Los Kirchner y sus secuaces hablan de los pobres y viven como ricos. Sus relatos retratan gestas históricas, torturas y cárcel. Vivieron como estancieros y hoy son dueños de media Patagonia. Hablan de izquierda y gobiernan para la derecha. Son conservadores, pero usan el lenguaje del cambio ubicándose en el lugar de una única verdad revelada.
Los periodistas, bloggeros, “opinólogos” y demás fanáticos del régimen juzgan a colegas y los engloban en ese término tan nebuloso como “corporación mediática”. Muchas veces lo hacen desde el canal público (que no es sinónimo —por las dudas aclaro— de gubernamental) o desde canales privados con dudosas licencias que solo se mantienen en pie por contratos no escritos bajo convicciones económicas; jamás ideológicas. Creen en la lógica del todo vale. Son sectarios. Autoritarios. Miden 3 puntos de rating con viento a favor, toman al televidente como estúpido y se suben al pedestal de la soberbia.
¿Sabías que el productor de uno de estos programas, pide permiso a un ex presidente cada vez que envía la invitación correspondiente al ocasional panelista? ¿Sabías que las opiniones críticas no las levantan, no las escuchan?
Esas son todas las voces. Ese es el pluralismo discursivo. Ese es un país en serio en donde pregonan los comisarios políticos, los canallas de los medios audiovisuales, los falsos jueces, eso sí, con sueldos más escandalosos que los miembros de la Corte Suprema. Contratos de 12, 20, 30 mil pesos según la cercanía con el poder. 75 mil pesos por emisión. Pan y circo. Y la pagas vos que los ves siempre, que los sentís parte tuya necesaria y vos también, que no tenés nada que ver con ese periodismo de opinión que parece mera propaganda partidaria, con esa militancia “pseudo” revolucionaria. ¿Cuántos programas periodísticos en canales de aire son críticos del gobierno? ¿Hay uno? ¿Cuál? ¿Cuántos parecen ser grupos de tareas del gobierno?
La semana pasada, en uno de los pocos programas de radio, junto con el conducido por Gabriel Levinas, que no le rinde tributo al gobierno nacional, un actor que trabajó en la televisión pública cuando el canal aun creía en la ficción, cuando apostaba por programas distintos, osó decir que no le gustaba demasiado “678”. Ese tipo perdió plata trabajando, no le pagaron el sueldo varios meses al igual que muchos compañeros actores porque la productora de Gastón Pauls hizo un mal negocio. Pauls asistió a cuanto acto del gobierno lo invitaron. Debía obtener algún subsidio de manera urgente. El actor que entrevistaron en “Ahora es Nuestra la Ciudad”, opinó sin ataduras y sin odios.
Lo acusaron de homosexual, de realizar prácticas non sanctas con partes de su cuerpo, de haber vivido afuera del país y por lo tanto no tener derecho a opinar, de hablar, de pensar distinto…Se trata de Rafael Ferro, un tipo sin igual. A otro colega periodista se lo acusa de drogadicto, claro, como está drogado no sabe lo que dice. Además de drogadicto, además; es gordo. ¿Cómo un gordo tiene derecho a hablar? ¡Sacáte una foto gordo!, grita desesperado el oyente kirchnerista.
¿Tanto duele? ¿Tanto molesta que no coincidamos muchas veces o casi nunca? A gritos los totalitarios de siempre piden que desaparezca una persona, un programa, sí… “desaparezca”, con toda la historia que arrastra este país es muy fuerte. ¿De qué lado estarían si la represión y la tortura serían nuevamente prácticas habituales en la Argentina?
Todo aquel que no coincide con ellos, es un traidor. Prefiero la traición que la sumisión. Traicionar al pensamiento único, al engaño, a la corrupción, a la utilización de los pobres, a la injusticia, a la impunidad y a la intolerancia. La herencia más nefasta que dejará este gobierno será el odio. Odio al que piensa distinto. A la oposición. Al que cuestiona. Al que pregunta. Hoy ser crítico es ser enemigo. ¿Este es el país que le vamos a dejar a nuestros hijos? El fanatismo ciega.
Luis Gasulla