¿Podemos afirmar que “en un principio” existió la nada?
¿En un principio? ¿Por qué siempre tiene que haber un principio para todas las cosas, aún tratándose del universo “entero”?
Puedo concebir tanto la eternidad pretérita, como la del porvenir; luego no necesariamente todo debe principiar.
Por otra parte, ¿puede existir la nada? Evidentemente no, porque existe una contradicción entre el concepto de existencia y el de no existencia (que es la nada), como ya lo notó Aristóteles (Metafísica, libro IV, cap. 7) y también Parménides: “Se ha de pensar y decir siempre que sólo el ser es, porque es ser; en cambio la nada no es, es decir, se trata de un no-ser absoluto”. (Sobre la naturaleza, fragmentos 6,1 y 2). Para Platón, en cambio, no existe una “nada absoluta, es decir, una nada que sea; en la terminología kantiana, la negación de todo objeto.
Pero a pesar de todo, hay cosmólogos que nos sugieren que: “En un principio no había nada”.
Esta es la partida de una cosmología hoy muy aceptada. Pero el hecho de ser común, no significa que sea acertada. Puede consistir tan sólo en una invención de nuestra mente, operación síquica común al hombre de todos los tiempos, quien inventa toda clase de pseudociencias, cada cual “más bonita”.
Desde que nacemos, nos acostumbramos a percibir comienzos y finales. El día comienza, y toca a su fin con el anochecer. A su vez la noche termina con el amanecer; un ruido puede comenzar súbitamente, luego cesar; un animal o planta comienzan a existir, luego perecen. Extrapolando, la vida sobre la Tierra “seguramente” tuvo un comienzo, lo mismo nuestro planeta, el Sol y ¡todo el universo! (¡Y aquí está la trampa!).
¿El universo? ¿Qué es el universo? Es el todo ¿Entonces el todo también tuvo que haber tenido necesariamente un comienzo? ¿De la nada? ¡He aquí la cuestión!
Que una lombriz tenga un comienzo en su existencia es natural, pero tengamos en cuenta que se ha formado de algo preexistente: la tierra con humus. Lo mismo un saltamontes que no bien emerge del huevito, come hojas y crece; se va formando de algo preexistente. Igualmente el hombre, un animal más, se desarrolla desde el óvulo fecundado gracias a existencias anteriores que son los nutrientes.
Pero… ¡el universo entero! ¿Pudo haber comenzado de la nada absoluta o ya existía algo anteriormente que le dio origen? Si hubo algo antes, nos quedan dos opciones: ese “algo” consiste en un ente creador en un caso, o se trata de materia-energía amorfa eterna en el otro, que luego se organizó en galaxias, estrellas, planetas y otros objetos que estudia la astronomía.
Para los creyentes, incuestionablemente fue un dios creador quien sacó todo ¡de la nada! o quizás organizó el caos primigenio formado de materia-energía preexistente. Para los no creyentes, la materia-energía en estado caótico se organizó sola hasta desembocar por evolución en la conciencia, (léase hombre).
Los primeros no creen que del caos por sí sólo pueda surgir el orden. Para los últimos el universo es todo él una catástrofe en marcha originada en una gran explosión que los cosmólogos denominan big bang, con pequeños focos de equilibrio como nuestro sistema solar y la Tierra.
No obstante, para algunos creyentes acérrimos y testarudos a la vez, aún el big bang puede ser aceptado como la gran obra de un ente creador omnisciente y todopoderoso, que se ha valido precisamente del caos primigenio provocado por la catástrofe inicial para organizarlo todo y crear, por evolución al hombre como “rey de la creación”, quien a su vez iba a forjar la civilización luego de un largo peregrinaje en la barbarie y… esto para los racionalistas ya es poco y nada científico. Vemos entonces cómo las pseudociencias de la mano de las fantasías se introducen en todos los campos del saber auténtico embarullando a quienes desean conocer la verdad y en qué mundo estamos viviendo.
Dejando de lado las creencias religiosas fundadas en la nesciencia, acudamos a la ciencia. Hay varias versiones de la teoría del big bang, según la cual todo lo que existe se originó a partir de una gran explosión. La esencia de esta teoría no es tan nueva como se podría suponer. Ya el astrónomo Lemaitre en 1927, por deducción matemática, nos habló de la fuga de las nebulosas en el espacio, fenómeno confirmado al año siguiente por el astrónomo estadounidense Hubble, mediante observaciones directas.
Esta teoría de la expansión del universo es una antítesis de la de Newton, pues de acuerdo con ella el universo actual se originó de un cosmos único que estalló en fragmentos, los cuales tienden a alejarse unos de otros cada vez más.
Y en efecto, aquella interpretación del primer tercio del siglo XX continúa vigente para la mayoría de los astrónomos. El efecto Doppler nos lo confirma. El espectroscopio enfocado hacia todos los rincones del espacio nos indica que las galaxias huyen unas de otras, lo cual hace suponer que alguna vez estuvieron todas juntas formando una inmensa bola que estalló.
Pero ahora nos asalta, sobre la marcha, una neta pseudociencia que se filtra en la cosmología seria. ¿Cuál es esta? Es la que nos habla de un comienzo apenas concebible. Se trata de ¡un puntito menor que un átomo! Allí, en esa casi nada, deberíamos imaginar concentrado todo lo que hoy vemos, a saber: océanos, tierras emergentes con sus montañas y cordilleras, el planeta entero, nuestro sistema solar, la Vía Láctea, todo el resto de las galaxias que nos rodean, hasta… ¡la más alejada!
¿Conclusión? ¡Locura total! O… en todo caso, lisa y llanamente ¡una auténtica pseudociencia!
Por ahí andan ciertos cosmólogos como el británico físico, escritor y locutor británico Paul Davies con sus libritos: “El universo desbocado”, “La frontera del infinito”, “Superfierza” y “Otros mundos” , en los cuales da cabida a una creación a partir prácticamente de la nada, para quedar bien con la Biblia judeocristiana, logrando hacer no otra cosa que una pura pseudociencia.
Ladislao Vadas