Radiestesia: un neologismo cuyo sinónimo es rabdomancia, y consiste, según los chantas, en detectar ciertos (para mí presuntos) elementos y energías, mediante un artefacto que simplemente consiste en un péndulo, y… a falta de este, una no menos simple horquilla, sujetados de modo inestable.
El señor rabdomante, cual brujo experimentado poseedor de este prodigioso a la par de sencillo “instrumental” con poderes casi sobrenaturales (según el sostiene), no sabe como explicar a ciencia cierta su “magia” natural, pero a la par de quienes creen ciegamente en ella, con certeza, los hay también fraudulentos que saben bien que lo que practican se trata de una pseudociencia “más del montón”, de pies a cabeza, es decir, de un engaño; más como constituye para ellos una fuente de recursos monetarios, no hesitan en practicar, cual magos eximios, su oficio ante los ojos azorados de algunos creyentes (que siempre los hay) y que caen como chorlitos en la jaula obnubilados por las falsas promesas de los impostores.
Lo que emplea el psíquico rabdomante, puede ser una vara vegetal o metálica y en ciertos casos especiales se vale de un péndulo.
Así provisto de estos simples pero “mágicos” elementos cree, o se atreve a afirmar fraudulentamente, que puede detectar tanto corrientes de agua subterráneas, como minerales escondidos bajo tierra.
¡Atención señores buscadores de oro, monedas antiguas en cofres sumergidos por los filibusteros, piratas, y otras preciosidades; aquí tienen la clave para hacerse millonarios!: ¡Háganse zahoríes! Más si no lo logran por chambones, contraten a un ducho zahorí “de raza”, con mucha experiencia para ir a medias con él en la búsqueda de tesoros perdidos, incluso los dejados escondidos por los corsarios de antaño que recorrieron el mundo perseguidos por la justicia, quienes los enterraron, para morir luego en una escaramuza cualquiera.
Pero ¡oh maravilla! El rabdomántico que posee la “noble” facultad de la radiestesia, con gran maña y destreza puede detectar esos tesoros por más ocultos que se encuentren.
Los radiestesistas dicen poseer también los siguientes dones “del cielo”: diagnostican enfermedades, hallan objetos extraviados y encuentran personas perdidas y todo gracias a péndulos, varillas giratorias, varillas rígidas, sin faltar elementos de “última generación” como instrumentos electrónicos que detectan todo lo que se les pida.
¡Pobres antiguos que no tuvieron oportunidad de enterarse de estos prodigiosos recursos radiestésicos de nuestros tiempos! ¡Lo que se perdieron!
Para ser un buen radiestesista, basta con realizar un curso de esta “mágica materia” y surtirse luego del instrumental adecuado. Esto es importantísimo para los futuros radiestesistas, (y para los que dictan cursos pagos con “garantías de seriedad”, que proliferan por ahí, con el propósito de obtener dinero a expensas de los incautos que pagan sus clases).
Todo esto parece incitar a exclamar irónicamente: ¡Señores físicos universitarios, “vade retro”! Los radiestesistas los han superado; tiren a la basura los “anticuados” textos sobre física y modernícense con los nuevos “tratados” sobre la “noble radiestesia de última generación”. Vuestros bolsillos y los clientes les estarán eternamente agradecidos (o blasfemando furibundos si son defraudados, pero esto no importa, “hay que hacer la prueba”).
Hablemos ahora en serio. Estimados lectores, no se dejen engañar por estos aprovechados, abracen la verdadera ciencia en libros de divulgación del auténtico conocimiento acerca del mundo la vida y el hombre, para adquirir cultura científica sin necesidad de “quemarse las pestañas”, pues hoy existen libros amenos sobre ciencias básicas que abren las mentes a la auténtica realidad del mundo, sin magos, alquimistas, rabdomantes ni otras yerbas poco saludables.
Ladislao Vadas