La aprobación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo se trató de un triunfo político para el oficialismo del que tanto ese sector como los partidos que se enfrentan al Gobierno pueden obtener importantes aprendizajes.
Una vez más se comprobó cómo las normas que se enlazan con fuerza en intereses y aspiraciones de sectores concretos de la sociedad adquieren una dimensión política mayor.
En los casos, como éste, en que se tocan aspectos de la vida cotidiana se logra un beneficio extra para el sistema político: su relegitimación.
Más allá de que haya sectores a favor o en contra de la norma, la sociedad se enriquece y madura ya que se reactivan debates sobre las formas de organización de la comunidad, sobre los derechos, la igualdad, la familia, la discriminación, el respeto por las diferencias y la crianza de los hijos.
Se trata de debates que son políticos pero que llegan a lugares que la política durante muchos años dejó vacantes, como la mesa familiar, el barrio y los ámbitos de trabajo.
Así, los legisladores dejaron de lado por un momento las cuestiones "técnicas" vinculadas a fondos presupuestarios o la schicanas en torno a la agenda que plantean los medios de comunicación.
Y tuvieron que sustentar su posición para apoyar u oponerse al proyecto que interesaba a una minoría pero que ganó espacio en el debate público.
Un beneficio extra: con las transmisiones de las sesiones en vivo y por televisión, la ciudadanía conoce más a sus legisladores, escucha sus argumentos y toma nota de quién es quién.
Otra cuestión a destacar es que si bien el Gobierno se fortalece cuando impulsa una iniciativa de este tipo y logra su aprobación, nadie sabe con certeza cuál será su efecto en término de votos, de cara a los comicios del año próximo.
El Gobierno también debería apuntar que se fortalece cuando logra sumar fuerzas por una iniciativa con algunos sectores que se ubican en la oposición: la conducción de la UCR votó a favor de la norma, así como Luis Juez o el senador socialista Rubén Giustiniani, todos ellos enfrentados al kirchnerismo.
Quizás los más derrotados hayan sido Carlos Reutemann -quien no emitió su voto en el Senado- y Julio Cobos, dos dirigentes que hacen un culto del silencio y que bajo la premisa de que no son buenas las "tensiones" en la sociedad, muchas veces evitan dar opinión sobre temas de interés público.
Sobre la pelea que lidera el cardenal Jorge Bergoglio contra el Gobierno, habría que evaluar si la Iglesia obtuvo tan sólo una derrota con este resultado.
La cúpula de la jerarquía católica sabe desde hace mucho que pierde la batalla contra la "secularización" de la sociedad y muchas veces prefiere "galvanizar" a los creyentes con posiciones públicas férreas, antes que salir a buscar nuevos fieles.
Y en la política de corto plazo, como buena institución de más de 2.000 años de vida, sabe que a una derrota bien puede seguirá lguna victoria.
Nicolás Tereschuk
NA