La gacela es sorprendida pastando. Comienza la implacable persecución. El felino se lanza al ataque cuando ya jadeante, perdidas sus fuerzas el pequeño rumiante cede en su carrera, ya sentenciado a muerte. La acometida es feroz y la presa es muerta a dentelladas en el cuello, arrastrada y devorada según cierto plan ecológico aparentemente bien trazado. Un plan precisamente trabado y eficiente en el cual el vegetal que extrae nutrimento del suelo con sus raíces y oxígeno del aire con sus hojas, se transforma luego en animal carnicero, pasando primero por el estado de animal herbívoro presa.
Este drama biológico, y mucho más, se ha repetido a cada instante durante millones de años entre peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, artrópodos (insectos, arácnidos, crustáceos, gusanos, moluscos, equinodermos, etc.).
El vegetal es insensible, es cierto, y el carnicero aunque sensible pero poderoso y feroz no tiene a quien temer, pero… ¿y el puente? ¿La inocente e inofensiva presa que debe pagar tan injustamente tributo a la supervivencia de los depredadores?
¡Está claro! Hay que observar mejor (dicen los creacionistas). Existe un plan inteligente en la naturaleza, porque… ¿de qué otro modo se mantendrían a raya las especies en el número de individuos?
Si no existiera el felino carnicero, por ejemplo, entonces las poblaciones de antílopes (gacelas, gamuzas, ñus, saigas, etc.) se harían tan numerosos que devastarían extensas áreas de vegetación dejando sin alimento a otras especies.
Existen otras, cuya reproducción es tan abundante que de no tener enemigos tapizarían toda la superficie del planeta, como se dice en comparación, por ejemplo, de las estrellas de mar, del salmón y de la ostra. (Se calcula que una sola hembra de salmón produce 28.000.000 de huevos, y una ostra puede desovar hasta más de 114.000.000 de huevos en una sola puesta. Según Edward O. Dodson: Evolución, proceso y resultado, Barcelona, Ed. Omega, página 18).
Es necesario, imprescindible entonces -se dice- un ecosistema como el actual en donde se mantiene un equilibrio biológico basado en los carniceros, depredadores, parásitos y agentes patógenos como virus, bacterias, protozoarios y hongos. (Acotación irónica sobre la marcha: ¿Debemos dar las gracias a un creador de todas las cosas, por estas “delicias” de la naturaleza?).
¿También las inundaciones, las prolongadas sequías, plagas, hambrunas, pestes, guerras… son necesarias para la marcha de la “creación”?
¿Plan inteligente? ¿Orden perfecto en la naturaleza? ¿Sistema justo y único posible establecido para garantizar la supervivencia de todos? Señores teólogos con su pseudociencia: la teología: ¡no me hagan reír a carcajadas, por favor! Y… tengan en cuenta que no soy demonio alguno, ni estoy influenciado por Satanás ninguno fruto de la más pura imaginación
En primer lugar, no es necesaria una proliferación tan exagerada como en el caso de algunos animales. Si bien tal proliferidad se halla compensada por algún enemigo natural que se encarga de frenar la exagerada reproducción, ésta no es necesaria como tampoco lo es el enemigo común.
En segundo término -y ésta es la verdadera clave inteligente- existen y pueden existir perfectamente otros métodos incruentos para mantener a raya el número de las especies, como en el caso que fuesen vegetarianos el león, el tigre, el jaguar, el lobo, los peces carniceros, todos los insectos y los arácnidos, por ejemplo.
La naturaleza, (si fuera consciente e inteligente) se ha perdido una bella oportunidad (que favorecería a la posición teológica) para lograr una fauna realmente armónica, inofensiva, pacífica.
¿Cuál podría ser, por ejemplo, uno de los mecanismos incruentos de regulación poblacional?
Existe un mecanismo de freno en la reproducción de ciertos animales basado en la visión. Cuando existe un aumento exagerado de individuos de una especie, se inhibe automáticamente el instinto sexual. (Según Irenaus Eibl-Eibesfeldt: Etología, Barcelona, Omega, páginas 400 y 401). La población se mantiene a raya de esta manera sin necesidad de que carnívoro depredador o carnicero alguno intervenga.
El león, el águila y el cocodrilo, surtidos de dentición y aparato digestivo de herbívoros, podrían pastar pacíficamente en las praderas, y la orca y el tiburón podrían alimentarse sólo de algas marinas si éstas fuesen más abundantes. ¿Acaso no existen descomunales ballenas que se alimentan de plancton?
¡Qué oportunidad desaprovechada!
Si existen los insensibles vegetales, ¿para qué son necesarios los carnívoros?
Incluso el hombre podría ser exclusivamente vegetariano, para dejar en paz a todos los animales que sufren la agonía y la muerte para alimentar al autoclasificado pomposamente como ¡rey de una creación! (En realidad, de ser cierta…,¡una creación de morondanga! por contener toda clase de morbo, criminalidad, delincuencia sin fin, ánimo guerrero y “miles” de defectos, y… ¡otras delicias!).
Una ecología incruenta montada exclusivamente sobre la base de seres insensibles al dolor, como los vegetales, sería propio de un plan ingenioso que hablaría por sí solo de un artífice inteligente y piadoso.
¿Qué mejor que una biomasa planetaria asentada exclusivamente sobre el insensible “reino” vegetal, que provee de todos los elementos necesarios para el metabolismo animal, a saber: proteínas, hidratos de carbono, vitaminas y sales minerales?
Sin embargo, todo lo echa a perder la existencia de una fauna carnívora.
