Abraham Lincoln sostenía que casi todas las personas pueden soportar la adversidad, pero que para probar el carácter de un hombre “sólo hay que darle poder”.
Ese marco tal vez nos ayude a entender la intestina pelea que se ha originado en el seno más representativo del PJ: hablamos del enfrentamiento entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde.
La batalla de la que hablamos tiene que ver con el armado de listas de candidatos para el 2005 y cuyo trofeo será el liderazgo del peronismo en esta década.
Kirchner y Duhalde eligieron el 1º de abril para empezar su enfrentamiento, momento desde el cual vienen en plena escalada de agravios públicos. Eso sí, lo único que han logrado es fortalecer a los enemigos políticos y no políticos de ambos.
Uno de los golpes más duros de la pelea lo dio el primer mandatario cuando caracterizó como "poco prolija" la devaluación realizada en enero de 2002 por Duhalde.
Este último acusó recibo y devolvió otro virtual puñetazo al asegurar que "hasta que no se salga del default, el país no es confiable", al tiempo que defendió su administración diciendo que "la devaluación salvó al país" y reiteró su defensa hacia el indefendible Carlos Menem.
Obviamente, dicho respaldo fastidió –y mucho- a Kirchner.
Fuego contra fuego
Según fuentes vinculadas a ambos políticos, Kirchner y Duhalde tienen notorias diferencias políticas desde hace tiempo, las cuales se van profundizando con el paso del tiempo y cada vez es más costoso tapar a los ojos de la sociedad.
Hay gran preocupación en ambos entornos y ya existen reuniones secretas para tratar de frenar lo que parece inevitable: el quiebre del PJ. Todo a sabiendas de que hay mucho para perder y demasiado que resignar.
Entre otras cosas, la fricción en la alianza entre Duhalde y Kirchner tiene al Congreso como un escenario peligroso para el propio Gobierno, ya que ninguna ley será siquiera factible sin el apoyo del numeroso bloque de diputados duhaldistas.
Los que operan en estas horas para poner paños fríos a la discusión, saben que juegan contrareloj y que una de las pocas cartas a favor que poseen es la seguridad de que ninguno de los contendientes tomará, por ahora, la iniciativa de precipitar la crisis de la alianza política que conforman.
Eso sí, lo que se espera en el mediano plazo es que los proyectos de poder se bifurquen, aumentando esa tendencia conforme avancen los tiempos electorales. Y es que Duhalde y Kirchner tienen ideas diferentes en lo que respecta a concepciones políticas: mientras que el actual mandatario tiene una obsesiva y patológica tendencia a acumular poder personal, el caudillo bonaerense prefiere priorizar a las instituciones antes que a los dirigentes. Duhalde sabe que eso le permite perdurar en el poder desde las sombras y manejar los negocios más jugosos de la provincia de Buenos Aires sin desgastarse.
Fin de un amor
El comienzo de la tensión larvada entre kirchneristas y duhaldistas se dio el 11 de marzo del corriente año en el marco del congreso justicialista cuando, sin medias tintas, se pelearon públicamente Chiche Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner, deshaciendo la conducción del PJ surgida en ese mismo encuentro.
En esos días de marzo, Duhalde aún creía en la conciliación política y -por tal motivo- se preocupó por diluir dicho entuerto. De paso, aprovechó para distanciarse de un polo opositor surgido en el congreso partidario y que buscaba liderar el cordobés José Manuel de la Sota.
Pero esa actitud le duró poco y, en estos días, empieza a exteriorizar la realidad de sus propios pensamientos con una vertiginosa rapidez verbal.
Se sabe que Duhalde es un verdadero animal político y no es casual que haya hecho tales declaraciones. Se sabe que no se trata de simples exabruptos, sino de la exteriorización del enojo que tiene para con Kirchner. Se sabe que la situación es demasiado ríspida y que, en lugar de disminuir, va en franco crecimiento.
Y es que Duhalde no está de acuerdo con muchas políticas que está aplicando el actual mandatario y siente que su silencio no es debidamente compensado por este último. A su vez, eso también produce que vaya perdiendo la paciencia y restrinja la capacidad de moderar su propio discurso.
Kirchner, por su parte, no tolera sentirse a la sombra de Duhalde, a quien ve –equivocadamente- como un gigante político a quien superar para saciar sus propias ansias de “poder completo”.
En medio de esas peleas de alcoba se ventilan trapos sucios que a nadie interesan y que sólo desgastan la ilegítima figura colosal que ambos políticos inspiran a la sociedad.
Lo cierto es que ambos son figuras de papel pintado que presentan más debilidades que fortalezas y trastabillan en su propia ambición de poder. Por eso tal vez sea que no existe un debate serio entre ambos políticos, sino acusaciones livianas semejantes a contiendas de colegio primario.
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Duhalde no sólo está enojado con Kirchner, sino también con los hombres de su gabinete, algunos de los cuales han sido de su propia confianza. Por caso, podemos citar el caso de Alberto Fernández, ex duhaldista y actual refutador de las palabras de su ex jefe.
Esa situación, sumada a su propia inseguridad y temor, han llevado a Duhalde a comenzar un efectivo acercamiento hacia el ex presidente Menem. No sólo han existido contactos entre menemistas y duhaldistas, sino que el caudillo bonaerense ha salido a protestar públicamente por el supuesto acoso judicial hacia el ex mandatario riojano: "no es serio el proceso judicial contra Menem”, aseguró con evidente compromiso.
Esta suerte de defensa quizá pueda explicarse en el marco del miedo del propio Duhalde por una eventual persecución judicial contra él o sus hombres. El caudillo bonaerense siente que las críticas efectuadas por el gobierno nacional contra el oscuro gobernador Felipe Solá -quien reclama una cuota mayor de coparticipación- es un tiro por elevación hacia él, que hizo causa común con el mandatario provincial.
Concluyendo
Si Kirchner logra vencer en la pulseada y ubica a “sus hombres” entre los principales candidatos para el 2005, dará por consolidados tanto su liderazgo como su gestión. A su vez, si obtiene el triunfo en las urnas, tendrá allanado el camino para pelear por su reelección en el 2007. En ese marco, la carrera política de Duhalde quedaría prácticamente terminada.
En cambio si es Duhalde el vencedor y consigue detener a Kirchner y establecer un cerco político en torno a la provincia de Buenos Aires, sus aliados serán los principales candidatos. Y es obvio que, de triunfar en el 2005, podrá aspirar a nuevos horizontes políticos.
La única alternativa a las dos variantes mencionadas sería algún tipo de acuerdo político que permita una lista de candidatos que contenga a kirchneristas y duhaldistas en proporciones razonables.
Como idea sería brillante, sólo que los hombres de ambos bandos saben que se trata de una mera utopía.