Roger Bacon, uno de los filósofos escolásticos más importantes del siglo XI, sostenía en su obra cumbre Opus Majus que una de las cuatro causas —según él— de la ignorancia de las personas era el despliegue vanidoso de saber para ocultar el verdadero desconocimiento.
Esta historia trata de eso. De cómo la ignorancia a la vera del poder puede más que cien verdades juntas.
Es una historia dentro de otra historia y dentro de otra historia que no termino de entender pero que debo contar. Es la obligación de cualquier periodista, es inevitable.
Es una historia que tranquilamente podría pasar desapercibida en medio de tantas operaciones políticas y contraoperaciones de inteligencia.
Pero también es una historia política y, porque no, una historia de operaciones de inteligencia. La historia parece haber comenzado hace 8 años, en 1995, pero fue anterior.
Es la historia de Oscar Abudara Bini, un médico psiquiatra —productor cinematográfico, en sus tiempos libres— que quiso llevar a la pantalla del cine la historia de un presidente argentino de ficción, cuya trama ocurre en el último trimestre de 1999 y culmina el 31 de diciembre de ese año a la medianoche. Por este último dato, la película se llamaría Milenium.
A esos efectos solicitó un crédito al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) que, a pesar de haber declarado al filme de interés especial y concederle 500.000 dólares —contra la presentación de avales— en una segunda instancia, el mismo organismo dejó todo sin efecto y Abudara Bini nunca pudo cobrar.
Fue el comienzo de una historia increíble. Inimaginable hasta como crónica novelesca.
Yo mismo llevé a Abudara Bini a Canal 2 para que expusiera su caso. Pero algo pasó. Dos intentos fallidos y un gran nerviosismo por parte de la gente del canal fueron el resultado de la tentativa. Luego de esa vez, quise presentar su caso en otros medios de comunicación, pero me fue —inexplicablemente— imposible.
Me decidí entonces, víctima de mi propia curiosidad periodística, a desentrañar la espesa trama que aparentaba esconderse en medio de algo tan trivial como es la realización de una película de ficción.
Era evidente que algún poder —tremendo poder, a juzgar por los acontecimientos— estaba molesto. Y era evidente que no podía ser sólo por el guión de una mediocre película que —era claro— se trataba de pura ficción.
Entrevistas con funcionarios y periodistas dieron como conclusión ese “algo” que se escondía detrás de la historia. Un secreto guardado bajo siete llaves.
Era un secreto cinco años anterior al guión de Milenium. Se trataba, ni más ni menos, que de un plan para “sacar” del medio a la entonces primera dama, Zulema Yoma.
El satánico Doctor No
Era fines de los años 80, Carlos Menem asumía como presidente de la Nación y su entonces esposa ya comenzaba a provocarle más de un dolor de cabeza, no sólo a él sino a su oscuro entorno, que veía dificultada la posibilidad de hacer negocios frente a la constante mirada —crítica— de Zulema.
Fue en esos días que Oscar Abudara Bini, en carácter de psiquiatra había sido consultado por el entonces médico personal de Zulema Yoma, Félix Pedrero quien, presionado por el entonces entorno menemista, analizaba la propuesta de internar a Zulema en un instituto psiquiátrico, medicarla en exceso y sacarla del medio de la carrera de Menem.
Abudara Bini sabía que el plan que le llegaba de boca de Pedrero no tenía limites y podía llegar al punto de producir el deceso de Zulema. Sabía también que no podía aceptar tamaña propuesta.
Lo cierto es que, finalmente, ambos médicos se convencieron de lo inconveniente del plan y decidieron no llevarlo a cabo.
Al tiempo, Pedrero se desprendió de sus bienes y, en un hecho que llamó la atención de más de un conocido, se fue a vivir a España.
Según gente cercana a Zulema Yoma, Pedrero se veía esos días evidentemente asustado y fue en ese estado que pidió ayuda a la ex primera dama para salir del país.
Tal gesto llamó poderosamente la atención de todos ya que, en aquel entonces, Pedrero había alcanzado un alto logro profesional: poseía una clínica en Mar del Plata que funcionaba muy bien, un consultorio en Buenos Aires con buena clientela y era nada mas y nada menos que uno de los médicos de confianza de la —entonces— esposa de un primer mandatario.
Mientras tanto, Oscar Abudara Bini, continuaría ejerciendo normalmente sus labores en Buenos Aires.
Pasarían cinco años para que las paradojas del destino lo acercaran al propio Carlos Menem. Fue en una cena multitudinaria donde Abudara Bini se encontró con el entonces presidente, y no tuvo mejor idea que comentarle sus deseos de hacer la nombrada película. El desagrado de Menem no se hizo esperar: su ceño fruncido iba a ser el comienzo de un largo y burocrático calvario, que terminaría en la inexplicable censura de Milenium.
Una censura que, a pesar de su propia elocuencia, era negada por los propios funcionarios intervinientes. Alberto Kohan, un emblemático del entorno menemista, siempre aseguró que la libertad de prensa que se vivió durante el gobierno de Menem nunca antes se había visto en el país.
Sin embargo, a Abudara Bini le habían censurado su película y eso era un hecho. Por más que personajes como Kohan minimizaran el tema, el gobierno menemista ya había operado en ese sentido en otras circunstancias, por ejemplo, cuando el programa de Canal 2, Sin Limites, desapareció del aire luego de prometer un informe que mostraría las irregularidades en la construcción de la tristemente célebre pista de Anillaco, en La Rioja.
En el caso Milenium había un ingrediente “plus”. Muchos recordaban que Abudara Bini era el mismo que no había querido contribuir al plan de sacar a Zulema del medio.
