrario, de hecho.
En una simplificación absurda, intentan ponerse de un lado o del otro de la “grieta”, como si hubiera buenos y malos. Y no hay nada más lejos de la realidad. Ambos bandos tienen razón en algunas cuestiones y están equivocados en tantas otras.
Ello obliga a remitirse al principio del enfrentamiento entre unos y otros, un trabajo casi imposible. Porque ¿cuándo fue el comienzo de todo? ¿Cómo? ¿Por qué? Cada cual tiene su versión, y no hay documentos tangibles para corroborar las historias de uno u otro.
Ello obliga a poner la lupa en puntuales hechos ocurridos en las últimas décadas y ceñirse a su análisis para tener una idea, no acabada, pero sí ligeramente clara respecto de quién es quién. Lo cual no es poco.
Amerita un análisis extensísimo, que no cabría en esta humilde columna periodística. Habría que explicar, antes que nada, qué es Palestina y por qué se frustró su existencia tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial.
También, no sin incomodidad, habría que detallar cómo los israelíes, a través de una organización clandestina criminal llamada Irgún, asesinó a quienes ocupaban las tierras de lo que hoy es Israel. Justo después de haber sido masacrados en campos de concentración alemanes. Inentendible.
Borges solía decir que no se puede acabar con el canibalismo comiéndose a los caníbales. Y no se equivocaba.
Pero así se creó ese pequeño país: a fuerza de asesinar a personas inocentes, hombres, mujeres y niños. Haciendo caso omiso a lo que propuso la ONU, que era la división de esa zona para hacer dos Estados, el de Israel y el de Palestina.
Hubo antes algunos indicios: la creación del sionismo en 1897 por parte de un periodista llamado Theodoro Herzl. Luego, en 1917, llegó la declaración de Balfour. Algo empezaba a oler mal, pero nadie decía nada. El mundo estaba en guerra y había cosas más importantes de las cuales ocuparse.
Lo que ocurre en estas horas en Medio Oriente es imposible de entender si no se tiene en cuenta todo lo antedicho. Con el paso de los años, Israel fue ganando y perdiendo territorio luego de combatir en la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Yom Kipur, en los años 1967 y 1973 respectivamente.
Ahora busca recuperar lo perdido, y vuelve a sus prácticas brutales, que pueden verse en la Franja de Gaza, con el asesinato indiscriminado de millones de ciudadanos, so pretexto de pelear contra Hamas, un enemigo no sólo credo por los propios israelíes, sino mantenido por estos con millones de dólares por año.
El primer testimonio de esta colaboración se produjo en marzo de 1981. Entonces, el general israelí Yitzhak Segev, gobernador de Gaza en aquel momento, reconoció en una entrevista con ‘The New York Times‘ algo que en los años siguientes admitieron otros muchos oficiales del Estado judío: que Israel participó activamente en la creación y expansión de Hamas, sobre todo, apoyando con fondos a las mezquitas en las que se adoctrinaba a sus seguidores.
El objetivo de esta ayuda económica era crear una fuerza que hiciera de muro de contención del que era su principal enemigo: la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat.
“El Gobierno israelí me dio un presupuesto que el Ejército entrega a las mezquitas”, reconoció el general Segev. Y explicó que esos fondos también se utilizaban para mantener las escuelas religiosas con el propósito de impulsar una nueva generación de palestinos contrarios a los izquierdistas pro-OLP que veneraban a Arafat.
¿Y ahora, qué? ¿Fingirá demencia Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí? ¿Persistirán los grandes medios en no hablar de todo esto, que subyace bajo la alfombra de la hipocresía mundial? Lo que sucede en Gaza es de una gravedad enorme, algo que repudian incluso millones de ciudadanos judíos en todo el mundo.
Baste mencionar que el Centro de Información Israelí B´Tselem por los Derechos Humanos publicó un informe en el que sostiene que Israel mantiene un régimen de apartheid en ese territorio, por lo que ya no puede ser considerado como una democracia.
Dicho sea de paso: ¿No es demasiado obvio que el plan de Donald Trump de quedarse con Gaza es sólo un acting para luego darle ese terruño “llave en mano” a Netanyahu?
No sólo es terrible todo lo que sucede en torno a esta cuestión, sino que es preocupante no poder hablar del tema sin ser tildado de “antisemita”. Como si uno no repudiara también el terrorismo islámico, que nada tiene que ver con esta trama. Una cosa no quita la otra.
Pero, ¿qué ocurriría si fuera al revés? ¿Qué pasaría si una fuerza foránea se dirigiera al centro de Israel con tanques y aviones y soldados armados y obligara a sus habitantes a abandonar el lugar a fuerza de asesinatos masivos de hombres, mujeres y niños?
¿No se pronunciaría el Mundo indignado por ello? ¿O es que un ciudadano palestino vale menos que un ciudadano israelí, como cree en su fuero íntimo el mismísimo Netanyahu?
Por suerte, cada vez son más los los judíos que habitan el planeta los que se rebelan ante los crímenes en Gaza. La memoria del Holocausto les regala una inesperada y particular empatía.