En la región de la costa del Uruguay siempre llegaron varios encumbrados menemistas, a partir de la asunción del dirigente riojano. Pero hubo una empresa que despegó como ninguna: Flecha Bus. La historia arrancó en 1959, cuando don Hugo Derudder perdió toda la cosecha de arroz por las inundaciones y no quiso saber más nada con el campo. Vivía aún en Colonia El Carmen -en el Departamento Colón- y decidió viajar hasta Villa Elisa, en su tractor, porque se le había ocurrido una idea: poner una línea de colectivos desde dicho pueblo hasta Concepción del Uruguay. La opción era comprar la línea La Flecha, propiedad de un señor de apellido Bourband. La primera charla fue en el propio colectivo y haciendo un recorrido.
-Así que usted se quiere hacer cargo de la línea de colectivo. Hace 6 meses que no trabajamos, pero se la puedo vender -le dijo Bourband.
Encima de que las cosas no iban del todo bien, el dueño del colectivo se quedó empantanado en ese mismo viaje, a la altura del río Gualeguaychú. Derudder le ayudó a sacarlo y Bourband no aguantó más la situación: “Si quiere hacemos negocio ya. Me harté”, le dijo. Regresaron a Villa Elisa y en el bar pactaron la venta en 400.000 pesos. Derudder ni pestañó. Se dieron la mano y Bourband lo acompañó hasta el tractor.
-Si mañana me trae 100 mil, la empresa es suya. El resto me lo paga dentro de un mes –le acotó.
Derudder cumplió en las primeras de la mañana. Le llevó la plata y se transformó en colectivero. No quiso estar solo en el emprendimiento. Cuando pasó por la casa de otro cosechero, como Pedro Orcellet, se detuvo y le propuso que fuera su socio. Orcellet también estaba cansado de lidiar con la cosecha. Tenía que irse a vivir a Colón, pero no tenía demasiado dinero para seguir con inversiones. Le pidió un crédito al gerente general de la firma La Gallo, Domingo Sciancalépore, para comprar una casita, se trasladó y a los 15 días la empresa La Flecha tenía nuevos dueños. Contaban dos forcitos nafteros, modelo ’46; uno de 24 asientos y otro, más pequeño, de 18. Primero hicieron la línea Colón-Villaguay; más tarde se extendió a Paraná y por un tiempo desarrollaron también el trayecto Colón-San Salvador.
En 1960 ya tenían cuatro coches, pero el poder político le jodió buena parte del negocio, cuando le sacaron la línea a Paraná. Don Derudder no pudo hacer nada. Era un simple hombre de trabajo y no tenía mayores contactos, entre los hombres de Arturo Frondizi o el gobernador Raúl Uranga, para torcer la decisión. Lo cierto es que la determinación le sacó buena parte de los ingresos.
-¿Qué otra cosa podemos hacer? –preguntó su mujer, Lelia Clara Blanc.
Nadie sabe como al viejo Derudder se le ocurrió la palabra “turismo”. Pasó a ser un pionero en el rubro. Sus hijos Yolanda, Raúl y Guillermo comenzaron a colaborar en la empresa. Llegaron tres hijos más a la familia y todos siguieron el camino del padre. Incluso, ninguno de los hijos varones pudo terminar la escuela secundaria por el hecho de trabajar.
En el ’69 Orcellet dejó la sociedad de turismo y los hijos mayores se hicieron cargo, pese a que tenían 20 y 19 años. En esos días los dos realizaron su primer viaje a Bariloche. Eran los que visitaban las escuelas, vendían excursiones, firmaban contratos, eran choferes y mecánicos. Raúl comenzó a desarrollar una idea que con el tiempo se extendería y sería una marca de la firma: pintar de todos colores las unidades.
Recién el 18 de marzo de 1986 apareció el nombre Derudder Hermanos en el Boletín Oficial de Entre Ríos, constituida como empresa, pero si bien eran, a su vez, transportadores para el turismo estudiantil para otras empresas, la situación del país también los afectó. La sociedad pasó a manos de los hermanos Guillermo Diego y Raúl Hugo Derudder el 24 de mayo de 1986. Don Hugo Fidel hizo una cesión “gratuita” a sus chicos.
