¿Es posible que un ser consciente omnipotente y absolutamente piadoso haya creado primero las posibilidades infinitas de hacer el mal, y luego a una criatura polifacética como el hombre capaz de echar mano hasta del más inconcebible recurso para delinquir, a fin de insertarlo allí en el mundo, con libertad absoluta, con todo a su alcance?
Esto equivale a colocar a un tigre hambriento entre párvulos, a una serpiente venenosa ante un animalito indefenso.
Desde el vamos, en materia teológica ya nos hallamos frente a un problema de ética, porque antes de ser creado el mundo, o durante su creación, ya el creador tuvo que haber calculado todos, absolutamente todos los delitos que iba a cometer la criatura humana a punto de ser creada, esto gracias a su “ciencia de visión del futuro”, atributo otorgado a su dios por parte de los teólogos quienes dicen sostener una ciencia de Dios.
Pero la cosa no iba a ser entre malvados exclusivamente, sino que hacia esa vorágine delictiva iban a ser arrastrados también los justos inocentes.
También éstos pueden cometer delitos involuntariamente, por ignorancia o error.
Lo más frecuente es que el malvado prospere a costa del justo.
¿Es moral un sistema así, para obtener a justos y pecadores?
Al libre albedrío es fácil cuestionarlo mediante pruebas antimetafísicas.
La supuesta compensación de todo sufrimiento injusto en la otra (también supuesta) vida después de la muerte, también es cuestionable. ¿No hubiera sido mejor un mundo en el que un dios misericordioso hubiese creado sólo un juego de obstáculos salvables para sus criaturas con el fin de edificarlas?
¿No hubiese sido producto de una inteligencia superior, un mundo en el cual la criatura no hallara en su camino más que lecciones de la vida para perfeccionarse, en lugar de injustas tragedias que pueden acabar despiadadamente con incipientes vidas, bebés, niños de corta edad, jóvenes, o arruinar existencias de por vida?
¿No hubiese sido más racional y misericordioso un mundo desprovisto de horrorosos sufrimientos hasta el grado de lo insoportable para sus criaturas, muchas de ellas inocentes?
¿No hubiese sido más lógico, si existiera una providencia exquisita, un mundo con sólo sufrimientos breves, pasajeros, que sirvieran a modo de sustos para morigerar a las criaturas con tendencias hacia los desvíos de lo ético, con iguales oportunidades para todos?
¿No hubiese sido más piadoso un sistema en el cual todo ser lanzado al mundo tuviese todas las oportunidades de elevase hacia lo sublime sin necesidad de asesinar brutalmente a su prójimo primero, para luego arrepentirse y lograr la bienaventuranza?
¿No hubiese sido más digno de un magno hacedor, un camino de vida siempre sembrado de nuevas oportunidades como lo proclama el budismo por ejemplo, pero sin necesidad de cometer genocidios, torturar, odiar hasta la muerte, equivocarse, embrutecerse, para luego, algún día, iluminado, mediante un acto de contrición, merecer el paraíso habiendo dejado en la Tierra el tendal de inocentes sufrientes o masacrados?
¿Cuestión de ética? ¿Nada más?
No. Hay más, o mejor dicho no puede existir un dios exacto, justo como lo propone la Teodicea con veleidades de ser nada menos que ¡una ciencia!
Si aceptamos a un creador, nos veríamos obligados también a recriminarle por haber dejado a la traviesa y peligrosísima criatura humana “ante al mundo”, para que hiciere con el mundo y consigo mismo lo que más se le antojara.
Esta especie de “mono suelto” autoclasificado ligeramente como Homo sapiens, (aunque de sapiente, muchos tienen poco y nada), realmente ha realizado los actos más inconcebibles; las más delirantes atrocidades. A tal punto que el mismo Homo, asombrado de su propia capacidad para cometer horrores, los ha denominado “actos inhumanos”, para salvar quizás su prestigio aunque más no fuera ilusoriamente.
Ante el horror de sus propios actos, pareciera ser que el hombre trata de achacarlos a algo extrahumano. Pareciera ser que rechaza la idea de que su propia especie sea la responsable de tanta atrocidad, y trata entonces de liberarla de culpa y cargo echándole la culpa a un maligno Satanás y sus prosélitos. Pero paradójicamente, los actos más “inhumanos” son precisamente los cometidos por humanos sin Lucifer alguno de por medio que sólo es el fruto de una loca fantasía o una especie de descargo de las culpas.
