Uno de los temas más trillados que andan deambulando por ahí, promocionados por los pseudocientíficos de siempre, es la existencia de los espíritus de todas las variedades posibles: ángeles buenos, ángeles malos, que dan pábulo a la creencia en la existencia de un mundo paralelo al natural. Este último influido por el primero con el fin de hacer el bien en un caso, o hacer todo el mal posible en el otro. ¡Bello invento, amigos lectores agnósticos y ateos, ¿no es cierto?! ¡La más pura fantasía, llevada al terreno de la realidad, para vender libritos y ganar platita, a costa a veces de pobres diablos que se debaten en la pobreza, buscando consuelos en la nada!
Tengo un libro, aún inédito, que anda deambulando por ahí, de editor en editor, sin que “pique ningún bagre”; quiero decir sin que nadie lo acepte para publicarlo, titulado macabramente: La muerte, y subtitulado con el inquietante interrogante: ¿Liberación optimista, o tránsito hacia la nada? (¿Será el segundo tramo del subtítulo lo que asusta a los editores, la causa por la cual nadie se atreve a publicarlo? Es posible).
Bueno, retomando el hilo, esa “liberación optimista” mencionada al principio del subtítulo, se halla identificada con el invento del espíritu, de lo espiritual.
De este modo, la mente humana “fabricó”, a mi modo de ver, un ente ¡inexistente! (Valga el contrasentido, ya que, el ente se identifica precisamente con la existencia; no confundir con la otra acepción de ente como el que no tiene ser real y verdadero y sólo existe en el entendimiento).
Otro factor que incidió en la invención del espíritu, ha sido la ignorancia total acerca de cómo funciona nuestro cerebro. El pensador antiguo, y mucho menos el primitivo homínido, nunca podían haberse imaginado, ni remotamente, que la mal denominada “burda materia”, podía producir pensamiento, imaginación, fantasías, todo un mundo de ilusiones, ensoñaciones, y en pocas palabras, todo el colosal universo mental.
Por “arte” de la ignorancia, los hombres de todos los pueblos primitivos y no tan primitivos echaron mano del invento del espíritu, como ente invisible, imponderable, sutil, que ocupa la mente (algunos de mentalidad muy primitiva, incluso atribuían un alma a los animales, en este caso como un principio sensitivo que da vida e instinto a los bichos, y vegetativo que nutre y acrecienta a las plantas). (Imagínense los lectores, un sapo con alma).
Cabe acotar aquí, como curiosidad antropológica, que los primitivos australianos (cuando fueron descubiertos por los europeos) comían a sus muertos para asimilar la vida y la inteligencia (alma) de los difuntos. (Véase al respecto: Historia universal, de varios autores, Editorial Océano, Barcelona, 1999). Y esto no es el único caso; fueron múltiples como lo certifican los antropólogos que recorrieron el mundo con el fin de estudiar las culturas primitivas. Véase al respecto mi libro El origen de las creencias publicado por Editorial Heliasta-Claridad de la ciudad de Buenos Aires (año 1994), capítulo V.
En psicología antigua y no tan antigua henchida de religión, el espíritu significa una sustancia simple e inmortal que informa al cuerpo humano y con él constituye una unidad esencial.
Todo lo antedicho, a la luz de los actuales conocimientos científicos sobre física de partículas, anatomía, fisiología y química del cerebro, queda borrado de un plumazo.
Ha sido la ignorancia total, la que ha fabricado el concepto de alma espiritual con el fin de tapar precisamente esa agnosia acerca de un proceso físico-químico-biológico, que se manifiesta en forma de psiquismo.
De ahí entonces, de ese invento pueril para explicar las manifestaciones de nuestro ultracomplejo cerebro, surgen motivos existenciales. Para los orientales, por ejemplo, hay transmigración de las almas, encarnaciones y reencarnaciones hacia escalas más bajas o más altas de los seres vivientes según los pseudocientíficos (que los hay ¡a montones!). Para los occidentales henchidos de cristianismo basado en ciertos evangelios escritos por hebreos reformistas y otros documentos, hay almas inmortales que van al cielo o al infierno según su comportamiento en la Tierra.
Pero en resumen, lo que sucede ante los ojos de la razón ajena a todo mito, es que el hombre como todo animal, no quiere morir, se aferra a todo para sostenerse en la vida; y cuando la muerte es cierta y el cuerpo se descompone, quiere que el elemento espiritual (cuya descomposición no se ve), sobreviva, y entonces, se cae en el mito.
¿A qué viene este “cuento”? A que uno de los motivos existenciales más fuertes, consiste en labrarse una vida más allá de la muerte; una vida más dichosa; ya sea en el Nirvana de los orientales, en el Paraíso de Mahoma de los islámicos, en el Cielo de los cristianos, en el pagano Elíseo, y otros lugares de dulzura.
Este sería, para los creyentes, el motivo existencial por excelencia en este “valle de lágrimas” que es nuestra Tierra para muchos. Pero para los agnósticos, y ateos como yo, los motivos pueden ser otros y muy diversos, sin necesidad de caer en ningún abismo de la nada. En mi caso, por ejemplo, el dejar un mensaje al mundo para que la gente consciente, inteligente, sabia, honesta y capaz, pueda transformar este cuerpo espacial en un auténtico Paraíso Terrenal como el que concibió el autor del Génesis Bíblico, escrito tan leído por los occidentales cristianos, y los hebreos del mundo entero, y por el autor de estas líneas inquieto por todas las religiones habidas y por haber; entre otros inventos de la mente humana con su imaginación puesta al vuelo, a saber: espíritus, almas errantes de las que nos hablan los devotos; ángeles de “varias especies” de los que nos anotician los angelólogos (que creen cultivar una ciencia: la angelología); los demonios y los endemoniados de los que nos informan los satanistas; de los espíritus sueltos de los cuales nos hablan los espiritistas, de los demonios traviesos y a veces asesinos de los que nos anotician los demonólogos con su imaginación puesta al vuelo a saber: demouche, demontre, dianche, mengue, el malo, Ángel de las Tinieblas, Serpiente tentadora, Lucifer, Luzbel, Satán, Belcebú, anticristo, leviatán… y otros motes inventados por la siempre rica fantasía del hombre de tiempos de ignorancia plena.
Corolario: Señores lectores, no le teman a lo que no existe, el infierno es un mito más “del montón”; sólo les aconsejo alejarse de toda pseudociencia que puede ser nociva y que se porten bien en esta única vida que tenemos en nuestro querido (a veces mal querido) planeta Tierra. La sana razón les estará eternamente agradecida.
Ladislao Vadas