Tan sólo los carroñeros se justifican como necesarios en todo caso para limpiar de cadáveres el planeta.
El animal carnicero y el hombre omnívoro, son errores de la naturaleza, la que podría marchar maravillosamente si contuviera tan sólo dos formas de metabolismo, a saber: el extractor de elementos y elaborador de sustancias alimenticias (vegetal), y el vegetariano exclusivo (animal).
Esta oportunidad incruenta se la ha perdido el proceso viviente, y el carnicero depredador se constituye en una lacra para el supuesto orden natural creado por un “dulce” dios creador “puro amor por sus criaturas” (según se dice sin respaldo alguno en la triste realidad).
Durante millones de años ha existido en el planeta entero la persecución, el sufrimiento, la muerte prematura. Los animales-presas, han tenido que “jugar” a las escondidas continuamente, condenados a hallarse siempre alertas, a huir, defenderse o engañar, y siempre con éxito relativo. Tanto en los océanos como en los continentes.
¿Es esta vida digna y noble para el animal? ¿Puede ser considerada esta relación interespecífica como un sistema compasivo digno de un piadoso ser superior, o más bien la obra de un ente sin escrúpulos si insistimos en aceptar a un creador?
Pero no solo existe el recelo, el constante alerta, el pavor, el nerviosismo, el sobresalto, el sufrimiento entre la fauna-presa con respecto a la fauna depredadora, sino que en algunos casos, individuos de una misma especie se atacan y devoran sin miramientos.
El canibalismo existe principalmente entre los peces, reptiles, arácnidos y otras formas primitivas, pero también aparece entre los mamíferos en ciertas circunstancias.
Esta costumbre repugna al hombre, y, sin embargo, éste ¡también ha practicado el canibalismo!
¿Pregunta antiteológica y llena de compasión?: ¿Son necesarias estas aberraciones para evitar una excesiva proliferación de ciertas especies (incluido también el hombre comido por otros hombres –quizás para adquirir su sabiduría- según leemos en los libros de antropología sobre antropofagia)?
Si el freno de la reproducción excesiva, mediante la inhibición del instinto sexual, se extendiera hacia toda forma viviente animal, entonces si, podríamos exclamar legítimamente: ¡Qué sabia es la madre naturaleza! O… mejor quizás: ¡Qué suprainteligente, bondadoso y pleno de piedad es el creador del mundo y la vida, quien ha dispuesto las cosas con tanto ingenio y suavidad!
Si todos los animales, desde la ameba hasta los grandes mamíferos, fuesen exclusivamente pacíficos vegetarianos, sin necesidad siquiera de luchar los machos por sus hembras, ¡qué maravilloso sería el mundo animal digna obra de un superser piadoso y omnipotente! Tan sólo el hombre contendría agresividad, felonía, egoísmo; y sufriría penurias en la lucha por la vida, pero… todo ello por una razón justa: ¡el pecado! (dentro ya en el espurio terreno dogmático).
De este modo, sí sería concebible el sufrimiento en la Tierra, estando en paz la fauna, pero en el estado de cosas que han reinado a lo largo de millones de dramáticos años para toda la fauna ancestral anterior a la existencia del hombre y la presente, ¿es posible hablar aún de un omnisciente piadoso ente eterno que supo hacer “bien las cosas”?
Hay más, con respecto ahora a las luchas por causa del sexo. ¿Acaso el mecanismo de la reproducción sexual que poseen los animales con sexos separados, es el único posible en el mundo?
Sin ir más lejos, tenemos muchos ejemplos en la fauna actual. Sin necesidad de tener que lanzarnos a fantasear acerca de posibles formas de vida en otras galaxias como lo afirman los hueros pseudocientíficos platillistas (creyentes en alienígenas y sus “platos voladores”), podemos fijar nuestra atención en los animales terráqueos que se reproducen escindiéndose en forma directa, o en los vegetales que no necesitan agredirse como los ciervos machos por sus hembras, por ejemplo.
Además la florifauna planetaria podría convivir dentro de una incruenta y perfecta simbiosis total, en una solidaridad absoluta que sirviera de ejemplo al hombre.
Son innumerables las especies diferentes que viven en solidaridad y que se benefician mutuamente. Incluso el hombre vive en simbiosis con su benefactora flora intestinal, con beneficios mutuos.
¿Acaso se hallan agotados los recursos incruentos para un equilibrio perfecto de la naturaleza? De ninguna manera. La ciencia permite especular sobre innumerables otros mecanismos que podrían hacer de este mundo un ámbito perfecto, lejos de todo dios chapucero como el que sostienen tanto los deístas, como los teístas, sin advertirlo. Al menos una existencia justa sin sobresaltos, sin tristeza de madres que tengan que lamentar la muerte de sus bebés, sin descendientes por ser estos destinados a perecer de inanición por causas telúricas catastróficas y… mucho más ¡muchísimo más!
Vemos a través de este panorama expuesto que, el dios ideado por los teólogos se halla irremisiblemente ausente.
Un dios, tan puro, inefable, indefinible precisamente por su grado absoluto de perfección dado por los teólogos: ¡No existe! ¡No puede existir! ¡Es sólo un mito!
Sólo queda en nosotros el perfeccionarnos; la creación de un hombre nuevo, puro amor por sus congéneres, entre animales inofensivos, sin epidemias, pandemias, enfermedades degenerativas (cánceres), contrahechos, débiles mentales, con instintos asesinos, belicosos y ¡la mar en coche de defectos habidos y por haber! Todo sin dios, sin dioses ni espíritus malignos algunos que sólo pertenecen a una mitología trasnochada.
Ladislao Vadas