Hay que decir la verdad. Los colapsos en la salud de Néstor Kircnner han sido mucho más numerosos que los que se narran por estas horas. Repasemos.
-En 1996, cuando recién comenzaba su segundo mandato como gobernador de Santa Cruz, tuvo un serio episodio que se disimuló con una supuesta operación de hemorroides.
Años más tarde, Cristina reconocería que fue una úlcera sangrante, pero tuvo que corregirse ante el énfasis del médico presidencial Luis Buonomo y, especialmente, de un oncólogo de Río Gallegos que nunca se nombra pero que siempre está, de apellido Navarro.
El “lupo” estaba muy flaco, casi irreconocible, según recuerdan los opositores santacruceños quienes confiaron ingenuamente que la carrera política de Néstor había por entonces terminado.
-Luego de una recuperación que le llevó varios años e incluyó viajes al exterior para atenderse en las mejores clínicas de Estados Unidos, llegaría el episodio más conocido, sucedido en El Calafate, en el 2004, pocos días después de la masiva marcha encabezada por Juan Carlos Blumberg en la plaza de los dos Congresos.
Se cargaron las tintas sobre el odontólogo José Granero, que hoy dirige el Sedronar, pero las razones de la situación límite, que incluyeron el suministro de más de dos litros de sangre, fueron muchos más severas.
-Meses más tarde, llegaría una nueva internación en el Hospital Regional riogalleguense, de la cuál prácticamente no se informó. El hecho se registró luego del desastre de Cromagnon. En esos días, los padres de las víctimas y algunos opositores se preguntaban “¿por qué no está en Buenos Aires el presidente de la Nación?”.
-Los casos más recientes se remiten al 2008, el día previo al voto no positivo de Julio Cobos en el Senado, cuando Kirchner debió reconocer con pesar que el campo le había ganado la calle, ya que la demostración del monumento de los españoles doblaba o triplicaba en cantidad de concurrentes al aparato K que se había movilizado frente al parlamento. Allí, el ex mandatario sufrió una descompensación y debió ser atendido en una clínica privada, una vez más.
Este año, los episodios ya son tres y cada vez más preocupantes.
-El primero tuvo lugar en febrero, tras la crisis del “fondo del bicentenario”, cuando distintos jueces avalaron al ex titular del BCRA Martín Redrado, quién no quería afectar las reservas de la entidad para el pago de los compromisos externos. En ese momento, debieron operarle la carótida derecha, dejándole una enorme cicatriz a la altura del cuello.
-Luego, hace apenas un mes, la noche de la doble derrota en diputados y senadores, en temáticas claves como la normalización del Indec y la ley de protección de los glaciares, el sitio Perfil.com tuvo la primicia de una nueva internación del ex mandatario. Se relacionaba la nueva crisis con el disgusto provocado por ambos retrocesos parlamentarios.
-Finalmente, llegó el mazazo de anoche, cuando debieron sus voceros reconocer que había sido operado para recibir un stent en una arteria coronaria.
Antes de querer hacer cualquier especulación política sobre la incertidumbre que provocan estos episodios tan reiterados, cabe destacar que quienes más aterrados están no son sólo los familiares del patagónico.
Los empresarios beneficiados por las bondades del “modelo” ven como el proyecto que se anunciaba para 16 o 20 años comienza a naufragar antes de llegar a la mitad del recorrido previsto.
Saben que si hay un giro copernicano en la Casa Rosada tendrán que dar largas y complicadas explicaciones en los tribunales que hoy están adormecidos.
Sin embargo, estos mismos jueces tan venales y acomodaticios suelen recobrar el ímpetu cuando los vientos del poder modifican su cuadrante.
En su libro sobre la salud de los presidentes argentinos y extranjeros, el doctor Nelson Castro fue muy claro al plantear como el ejercicio brutal del poder se lleva puestos a los mandatarios más obsesivos.
Kirchner no confía en nadie y ha logrado que, políticamente, ya casi nadie confíe más en él.
La visible soledad de la veintena de militantes K que se reúnen por estas horas en el palermitano Sanatorio de los Arcos así lo demuestra con total patetismo.
Marcelo López Masia