En relación al artículo publicado por este medio bajo la firma del Sr. Alfredo Raúl Weinstabl, me permito compartir algunas reflexiones sobre el supuesto trastorno bipolar que sufriría la Primera Mandataria desde tiempo inmemorial, y sobre la necesidad de que nos demos cuenta que los argentinos podemos estar jugando con fuego.
La tristeza y la alegría forman parte del humor normal de las personas.
La tristeza, o depresión normal, es una respuesta humana universal ante la derrota, el desaliento o cualquier situación adversa. No es en sí misma una alteración psicológica que deba llamar la atención.
La euforia se asocia popularmente al éxito y a los logros. Son momentos de excitación en los que un individuo suele estar “pleno”.
La depresión y la manía clínica se diagnostican cuando la tristeza o la euforia son demasiado intensas y superan el impacto esperado de un episodio vital y estresante. A menudo el humor patológico puede surgir incluso sin tensiones vitales aparentes o significativas.
El trastorno bipolar del humor se inicia comúnmente como depresión y se caracteriza por, al menos, un período eufórico en algún momento del curso de la enfermedad.
En el trastorno bipolar tipo I se alternan períodos maníacos completos y episodios depresivos mayores.
En el trastorno bipolar tipo II, se alternan episodios depresivos con hipomanías relativamente breves (estos son estados de excitación marcada, pero no psicóticos).
Aquello que antes era conocido como síndrome maníaco–depresivo ha pasado a ser lo que hoy se llama Trastorno bipolar.
Sus causas son aún desconocidas pero sí tienen que ver con una alteración en la captación y generación de neurotransmisores químicos.
A los fines de este texto, no vale la pena ahondar en los detalles clínicos ni científicos de esta cuestión.
Sí vale la pena recordar que una depresión es un término médico que hace referencia a un síndrome o conjunto de síntomas que afectan principalmente a la esfera afectiva: la tristeza patológica, el decaimiento, la irritabilidad o un trastorno del humor que puede disminuir el rendimiento en el trabajo o limitar la actividad vital habitual, independientemente de que su causa sea conocida o desconocida. Aunque ése es el núcleo principal de síntomas, la depresión también puede expresarse a través de afecciones de tipo cognitivo, volitivo o incluso somático. En la mayor parte de los casos, el diagnóstico es clínico, aunque debe diferenciarse de cuadros de expresión parecida, como los trastornos de ansiedad. La persona aquejada de depresión puede no vivenciar tristeza, sino pérdida de interés e incapacidad para disfrutar las actividades lúdicas habituales, así como una vivencia poco motivadora y más lenta del transcurso del tiempo. Su origen es multifactorial, aunque hay que destacar factores desencadenantes tales como el estrés y sentimientos (derivados de una decepción sentimental, la contemplación o vivencia de un accidente, asesinato o tragedia, el trastorno por malas noticias, pena, o el haber atravesado una experiencia cercana a la muerte). También hay otros orígenes, como una elaboración inadecuada del duelo (por la muerte de un ser querido) o incluso el consumo de determinadas sustancias (abuso de alcohol, drogas o de otras sustancias tóxicas) y factores de predisposición como la genética o un condicionamiento educativo. La depresión puede tener importantes consecuencias sociales y personales, desde la incapacidad laboral hasta el suicidio.
Un episodio maníaco se caracteriza principalmente por una modificación del humor de la persona, así como por la presencia de algunos de los siguientes síntomas.
Muchos aspectos permiten que se considere la manía como una «depresión invertida», en el sentido de una aceleración e intensificación de los pensamientos y de las emociones (todo es más fuerte, más vivo, más intenso, incluyendo el dolor moral o la tristeza, lo que puede acarrear confusiones en el diagnóstico).
Los síntomas más típicos serían:
-Excitación, exaltación, sentidas como “presiones internas”.
-Humor elevado: clásicamente eufórico, aunque también destacan irritabilidad, mayor reactividad y tendencia a ponerse fácilmente colérico.
-Actividad sin reposo, agitación improductiva. Se empiezan varias cosas que no son acabadas.
-Disminución del pudor, pérdida de inhibición, pudiendo llegar a actitudes de seducción y contactos sexuales excesivos, teniendo en cuenta que la persona en estado normal no habría deseado tener ese tipo de comportamiento.
-Aceleración del pensamiento: nuevos y numerosos pensamientos pasan por la mente de la persona sin que ésta pueda detenerlos.
-Dificultad para concentrarse, fácil distracción.
-Trastornos del curso del pensamiento (digresiones múltiples), pérdida del hilo de la conversación.
-Fuga de ideas: dificultad para seguir el discurso de una persona que sufre de manía, ésta suele olvidar el tema inicial.
-Logorrea: habla abundante, acelerada e imparable, siendo esto el reflejo de la aceleración del pensamiento.
-Excesiva confianza en sí mismo.
-Disminución de la necesidad de dormir sin que la persona sienta la fatiga asociada a esa falta de reposo. Esta falta de sueño es a menudo uno de los primeros signos de un episodio maníaco.
-Sentimiento altruista: ganas de ayudar a los demás, hiperempatía.
-Hipersensibilidad afectiva y sensorial.
-Labilidad emocional: pasar de la risa a las lágrimas con mucha facilidad.
-Negligencias en la alimentación o en la higiene.
Esta es una descripción de un proceso que puede ser grave y no admite bromas. Me permito entonces reflexionar sobre algunas cuestiones que tienen que ver con lo estrictamente técnico – legal, y fundamentalmente con la seguridad de las personas.
Si alguno de nosotros aspira a un puesto de trabajo, cualquiera sea, está obligado a cumplir con una serie de requisitos indispensables que se deben realizar antes de acceder a él. Uno de los pasos que sigue un aspirante a un empleo (de cualquier jerarquía o escalafón) es el de realizar un examen de aptitud psicofísica (examen pre-ocupacional o prelaboral) que inclusive está reglamentado por la ley nacional 19587.
¿Cuál es el motivo por el que un candidato a presidente no debería realizar tal estudio para determinar su capacidad laboral?
¿No es acaso un postulante que está aspirando a un lugar de trabajo que una sociedad entera le está encomendando?
¿No tenemos ejemplos de sobra para haber aprendido algo sobre personas que han accedido a instancias de poder y decisión absolutamente incapaces?
¿No estaremos arriesgando demasiado, dejando nuestra humanidad en manos de personajes absolutamente discapacitados?
Dr. Saúl O. Cymbalista
DNI 7823214