En 1988 estaban prácticamente fundidos. El socio de los Derudder, Orcellet, decidió pegar el portazo en la oficina de la intersección de las calles Moreno y 25 de Mayo, de Colón, cuando notó que los bolsillos estaban demasiado flacos. En esos días únicamente hacían el recorrido entre Villaguay y Colón, y la deuda con el Banco de Entre Ríos los estaba ahogando. Contaban con no más de cuatro unidades, debían 150.000 dólares y no dudaron en acudir al gobierno de Jorge Busti para lograr alguna refinanciación.
-Lo único que podemos hacer es lograr un contrato con el Ministerio de Bienestar Social, Cultura y Educación, para realizar viajes sociales de turismo -les dijeron.
Los viajes se acordaron; el destino era Villa Carlos Paz, en la provincia de Córdoba. Así fueron amortizando la deuda, previo acuerdo con el gobierno y el BER. Fue el primer acercamiento con un político de la primera línea. No fue el único que los ayudó en el arranque. El otro se llamó César Jaroslavsky, quien era encumbrado diputado nacional de la UCR, pero nunca se pudo comprobar si existió inversión alguna de su parte. No obstante, el Chacho tenía cierta predilección con las empresas de transporte de Entre Ríos. Lo tuvo con los Derudder, como así también con Carlos Furno, de la empresa San José.
En 1991 los dos hermanos hicieron un aporte de 500.000 dólares a Derudder Hermanos, según quedó reflejado en el Boletín Oficial.
-¿De dónde sacaron tanta guita? -se preguntó buena parte de la población colonense cuando se conoció la inversión.
-Los amigos siempre están para ayudar -respondió uno de ellos.
La llegada al poder de Carlos Menem resultó determinante; fue quien en 1992, mediante un decreto, autorizó la desregulación del sector. Al ya conocido desarrollo de Alfredo Yabrán en la zona (a quien jamás se relacionó con la mencionada firma), se sumaron capitales ingresados por allegados al menemismo, como así también negocios pocos claros logrados por determinados personajes de la zona, con conexiones en Europa.
El secretario de Amira Yoma, Juan Carlos Gonvales, se quedó con la licitación de las termas de Colón, pero al tiempo se borró. Pero había otros con raigambre en la zona. Aarón Hougham (más conocido como El Barón), Luján Del Río y Jorge Oberti -todos de la ciudad de Colón y localidades cercanas- comenzaron a realizar importantes inversiones económicas, pese a que no se les conocían capitales. Hougham, de unos 60, desapareció de la región y luego fue tapa del diario Clarín, tras ser detenido en España, en mayo de 1994. "Detuvieron al rey del plástico", tituló el matutino de la familia Noble, tras detallar la seguidilla de estafas que había realizado con tarjetas de crédito. "Si cuando vino Cristóbal Colón por estos lugares se robó todo; ¿qué les hace que yo les robe un poco?", se preguntaba entre los parroquianos.
El hijo de Hougham, que se fue de Colón en el ‘95, también cayó preso, pero en Francia. Lo mismo le sucedió a otro colonense. La estructura tenía un mecanismo: permanentemente iban reciclando gente entrerriana en el exterior, a la que convocaban para sus negocios. Del Río -a quien siempre se consideró cercano al rey- se dedicaba a realizar publicidad callejera, pero de repente se transformó en dueño del canal de cable, una flota de camiones y un supermercado.
