El reconocido club de aplaudidores de los oficialismos de turno, chovinistas al fin, tiene a punto de caramelo otro festejo, ya que la decisión de la mayoría es que Aerolíneas Argentinas y Austral vuelvan a ser estatales, es decir de todos.
Tras el champán, la gran pregunta que se deberían formular los nuevos dueños de la línea de bandera es quién será la figura que defenderá en el próximo tramo los intereses de los contribuyentes, para evitar que se vuelva a viejas prácticas, tal como cuando en épocas anteriores los balances de Aerolíneas cerraban invariablemente año a año con un aporte del Tesoro, entonces con emisión, equivalente a 500 millones de dólares.
Más allá del precio de traspaso y de los pasivos que están en juego, la primera preocupación de los que pagan sus impuestos es la de conocer cómo se hará para impedir que la compañía aérea tenga que poner sobre la mesa todos los días 1,6 millones de dólares para salir a volar, un taxi que hace comenzar la aventura operativa de la reestatización con números en rojo y, sobre todo, cómo se hará para revertir la situación.
A la hora de justificar el dolor de bolsillo, será bueno saber de modo prioritario si habrá alguien a cargo de pensar la estrategia de la Compañía o si todo se ha tratado de un gran estertor para liquidar a Marsans, aún a costa de pagar un juicio a futuro, o quizás para justificar la presencia de los gremios, siempre interesados en retomar "conquistas", aunque se den de patadas con la eficiencia.
Por supuesto que quien se haga cargo, como haría cualquier comerciante, deberá aumentar los ingresos y bajar los costos, aunque bien valdría saber además qué políticas se propone implementar: a) cómo hará para captar nuevamente a los pasajeros que emigraron hacia otras empresas, b) cuáles serán las tarifas que permitirán optimizar la ocupación de los asientos y si las habrá diferenciales por destinos o días de vuelo, c) cuál será la permanencia de rutas locales e internacionales, d) cuáles los planes de reequipamiento de la flota con aviones homogéneos y modernos (de menores consumos), que conlleven menores gastos en repuestos y en capacitación de técnicos, pilotos y personal de a bordo y e) qué planes tiene para vencer la renuencia de las alianzas mundiales a incorporar compañías estatales, etc.
Desde ya que la figura que se haga cargo de la nueva Aerolíneas y Austral del Estado deberá ser alguien que, desde su sapiencia técnica, sirva más a los intereses de la compañía que a las autoridades de turno, lo que sería muy bueno, ya que el Gobierno ha demostrado no estar en condiciones de operar ni siquiera un descarte, como fue LAFSA.
El manager deberá ceñirse, si alguna vez se la formula desde el Estado, a una política aerocomercial que incluya a Aerolíneas como empresa testigo del mercado, aunque en una posición incómoda, ya que aquel pasaría a ser juez y parte en la fijación de reglas que podrían beneficiarla, a costa de la competencia.
Si LAN, TACA y COPA ganan dinero, ¿por qué no Aerolíneas Argentinas y Austral? Es lo que esperaría cualquier argentino de bien que no quiere poner plata de su bolsillo, pero que desea que los fondos que hoy se van alegremente por el sumidero puedan destinarse a una mejor distribución del ingreso, una de las patas declamadas de la política oficial.