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¿Puede dios observar plácidamente su "non sancta" creación?

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INSTINTO ANIMAL VS. ÉTICA ORDENADA
INSTINTO ANIMAL VS. ÉTICA ORDENADA

 Si analizamos el cuadro total de las relaciones interespecíficas de todos los millones de seres vivientes del planeta, no hallaremos otra cosa que decepción si lo que buscamos es paz y armonía en la naturaleza.

 

 Muchas personas de las ciudades, hastiadas o atormentadas por tanta “civilización”, acuden a la naturaleza para hallar allí paz, armonía y belleza. Y la encuentran a su manera a pesar de que, lo que les rodea a veces dista mucho de pertenecer a un mundo natural pacífico.

 La realidad suele pasar inadvertida para el ciudadano neófito en ciencias naturales y aun para el campesino poco observador, absorbido por sus labores.

 Es necesario dedicar no sólo algunas horas o días para observar la naturaleza, sino años de pacientes estudios en una búsqueda y atención constantes en contacto con los seres vivientes.

 En las profundidades marinas, en los lagos, ríos y arroyos, en las praderas, montañas y bosques, e incluso en una gota de agua bajo un microscopio, es posible observar los dramas cotidianos de la vida de billones de seres a merced de la fatalidad.

 Ni entre los animales, ni entre los vegetales, existe nobleza alguna y menos paz constante. La persecución, la cacería, la muerte, son moneda corriente entre la fauna a nivel planetario, ya se trate de animales inferiores, ya de superiores.

 Los insectos, por ejemplo, devoran sin piedad tanto a otros insectos como a las plantas, a las cuales ocasionan tan ingentes daños, que la recuperación de extensas áreas devastadas resulta penosa.

 La agresividad de corte territorialista para defender recursos alimentarios o para apropiarse de nuevas áreas ya ocupadas por otros seres vivientes, no nos habla precisamente de un mundo justo, éticamente ordenado, como tampoco nos dicen nada al respecto los datos antropológicos sobre las conductas humanas en las primitivas organizaciones, en donde por razones de supervivencia se entablaba la lucha tribal; se sacrificaban seres humanos a supuestos dioses, y eran comidos unos seres humanos por otros seres humanos (canibalismo) sin que dios omnipotente alguno actuara desde el “santo cielo” para poner las cosas en su lugar. Lo que hoy, a la luz de la civilización”, se califican como actos abominables de fanatismo religioso y canibalismo, otrora fueron necesidades.

 En efecto, esos seres humanos no eran perversos, como no lo fueron ni lo son los actos de canibalismo entre insectos, serpientes, lagartos y mamíferos.

 Aquellos humanos que comían el seso de otros seres humanos (como lo atestiguan los antiguos antropólogos pioneros), lo hacían “legítimamente” para adquirir la sabiduría de sus enemigos, y los que sacrificaban a inocentes lo hacían porque sinceramente creían hacer un bien a la comunidad aplacando las iras de alguna alevosa divinidad.

 El macho que lucha con otros machos por sus hembras hasta morir desangrado, realiza un acto tan horriblemente lógico como inocente. Lo hace porque así se dio en este planeta el mecanismo de la supervivencia que para muchos, los creyentes en un dios paradójicamente “¡puro amor por sus criaturas!”, este así lo ha dispuesto.

 El lobo marino o el elefante marino macho que se traba en duelo con otros machos para formar su herén, no posee egoísmo sino necesidad ciega de supervivencia.

 En definitiva, los seres vivientes no tienen culpa alguna de sus conductas porque obedecen ciegamente a sus instintos.

 ¿Instintos programados? ¿Por quién? ¿Acaso por una inteligencia suprema infinitamente sabia, bondadosa y justa? Acerca de esto surge una duda aterradora. No es el mecanismo ecológico cruel en sí mismo; no son los animales que se lanzan a una lucha sin cuartel por la supervivencia, los perversos, sino que lo inicuo, lo aterrador, es el presunto “plan trazado para obtener esa supervivencia”, el cruel y despiadado método que arrastra ciegamente a los seres vivientes, a pesar de ellos mismos, provistos de puro instinto, tan ciego como las mismas mutaciones genéticas que apuntan hacia cualquier dirección. Pero en el caso de los instintos ya existe algo dado efectivo, que marcha aun ciego y todo.

