- ¿Pero vos no militás con Lopez en la provincia? ¿López, el que te metió con la gente de Scioli?
- ¿Y qué tiene que ver?
- Pero te digo que Sabatella es un Cobos y me respondes que militás en su partido desde hace un año.
- ¿Y?
- ¿No es una contradicción? ¿A quién vas a votar? ¿A Scioli o a Sabatella?
- Scioli es una mierda. Es la nada misma. Igual, hay que poner un huevo en cada canasta. Siempre”
El diálogo no es casual ni es irreal. Sucedió en una tarde veraniega en medio de una discusión acerca de si un flamante gerente de un organismo público era apto o no para el cargo. La “militante” se agarraba la cabeza con ambas manos mientras recordaba la edad del nuevo gerente pero, “lo que importa es que es un militante”. ¿Militante en qué? ¿En escribir un par de paparruchadas en un blog, hacerse amigo de un par de pseudo periodistas famosos y conformar esos encuentros de bloggeros? “Me estoy tratando de autoconvencer” y se rió. Lo hizo con la impunidad que da el poder. El pertenecer. Ese es el lema actual. Pertenecerás y brillarás. En cambio, el disenso, no es visto como señal de inteligencia sino de traición. O son anti-algo o son cagones. No hay lugar para los tibios. Menos para los débiles, como rezaba el film de los hermanos Cohen. Y acá los débiles-que por cierto eran bastante duros- están siendo desplazados, sistemáticamente, por otros aún más extremos, cerrados y autoritarios. No formamos parte del Estado, somos el Estado, creen internamente. Desde que tengo uso de memoria –por suerte nací en los últimos momentos de la dictadura militar- jamás un gobierno introdujo su impronta en un Estado (figura que debería representar a todos) como ahora. Jamás un gobierno naturalizó tantas falacias discursivas en la sociedad.
“Luis, vos también, sos contradictorio. Te quejás, les decis esto y lo otro y pedís pauta”. Falacia con la que gran parte de la opinión pública no le molesta que la publicidad oficial este digitada cuando los tratados internacionales de libertad de expresión, que nuestro país ha adherido de 1983 a la fecha, afirma que no se discriminará a un medio o periodista en la distribución publicitaria de un gobierno por su pensamiento.
“Son revolucionarios. Es el momento de acelerar la transformación” ¿Cuál? Nómbrenme una ley, decreto o lo que fuera que cambió o intentó cambiar el status quo de la sociedad argentina, la distribución de la riqueza, la sensación de injusticia social y atacó la corrupción. Asignación universal por hijo, dirán. ¿Por qué en el 2008 y no antes? “Porque los tiempos de la política son distintos a los de la sociedad. Se deben medir fuerzas, medir al enemigo.”
Tercera falacia. La sociedad se divide entre amigos o enemigos. Si estás del otro bando, sos un vende patria, no sos pueblo, sos menemista o golpista. No hay términos medios. Blanco o negro.
El travestismo está bien visto. Como el “roban pero hacen” del menemismo, el travestismo o transexualismo político también se da en el terreno de lo social, ayer pero hoy con una fuerza inusitada. No importan los antecedentes, los medios ni tragarse uno o mil sapos. Lo que importa es llegar. Estar. Pertenecer. ¿Llegar adonde? A un lugar de poder. Mientras tanto, para ello, es necesario meter “a los pibes que la vienen militando y resistiendo desde el intento de golpe a Cristina”.
“La batalla de las ideas” alguna vez tituló Beatriz Sarlo, y ese campo de disputa se da principalmente en los medios. El periodismo es una de las víctimas de este fenómeno. O cierto periodismo. La verdad, está herida de muerte. Gran parte del periodismo calla, y es entendible. La vorágine mediática no permite medir y analizar los hechos que ocurren los cuales se han agudizado, primero desde la crisis con el campo, y, fundamentalmente, desde la muerte de Néstor Kirchner posterior a la del militante Mariano Ferreyra. Estamos silenciados. Cada vez resisten menos y muchos han caído en la tentación. Otros temen y quieren sobrevivir. Conservar sus nichos de influencia, escasa, pero su quintita mediática al fin.
Un afamado periodista, con más de 30 años de profesión, fue tentado con conservar la pauta si suavizaba sus críticas. Pensó si lo que le decían podía ser real. La capacidad de asombro, en este momento histórico, se ha perdido. Por suerte, el hombre en cuestión –una gloria del periodismo- mandó a su interlocutor a lavar los platos. “Me aprietan de arriba, es que Gabriel está metiendo guita”. ¿Es posible que sea tan común bajarse los pantalones? ¿No les duele las espaldas? ¿El huesito dulce?
Hace dos días, salió al aire en nuestro programa el legislador Juan Cabandie –símbolo y uno de los creadores de ese movimiento llamado “La Cámpora-. Desinteresado del caso Jorge Julio López, sin respuestas sobre los posibles candidatos y sus preferencias en la ciudad, mi compañero radial, Sebastián Turtora, le pregunto qué opinaba de la tapa de la Revista Noticias que recorrió gran parte del mundo (La tapa en cuestión con un título de mal gusto –a mi entender- hacía referencia a Miriam Elizabeth Quiroga, una funcionaria recientemente despedida y que ventilaba algunos secretos dando a entender que había sido amante del ex presidente por largos años). Cabandie dijo: “Son boludeces” y que “no iba a contestar boludeces” tras lo cual trató de “pibe”, “anda a estudiar” a Turtora. No conforme se comunicó con el medio o envió a alguien a pedir explicaciones de tal pregunta, además de averiguar, algo común a esta altura de las circunstancias, quiénes eran los “pelotudos” que preguntaban eso.
Ultima falacia. “De eso no se habla. Eso no lo tenes que preguntar”. Ubicado, sin faltar el respeto, cualquier pregunta es válida. Son públicos. Deben responder a la prensa y si no, o al menos, no sean tan cínicos. No hablen de nuevos medios ni de democratizar la comunicación cuando son censores como la Alemania comunista o los militares que tanto dicen haber combatido aunque tengan menos de 30 años.
“¡Vos también! Le haces esa pregunta. Milita en La Cámpora y sus compañeros van a tener un programa en la radio. Escupís el asado de los dueños de casa” ¿Siempre hay una falacia final o la verdad siempre la tienen “los iluminados”?
“Vos estás buscando que te rajen de la radio. Debes tener otra cosita ya en vista. Clarín te debe estar tirando unos pesitos”. Punto final. ¿Cambiamos nosotros o hay un gobierno dentro del propio gobierno que está manejando los hilos del poder discursivo? El poder discursivo es el poder real. Real y circunstancial. Ah, por cierto, por esto o aquello, el aire se acaba a fin de mes aunque digan lo contrario. ¡Viva la militancia, carajo!
Luis Gasulla