El hombre tortura con sadismo, viola sexualmente por placer morboso, destruye con saña, extermina, conquista por ambición desmedida, todo sin límites, y nunca se satisface. Arruina vidas humanas jóvenes al prostituirlas o lanzarlas hacia el vicio de las mortales drogas, para beneficiarse; comercia con órganos humanos para la medicina y asesina para obtenerlos; es decir vive y goza a expensas de sus propios congéneres, se vuelve contra su propia especie. Extermina a los que no piensan igual, posee fanatismos ideológicos. Atenta maquiavélicamente contra inocentes mediante actos terroristas para lograr sus objetivos.
En todo esto y mucho más, se distingue de los animales y suele hablar de actos inhumanos.
Ante este tétrico panorama antrópico, es una verdadera locura pensar que un dios “que sabe lo que hace” (según dicen los teólogos) haya colocado sobre la faz de la Tierra a un ser tan peligroso para el mundo y para sí mismo; a una criatura tan quisquillosa, inconstante e intolerante con libertad absoluta para delinquir, a sabiendas de todo lo que iba a ocurrir en virtud de su ciencia de visión del futuro.
Es como si ese dios le dijera a sus criaturas: “aquí os ofrezco el mundo, haced con él y con vosotros lo que os plazca. Si queréis, podéis matar, violar, torturar, cometer actos de canibalismo, equivocaros, crear dioses, sacrificarles seres humanos, emborracharos, prostituiros, conquistar arrasando pueblos enteros, esclavizaros, vender y comprar a vuestros siervos, intoxicaros con sustancias nocivas y drogas estupefacientes, comerciar con vuestros cuerpos, castrar para obtener fieles eunucos, lucrar con el dolor ajeno, estafar, matar para vender clandestinamente órganos humanos, secuestrar criaturas para venderlas, cazar y maltratar animales por placer, arruinar vuestro planeta y su equilibrio biológico, envenenar su atmósfera, guerrear, exterminar a inocentes durante las contiendas bélicas, crear campos de concentración, inventar instrumentos de tortura, cometer genocidios, armaros “hasta los dientes” con sofisticados artefactos de destrucción masiva al punto que podáis pulverizar vuestro planeta entero si lo deseáis…, todo esto y mucho más… pero…, ¡os prohíbo que hagáis todo eso porque es inmoral!”
Es como si primero se le diera “un cuchillo al mono” (en este caso al Homo sapiens) y luego le dijera: “¡Cuidado con lo que haces!”.
Es como ofrecerle la casa abierta y con sus ocupantes ausentes al ladrón; es como ofrecerle al criminal armas sofisticadas; al tigre una presa atada.
Estos ejemplos no representan a este tipo de hombre que puede llegar a ser, en muchos casos, casi como el ángel bueno creado por la imaginación, sino que se refiere a la “libertad frente al mundo y a sí mismo”, de que habría sido dotada esa criatura para hacer todo lo que le viniera en gana.
Si las “pruebas” fuesen leves, si se salvaran los inocentes, si no hubiesen habido jamás sacrificios humanas en holocausto de imaginarios dioses, ni hubiesen aparecido nunca las instituciones de la barbarie como la “Santa Inquisición”, ni la posibilidad del genocidio en masa como en la era hitleriana y muchas otras atrocidades, entonces sí podríamos aceptar un “mundo a pruebas” inventado por una deidad piadosa. Pero lamentablemente, luego de incursionar en los conocimientos antropológicos y después de repasar la historia de la Humanidad, sólo nos queda el amargo sabor, la fuerte impresión de que tal ente creador, de existir, ha cometido un garrafal yerro al crear a un ser con libertad absoluta para delinquir, o más bien nos queda la persuasión de que tal ente jamás existió porque el mundo se halla librado a la ventura, a merced de los accidentes mentales de un espécimen tipo “mono suelto”.
Si a pesar de todo se insiste en un creador, pero se achacan todas las maldades de la criatura humana a la influencia de un poder demoníaco, esto no varia la situación, porque entonces esa libertad absoluta para delinquir se trasladaría con mayor fuerza hacia otro ser de naturaleza distinta de la humana, también creado por la misma divinidad En este caso, son el hombre y el poder demoníaco en consuno, los responsables, pero en última instancia la causa de todo sigue siendo el yerro garrafal del (supuesto) creador de las posibilidades para delinquir sin límites y éste jamás puede tratarse del ser ideado por la teología, ciencia de la nada, porque se lo ha imaginado infalible.
Ladislao Vadas