 Mientras que las mutaciones apuntan hacia algo incierto que puede o no darse o seguir adelante, la ceguedad de los instintos ya es algo fatalmente instalado y es perverso como plan de la naturaleza.

 Cada ser viviente se ve arrastrado hacia la vorágine del saqueo, la usurpación, la cacería, la agresividad, la matanza si su desgraciada existencia se lo exige. Quiéralo o no, cada ser debe competir en una lucha que comienza ya antes de nacer y termina con la muerte. Tanto una bacteria como una ballena, un árbol (aún siendo un ser inconsciente) o un hombre., se ven obligados a luchar contra un medio a la larga siempre hostil plagado de enfermedades, accidentes, etc.

 Lo tremendo, lo decepcionante, es pensar que es el “plan” y no el individuo lo perverso.

 Si por ejemplo, escasean los peces en las costas marinas, son por millones las aves que mueren de inanición en las playas, y no hay nada ni nadie que se apiade de de ellas.

 Durante las prolongadas sequías que abarcan extensas áreas continentales del planeta, mueren de hambre millones de seres, incluso humanos, sin que sean respetados por nada ni por nadie, ni siquiera los niños. Si hay epizootias, epidemias, pestes y enfermedades por avitaminosis o parásitosis, mueren millones de seres incluso personas de todas las edades luego de sufrir largamente, sin que nada, ni nadie se apiade de ellas. El dios de los creyentes parece hallarse ausente o entretenido en las lejanías del universo. Y esto viene sucediendo desde hace millones de años en el planeta Tierra, mucho antes de que existiera el hombre quien (según cierto texto tenido por sagrado en occidente y sus áreas de influencia), sería el culpable de todo mal por causa de sus faltas.

 Los animales se hallan abismalmente distanciados del hombre y no merecen tanta lástima, se suele decir. Sin embargo, todo aquel ser humano que entiende a los animales y ha compartido con ellos muchos días de su vida, sabe de los ojos suplicantes de un perro apaleado, de su nobleza, fidelidad e inteligencia; de las alegrías de un simio en cautiverio cuando es devuelto a su selva natal.

 Si existiera una sabia inteligencia superior, justa y sensible a la aflicción y al dolor de sus criaturas, ¿permitiría el sufrimiento de miles de millones de seres a lo largo de millones de años?

 Más que eso, ¿sería capaz un ente piadoso y justo, de inventar un plan ecológico donde existe la ley del más fuerte, pícaro, alevoso, taimado, despiadado y sagaz para asegurar su supervivencia?

 La rapiña, el saqueo, la violencia, el egoísmo, la simulación, el atropello, la prepotencia, el alarde… ¿son conductas éticas de la naturaleza que condicen con un ser superior ético, creador del mundo entero?

 ¿Podemos tomar ejemplo de la “madre” naturaleza? ¡Jum! ¡Lo dudo y sobremanera!

 Lo ético, aquí se extiende hacia toda la fauna, aunque en la concepción común y tradicionalmente aceptada atañe únicamente al hombre y al dios de los teólogos.

 Pero vayamos al hecho de que el creador de todo, según la teología (una mera pseudociencia para los racionalistas con cultura universal), es un ser ético y bondadoso por excelencia con todos sus atributos. ¿Se refleja de alguna manera esta cualidad y bondad en su supuesta obra que es la naturaleza impía, cruel y ciega al dolor?

 

 Ladislao Vadas

 
 

47 comentarios Dejá tu comentario

  1. Bueno. De todos modos la Biblia es clara respecto al Sacramento del Bautismo, el cuál es el único al que hace referencia expresa. Por lo tanto, aunque Uds. renieguen de ello, están bajo el rebaño de Dios, libres del pecado original.Pero llevan la marca en el orillo porque han sido bautizados dentro de esa concepción. Salvador: Dice el amigo de Aldo (Bunge) "la duda es el sello del escepticismo".Justamente tenemos una característica diferente de los animales, la inteligencia, que nos fue concedida para dudar. Decía Bertrand Russell (alguien a quien Uds. mencionan siempre) " En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras." ¿No es acaso Vadas un ser que duda por excelencia?

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