El grupo de empresarios prósperos tenía fuertes relaciones con las ciudades limítrofes uruguayas. Mientras esto ocurría, la Secta Moon, liderada por el reverendo Sun Myung Moon comenzó a realizar importantes inversiones en la República Oriental del Uruguay. Compraron el Hotel Horacio Quiroga, de Salto (frente a Concordia) e intentaron adquirir el complejo termal de Colón, pero no cerraron la operación. En Salto también hicieron fuertes inversiones en un pozo de captación de aguas termales y lograron la concesión por 90 años de la explotación de la faz turística de esa ciudad. Al poco tiempo también adquirieron 700 hectáreas en Entre Ríos. "Tenemos algunos informes de inteligencia sobre la existencia esa operación, pero no la pudimos corroborar", dijo el entonces ministro de Gobierno, Justicia y Educación, Faustino Schiavoni, en mayo de 1996, tras señalar su "preocupación". Afirmó además que se sabía que "las operaciones estaban registradas a nombre de sociedades con sede en Buenos Aires".
Si bien Busti siempre lo negó, las buenas relaciones con los hermanos Derudder son conocidas en toda la comunidad política. Sucede que fue el ex gobernador quien colaboró con la empresa poco después de su primer mandato, desde su lugar en la presidencia comunal de Concordia, en su segunda administración. Fue Busti quien autorizó determinados recorridos que le sirvieron a la empresa para sumar kilometraje, tal como lo exigía la Secretaría de Transporte de la Nación. Claro que a cambio había permanentes pedidos de favores y los Derudder nunca dijeron que no a las cartas de recomendaciones que llevaban la firma de Busti, por las que solicitaban trabajo para tal o cual persona.
Pero también fue clave Augusto Alasino y su entorno. En especial uno de los hombres más cercanos, como sucede con el dirigente Eduardo Jourdán, oriundo de la localidad de San José, en el Departamento Colón, a quien Busti colocó como secretario de Transporte cuando retornó a la Gobernación en 1995. Jourdán ya tenía una relación de muchos años con los Derudder, por ser un operador político clave en la zona.
Con la ayuda de Busti y de los operadores de Alasino, a los hermanos Derudder les resultó fácil ingresar a Capital Federal, donde se fueron sumando los socios encubiertos, fundamentalmente provenientes del menemismo, pero también cercanos al ex ministro del Interior, Enrique Coti Nosiglia. Pero también hubo gente de Eduardo Duhalde que se acercó. Tal el caso del diputado nacional Santos Smith (PJ), dueño de acciones en la firma Plusmar, también cercana a Flecha Bus, que hacen el trayecto Buenos Aires-Mar del Plata.
Pero el entrelazado es demasiado amplio y a veces resulta difícil de creer. El dueño de la firma General Urquiza y la empresa Argentina es Juan El Linyera Martínez, titular original de la firma Almirante brown y ligado al PJ. En el ’88 fue quien financió la construcción del menemóvil. Fue accionista de Chevalier, igual que su ex socio, Juan Carlos Cobas, acaudalado empresario, estrechamente vinculado a Alberto Kohan. La General Urquiza, junto a Flecha Bus, en una Unión Transitoria de Empresas, fue la que en el 2000 se quedó con Chevalier, quien había declarado su quiebra en abril de 1999, por deudas de 70 millones de pesos. La UTE se hizo cargo de la tradicional compañía al ganar la licitación, luego de ofertar 20 millones de pesos.
El negocio del transporte quedó en la mira de la DEA, cuando en agosto de 1999 se atentó contra la empresa Almirante Brown, en el parador de Fighiera –en proximidades a Rosario-, lo que provocó un total de 11 muertos, en un viaje que la firma realizaba rumbo a Bolivia. Es una de las rutas que hace también Flecha Bus. En los meses previos habían existido piedrazos contra los ómnibus de Almirante Brown y roturas de vidrios a lo largo del año y medio de funcionamiento. En esos días se reconocieron conflictos tarifarios con otras compañías. El precio del pasaje Retiro-Orán de Almirante Brown era el más bajo y eran tres los competidores; también estaba Flecha Bus, La veloz del Norte y La internacional.
