En el día de ayer, los medios periodísticos presentaron un video que se desarrolla en el marco de un asalto a una joyería en el Reino Unido. Una mujer, a la que no se le ve la cara, corre ágilmente y arremete contra cuatro delincuentes que pretendían con martillos romper los vidrios del local para robarlo.

Los que vieron el video y lo comentaron en los medios, primero dudaron de su autenticidad y luego los comentarios generales fueron salvo alguna excepción " qué tarados los delincuentes". Que facilista es este comentario y en qué medida muestra la verdad descarnada de cómo pensamos en el problema de la seguridad.

Más allá que el video sea auténtico o no, lo que es lamentable es que una parte de la sociedad admire al delincuente “piola” que se sale con la suya, como Mario Fendrich a quien la gente le gritaba “ídolo” cuando lo conducían detenido y no buscan los motivos reales de porque ocurre esto y realmente a los que nos preocupa el crecimiento de este tema, nos ensombrece y nos lastima.

La explicación de por qué estos ladrones se dejaron doblegar por una anciana dándose a la fuga es sencilla y radica en el mismo motivo por el cual los Oficiales uniformados de calle en Inglaterra no utilizan armas de fuego. El Gobierno del Reino Unido, quien tiene muchas cosas reprochables —entre ellas ser colonialistas y piratas que nos roban el petróleo de Malvinas— lo que me produce repulsión y nunca admiración—tiene a su favor todo un sistema legal absolutamente contundente, donde el delincuente es castigado con todo el rigor de la ley, con el principio de “delito adulto, castigo adulto”, sin poner un cliché en la en la discusión de la edad de la imputabilidad de los menores.

No son “niños” o “pibes”, como los llaman medios como Crónica. Son delincuentes que matan policías y deben pagar como tales. Pero es dable decir que en los institutos que deberían ser según la Constitución Nacional sanos limpios —donde no los violen y les enseñen en vez de Perfección delictual 1, Homicidios 2 y Secuestros 1 y 2—es absolutamente necesario que les enseñen artes y oficios y salgan con estudios secundarios completos.

Y por qué no, con títulos técnicos, para poder encontrar una reinserción social de estos menores. Con la posibilidad de una salida laboral y con un trabajo real y oficiales de custodia de libertad condicional, que vigilen que realmente se están reinsertando de verdad en la sociedad. Y si violan esta confianza que les brinda el Estado, que vuelvan al encierro y se califiquen con más tiempo en la condena, que para eso existe el Patronato de Liberados y realmente no se qué función cumple hoy en día.

Sería bueno que Eduardo Mader, director del Patronato Provincial y Hugo Cataldi, en la Ciudad de Buenos Aires, expongan públicamente ante nuestros representantes en interpelación, qué necesitan para hacer un trabajo eficiente.

Debemos exigir que se reeduque al delincuente y que sea obligatorio a trabajar ocho horas diarias en producción de necesidades del Estado e insumos, desde fabricación de elementos de logística —que hoy se compran a costos millonarios— o servicios que contrata el Estado con el fin de abaratar los costos de mano de obra; y con estos fondos mantenerse y juntar un ahorro que les permita encarar su vida al salir en libertad.

Siento que estamos en una calesita que nunca termina, con hechos como los que vemos en la Villa la Cárcova, donde la gente vive rompiendo bolsas plásticas y lavándolas para llevar a reciclar a un peso el kilo para juntar dinero para comer.

Si no, la alternativa es el robo o la mendicidad o la apretada en el semáforo, o de los trapitos, o de lo que puedan hacer dentro de la marginalidad. Todo para terminar muertos locos o presos, único camino conducente de la miseria absoluta descripta, llevándolos sin explicación alguna de porque están afuera de todo y nada les toca a ellos.

Hay que recordar que no tienen posibilidad de cambiar su vida y terminan estando “fuera de la sociedad”, revelándose contra ella. Luego, empiezan a transgredir con el “poxi” el paco y terminan muertos, en un perverso concurso como el que plantea el tatuaje de los cinco puntos, que quiere decir “cuatro delincuentes y un policía en el medio”; en definitiva, muerte al policía. Ambos víctimas de esta carrera de la cual algunos corruptos se favorecen: los asesinos de siempre. 

Alberto Weckesser