¿Convicción ideológica o conveniencia personal? ¿Cuál debería ser el rol del periodista en un momento histórico del país en donde se confunde asiduamente la información con la publicidad? ¿Qué rol le cabe al empresario de medios? El periodista ¿puede ser honesto intelectualmente con contratos basura, presionado psicológicamente por el editor y con una soga al cuello para llegar a fin de mes?
Hace unos días entrevisté a la conductora televisiva Connie Darches quien se mostraba contenta por formar parte del canal de noticias de Sergio Spolszky, CN23, y haber dejado atrás América TV. Decía que “nuestro medio (por CN23) tiene su costado político y su idea política, pero nació para mostrar otra forma de ver las cosas. No decimos que tenemos la verdad ni que somos súper objetivos. (…) Pero nos lleva a ser un periodismo más sincero. No es que me ponga la camiseta porque estoy trabajando en CN23. En este medio me siento como más pez en el agua, casi como en mi casa”.
He aquí uno de los primeros interrogantes de la nota. ¿Un periodista puede expresar ideas contrarias al medio en el que se desempeña? Un empleado de una empresa que no expresa el total de los valores ni comparte algunas prácticas de la misma, si pronuncia esas diferencias, ¿está faltando a la ética? ¿Existe otro camino que la renuncia?
Si en el menemismo triunfó culturalmente el “roban pero hacen”, en los años kirchneristas, ha vencido el acomodo, el doble discurso, la mentira y la intolerancia sobre la sensatez. Falsos supuestos se dan por incuestionables; no solo en el periodismo sino en cualquier ámbito laboral; en la vida misma.
El martes pasado, en otra entrevista veraniega, Jacobo Winograd —un mediático que dice ser apolítico mientras hace campaña por Daniel Scioli y defiende “críticamente” al gobierno nacional— decía que 6.7.8 lo había decepcionado. Es que, Orlando Barone había mencionado la incultura de Jacobo y había osado hablar de la televisión basura. “Los que hablan de democratizar los medios, discriminan a Jacobo”, decía el propio Jacobo utilizando la clásica primera persona de Santa Maradona.
En el día de ayer, viernes 14 de enero, Barone defendía el entrismo del grupo intelectual “Carta Abierta” y atacaba al filósofo Tomás Abraham pues “al igual que la oposición, se quedan en la anécdota, en el chiquitaje, en el hecho de corrupción”. He aquí otra de las grandes discusiones que ha tenido el periodista y, por qué no, el ciudadano no fanatizado con el modelo, con los seguidores, hoy, del “cristinismo”. El todo es más que la suma de las partes. “Ante un crítico como vos, jamás hay que aceptar los errores”, me confesaba una acérrima defensora del “gobierno nacional y popular”. La acción es eso: acción, demostrar en la práctica la teoría y transformarla en algo concreto. Las palabras son veraces en los hechos sino es mero palabrerío barato, o como está de moda decir, construcción de un relato. Hoy la batalla cultural se discute y se impone en la comunicación, en los medios; lo demás, lo estructural, la realidad objetiva de los datos, es secundario. Así estamos. Y así se justifica que 20 mil personas fueron a ver una película cuando en realidad fueron tan solo la quinta parte como también que la inflación es mucho menor que los aumentos salariales.
La hipocresía y el doble discurso no es un atributo únicamente de un gobierno. En el periodismo se observa a menudo. Si alguien escribe algo que no le gusta a alguien que se publique, aunque sea cierto, hay que matar al mensajero. Con las dos notas, en tono sarcástico, sobre las pautas oficiales que reciben medios, empresas y periodistas, de parte de Telam y la Jefatura de Gabinetes de la Nación, hubo algunas personas que se pusieron demasiado nerviosos y enviaron a sus empleados a insultar, agraviar y amenazar con rectificar lo escrito por mí.
Desde ese medio que pidió —vía un extraño mail amenazante a mi casilla personal— la rectificación de la información publicada, otros colegas periodistas que también trabajan en esa revista, afirmaron la certeza de lo dicho y aportaron datos de esas relaciones laborales plagadas de vicios que no deberían ser admitidas aunque sean moneda corriente.
¿Los empleadores de periodistas que atacan a los grandes medios demostrarán, en los hechos concretos, que actúan de otra forma que esos poderosos y oscuros multimedios? ¿Qué discurso triunfará finalmente? Finalmente, he aquí la carta que me envío mi colega en Radio Cooperativa, el periodista Sebastián Turtora sobre su experiencia laboral en uno de estos medios de comunicación, aplicable a tantos otros en la Argentina.
“En el 2009 trabajé durante algunas semanas para el empresario de medios Mario Mintz que tiene sus oficinas en el centro de
No recuerdo haber firmado contrato formal en la empresa. En los primeros días me repartí entre los pedidos de información para las publicaciones y seleccionando noticias de relevancia política que luego le mandaba al correo electrónico de Mintz. Pero además asesoré, sí, asesoré al fotógrafo de la revista, el que ilustraba las notas. Era un joven que venía de Colombia a trabajar en la Argentina. El director Mintz me dio indicaciones para guiar al joven por el laberinto porteño — ni siquiera conocía una calle el pobre hombre con acento caribeño— para fotografiar un entrevistado, a algunas cuadras de las oficinas. Sería el broche final de una nota. El fotógrafo colombiano admitió entre risas y vergüenza no tener idea de las calles. Desde mi desconocimiento, nunca fui asistente de un fotógrafo, le di algunas pautas para que salgan bien las imágenes, en esa ocasión se trataba de un médico que se había entrevistado.
El ritmo era lento pero las tareas parecían multiplicarse, y no hace falta un genio para deducir que para estas múltiples funciones se necesitaban más personas. Personas que el dueño no contrataba, por razones obvias o no tanto, que cada uno saque sus conclusiones. El joven fotógrafo es el primero que tímidamente me comentó sobre las irregularidades en los pagos, las demoras y la desorganización total. Cuánto más gente conocía en la empresa, entre ellos los redactores, más escuchaba el mismo relato. Problemas y más problemas en los pagos. De hecho, no encontré un solo empleado que hablara bien de Mintz. Una redactora me comentó casi indignada que en una nota sobre desempleo, Mario Mintz le exigió poner que la causa del desempleo en
El desenlace fue un día viernes en el que Mintz me pidió —exigió— que contacte al periodista Nelson Castro, al lunes siguiente, a primera hora, ya que él mismo quería entrevistarlo por la polémica sobre su despido en radio Del Plata y las supuestas presiones del Gobierno. Todos los empleados se movilizaron para conseguir el número de Nelson Castro bajo los insultos de Mintz, calificando a todos de inútiles. Insultos que también dirigió a mi persona. El hombre quería la Luna pero sin viajar al espacio, solo quería la Luna, desde la intolerancia y la falta de respeto. Cuando se calmaron los ánimos quise hablar con él para que me explicara por qué trataba a todos así, y principalmente a mí. Un asesor de él, su mano derecha, me recomendó que no lo haga, que no hable, que deje las cosas así. Intenté hablar pero no pude encontrar la situación, más bien él no quiso enfrentar lo que no se puede explicar, los malos tratos. Punto final, un hombre insostenible. Luego de mi partida seguí hablando con la chica de publicidad que había ingresado conmigo… y adivinen qué. Malos tratos y exigencias más que absurdas. La chica renunció.
Han pasado dos años de esa experiencia, si Mario Mintz cambió sus modos de manejarse, bien por él, lo desconozco, aunque también lo dudo.”
Sebastián Turtora
Luis Gasulla