El kirchnerismo ya anunció que piensa vetar la limitación de los “superpoderes” que podría aprobar en las próximas semanas el Congreso de la Nación si la cámara alta acompaña la decisión que acaban de tomar los diputados.
Tal como hicieron con el veto –léase “censura”- a la Ley de Glaciares, que salió por decisión unánime del parlamento argentino, Néstor y Cristina van a ningunear una vez más a los legisladores.
Hasta ahora, en los siete años que llevan en el poder, nunca se les pudo “levantar” sólo un veto, una situación inédita en nuestra joven y frágil democracia.
Eso tiene otra lectura: no podemos esperar prácticamente nada de los partidos políticos.
Salvo algún lloriqueo, va a ocurrir lo mismo que pasó con la fallida norma que estaba destinada a proteger las nacientes de las aguas cordilleranas.
Sin embargo, tanto oficialismo como oposición temen a una sola cosa en este país: el ruido atronador de las cacerolas.
La propuesta que planteo es simple: por cada veto, un cacerolazo diario, a las ocho de la noche (horario de los noticieros centrales), hasta que se respete la voluntad del Congreso nacional.
El veto es una facultad del Poder Ejecutivo, pero la última palabra la tiene el Parlamento, que puede levantar esa moción de la Casa Rosada si se ponen de acuerdo dos tercios de los representantes.
Los que se animen y tengan ganas, que se concentren en la porteña intersección de Rivadavia y Entre Ríos, en el Monumento a la Bandera de Rosario, en el Cabildo cordobés o donde estén acostumbrados.
Los que quieran acompañar desde su barrio, que lo hagan en cada esquina de cada ciudad o población del interior.
Por cada veto, un cacerolazo por día, sistemático.
Si aprovechamos los mails, las redes sociales y hasta los mensajes de texto de los teléfonos móviles, es más que posible.
Basta de quejarnos, hagamos algo.
"La historia de la libertad es la de la lucha por limitar el poder del gobierno". Thomas Wilson (Premio Nobel de la Paz, 1919).
Marcelo López Masia