Casi un año después que se desatara el
mayor conflicto histórico que enfrentó a los productores del campo con un
Gobierno, la situación no sólo no ha mejorado para el sector sino que las
actividades agropecuarias enfrentan un fuerte achicamiento que amenaza con
desmantelar aún más las principales producciones de exportación que se logran en
el país.
El escenario actual, comprimido en expectativas por la falta
de políticas específicas que asistan y optimicen el crecimiento y desarrollo en
la producción de alimentos para el mundo, muestra también las huellas
negativas que dejó hasta el momento la peor sequía que soportó la Argentina en
los últimos 70 años.
A pesar de esos datos, el diálogo sigue interrumpido entre
campo y Gobierno o, dicho de otro modo, cada cual atiende su juego sin cruzar de
vereda para conocer con anticipación qué piensa, prevé o quiere el otro.
Así, mientras las autoridades realizan una catarata de
anuncios y medidas para asistir al país rural, los chacareros perciben que nadie
los escucha ni comprende con claridad; que se instrumentan planes de ayuda que
no se orientan a resolver la problemática que enfrentan y, por si los reclamos
no se entienden, aseguran que el grifo exportador sigue cerrado para vender al
mundo granos, carnes, lácteos y derivados.
Los números del campo son crudos. Muestran que la cosecha
anual sufrirá el peor derrumbe de la década, devastadora caída en las reservas
ganaderas y fuerte merma en la producción láctea nacional, por mencionar algunos
ejemplos.
En los pueblos del interior del país la subsistencia
comienza a hacerse imposible: se nutren con la evolución del agro o sucumben con
su retroceso y frente a ese rostro cruel de la realidad no aparece ninguna señal
que prometa soluciones en el corto o mediano plazo.
Con la sequía en el centro de la escena, los productores
enfrentan un escenario desfavorable externo e interno, que exhibe los resultados
del coctel letal que conformaron los anuncios oficiales —alejados de las
necesidades del sector— y la falta de lluvias para dejar el saldo de cosechas
que hubieran llevado agua a los molinos del agro y del Gobierno.
Por estas horas, el gremialismo del campo no puede contener
el malestar de sus bases. Son muchos los chacareros que quieren volver a la
protesta y otros tantos los que consideran que no es momento para paralizar la
comercialización de los granos nuevos, más los que acopiaron el año pasado y aún
no pueden vender.
Los más moderados piensan que urge retomar el camino del
diálogo, hacer nuevos intentos para conciliar posiciones con las autoridades
nacionales y mostrar que el nivel de retenciones vigentes no se condice con las
necesidades de ambas partes para poner en marcha al país, generando el mayor
flujo de divisas que se precisa.
Así, algunos dirigentes ruralistas ya anticiparon que la
protesta avanza velozmente desde el interior, así como que arrancará la semana
próxima. Otros, salieron al cruce para decir que no es tiempo de regresar a las
rutas sino de buscar el diálogo para acercar posiciones y debatir acerca de
cuáles son las medidas que se precisan y por qué deben implementarse. Dejaron
claro que, de movida, las posturas no son unánimes en el marco gremial del
campo, aunque, de cara al devenir de los ánimos sectoriales, la semana entrante
se reunirán con sus consejos directivos para fijar posiciones y, recién hacia el
12 de este mes, podría convocarse a la Mesa de Enlace. Desde allí en adelante
recién se sabrá si las cartas están echadas o queda resto para la siguiente
partida.
Aislado por el gobierno, con sequía y recesión, los
balances en el campo comienzan a mostrar fuertes pérdidas.
Mientras tanto, el sector más dinámico de la economía
nacional sigue detenido y sin perspectivas de motorizar el ingreso de divisas
que tanto precisa el país.
Gladys de la Nova