El incendio en Fighiera tardó apenas cinco minutos en reducir el micro a chatarra. Entre las conce personas había tres chicos, de 1, 4 y 5 años. Todos murieron carbonizados, atrapados en el primer piso del ómnibus. El último destino del micro –que llevaba 49 personas- era Aguas Blancas, un pequeño pueblo casi en el límite con Bolivia, después de transitar la denominada ruta de la droga, en la que Flecha Bus viaja ya desde hace algunos años, con choferes –por lo general- de origen boliviano. Lois resultados de las pericias que constataron la línea del atentado profundizaron en paralelo una de las principales hipótesis sobre el móvil: la guerra entre empresas de transporte cuyo destino es la zona norte del país.
El atentado ocurrió mientras la empresa alistaba una flota de ómnibus para habilitar una nueva traza: Santa Cruz de la Sierra. Almirante Brown ganó una licitación, que la habilitó 90 días antes del hecho, para ingresar directamente con sus ómnibus a territorio boliviano. Hasta ese momento y desde hacía un año, sólo ingresaba Flecha Bus. Durante toda esa semana varios diarios hablaron de la supuesta relación de Augusto Alasino con Flecha Bus, como accionario de la empresa entrerriana. Alasino nunca lo desmintió en esos medios. La justicia comprobó que fue un atentado, pero no se avanzó demasiado
-¿Usted cree que esto tiene que ver también con el negocio del narcotráfico? –preguntó uno de los tantos periodistas que llegó hasta el lugar.
-No sé muy bien, pero el lavado de dinero y el narcotráfico se han apropiado de algunas empresas de transporte que, de un día para el otro, crecieron como nadie en el país –respondió el ocasional entrevistado.
-¿Qué hacemos? –preguntó uno de los Derudder.
-Sigan para adelante, porque no va a pasar nada –respondió uno de los hombres del poder relacionados con la empresa.
Mientras las empresas quebraban y pese a estar en la mira de la Secretaría de Transporte de la Nación, la AFIP o la Comisión de Lavado de Dinero de la Cámara de Diputados –que presidiera Elisa Carrió-, los socios de Flecha Bus siguieron apostando a la inversión sin límites. El camino se había iniciado en Entre Ríos con la compra de la firma Ciudad de Gualeguaychú (que luego pasó a llamarse Nuevo Expreso) y luego con Paccot de Colón. Después siguieron las grandes firmas: Zenit, El Serrano, Giroldi, La Estrella, La Internacional, Tata Rápido, Empresa Gutiérrez, Ciudad de Gualeguay y finalmente adquirió San José, que le pertenecía a la familia Furno-Bioletti. La operación la hizo a través de José María Messina, quien aparecía como dueño (¿?) de Ciudad de Gualeguay, en dos millones de pesos.
-¿Usted va a garantizar esto? –le preguntaron a Messina, a la hora de hacer el negocio.
-No, viene otra persona.
-¿Quién?
-Los hermanos Derudder. Ellos presentan la garantía.
De un día para el otro, las citadas empresas comenzaron a exhibir sus nuevos colectivos, siempre adquiridos a la firma Marco Polo de Brasil, a la que, alguna vez se la vinculó –en su crecimiento, aunque es una empresa familiar histórica- con dineros de Fernando Collor de Melho. Cada colectivo cuesta no menos de 250.000 dólares. Es en Brasil donde los Derudder compraron también un hotel de ocho pisos.
A muchas de las empresas les aplicaron un mecanismo: primero vaciaban de competidores un corredor, por lo general, bajando la tarifa a precios que imposibilitan a quienes requieren de recursos genuinos para continuar operando. Una vez que las empresas quebraban pasaban a la compra o a “controlarlas”. El paso siguiente era aumentar la tarifa a niveles rentables. Así hicieron también con el denominado Grupo Martínez –oriundos de Rosario-, con quienes manejan las empresas Argentina, Urquiza y Sierras de Córdoba, al igual que Chevalier.
Los hermanos Derudder nunca hablaron. “Todos se equivocan; es todo mentira”, mandaban a decir. Pero no daban un paso más. Había que cumplir a rajatablas la orden de silencio.