El médico y director cinematográfico era demasiado peligroso para el entorno. ¿Quién podía garantizar que su guión se respetaría a rajatabla y no se agregaría el “episodio Zulema” en algún tramo del mismo? ¿Por qué Abudara Bini iba a escribir una película sobre un presidente argentino sino era con el fin de contar esa inconfesable historia?
Lo cierto es que el apuro y la impunidad finalmente jugaron en contra de aquellos que minimizaron la confrontación: las pruebas están expuestas a lo largo de un expediente plagado de increíbles irregularidades, muchas de ellas de la mano del entonces director del INCAA, Julio Mahárbiz.
El guión —que vale la pena reiterar, era sólo de ficción—, tuvo más idas y vueltas que las valijas de Amira.
La paranoia de esos días era tal que el texto del filme llegó a manos de Munir Menem, entonces jefe de la Unidad Presidente.
Mahárbiz, que había negado que el guión de la película hubiera sido enviado al Partido Justicialista para su aprobación, tiempo después tuvo que admitir tamaña mentira y adujo que Abudara Bini se lo había pedido expresamente.
No era la única contradicción del director del INCAA quien, en una solicitada publicada el 19 de marzo de 1998 en el diario La Nación, aseguró que el crédito había sido revocado porque Abudara Bini no presentaba los avales pertinentes.
El médico y director cinematográfico mostró esos mismos días documentos bancarios que indicaban lo contrario. Entre otros, uno del Banco Patricios que ofrecía un inmueble en hipoteca y otros bienes por un total de 1,5 millón de dólares, es decir, un monto bastante superior al solicitado.
Munir Menem, por su parte, no sólo analizó irregularmente el guión de Milenium sino que, poco después, por orden de vaya a saber quién, destruyó grandes cantidades de documentación oficial de la Casa Rosada. Entre esos papeles es probable que se encontrara evidencia de los hechos más emblemáticos de corrupción de la era menemista.
Al igual que Munir, más de 100 funcionarios del estado trabajaron en forma personal y en diferente grado para que el engranaje de la censura de la película Milenium funcionara aceitadamente.
Pantalla grande y miseria pequeña
Es difícil entender por qué dos ex presidentes y casi 100 funcionarios sostienen tamaña maquinaria desde hace más de 7 años sólo para que no pueda filmarse una película de ficción.
El temor y la paranoia de muchas de las personas que trabaron el filme se perciben en el aire. La pregunta obvia es: ¿Cómo una película puede producir tanto recelo en dos ex presidentes y al aparato de Poder corrupto más poderoso de la historia argentina contemporánea?
Es innegable que Abudara Bini representa —para éstos— un verdadero problema. Hablamos del tipo que guarda un gran secreto oculto para el público general, que quiere hacer un filme aparentemente político y —como si fuera poco—, por su profesión, tiene la capacidad de analizar los comportamientos mentales de demasiados paranoicos del entorno menemista, incluido Menem.
Él mismo había concluido en los días del “Plan Zulema” que Carlos Menem Jr. era el integrante más frágil del grupo familiar. Si alguien quería desestabilizar a Zulema sabía que Carlitos era su punto débil y eso se comprobó 5 años más tarde, cuando, el 15 de marzo de 1995, Menem hijo encontró la muerte a bordo de su helicóptero.
Era un asesinato, no había dudas de ello. Las irregularidades saltaban a la vista: el helicóptero había sido inmediatamente desguazado y vendido a pesar de ser un importante elemento de prueba; más de diez testigos que avalaban la hipótesis del atentado murieron sospechosamente; la autopsia efectuada sobre el cuerpo de Junior fue dudosa y tardía y el Juez de la causa, Carlos Villafuerte Ruzo nunca llevó a cabo algunas de las medidas concretas necesarias para esclarecer el caso.
A esta altura, no era ningún secreto que Carlos Menem había incumplido promesas con demasiadas personas. No hablamos de gente común sino de traficantes de drogas y armas, entre ellos, Haffez El Assad, presidente de Siria y Muhammar Khadaffi, presidente de Libia. Obviamente no hablamos de gente con la que se puede andar jugando a las escondidas. Sobre todo, cuando uno se compromete a brindar tecnología nuclear a sus países o ayudarlos a lavar el gran volumen de dinero producido por la venta de narcóticos.
Fue en ese momento que fuimos víctimas de atentados como los de la Embajada de Israel y la sede de la AMIA, el 17 de marzo de 1992 y el 18 de julio de 1994, respectivamente.
El sirio Monzer Al Kassar, amigo de Carlos Menem dedicado al tráfico de cosas no lícitas estaba en Buenos Aires en ambas oportunidades. A Menem eso no le importó y pidió, de hecho, que no se investigue a ningún ciudadano sirio.
Tiempo antes, un par de narcotraficantes —que en esos días estaban presos en Buenos Aires— amenazaron con contar cómo habían colaborado monetariamente con Menem en su campaña del año 1988. Tampoco esto le importó al entonces presidente.
Ni aún cuando se descubrieron los decretos secretos de venta de armas a Ecuador y Croacia que lo salpicaban como principal sospechoso pareció haberse molestado Menem.
No pareció inmutarse ni siquiera cuando murió su hijo. Él pudo llegar a desentrañar las causas de tan extraña muerte y sólo se dedicó a entorpecer el expediente judicial.
Nada, absolutamente nada, le importó a Menem en su ambición de poder desmesurada que lo llevó, en 10 años, a acumular una gran fortuna y dejar a los argentinos sumidos en una crisis sin antecedentes.
Miento... el guión de una simple película de ficción sí le molestó.
Y le molestó demasiado.
Listening to the story of house of hazards is also quite interesting.