A seis semanas de las elecciones generales de octubre, en las que los bonaerenses votan para renovar mandato de todo —desde la presidencia de
Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá profundizan su guerra, en uno tono similar al que usarían dos candidatos en opción de quedarse con el primer puesto, es decir, con el Gobierno.
Y en la sociedad entre el radicalismo y el sector peronista de Francisco De Narváez hay peleas intestinas a varias puntas. Tomó estado público la intención del postulante a gobernador de tomar distancia de su candidato presidencial.
Es cierto que trascendió después de que los propios radicales —varios intendentes bonaerenses de ese partido, por caso, además de dirigentes nacionales de peso— comunicaran sin sonrojarse la decisión de "hacer la suya", lejos de Alfonsín. Pero a esa altura hacía rato que De Narváez y Rodríguez Saá venían conversando cómo podrían mostrarse como una dupla para
Y en forma paralela, el denarvaísmo asiste a una durísima discusión interna que va desde la calidad de la alianza con
Resignación y futuro
Parece claro que la oposición padece el "síndrome del 50,2", tras haber llegado a la conclusión de que no es bueno hacer una campaña electoral hablando mal del oficialismo, tras el respaldo de más de la mitad de la ciudadanía que consiguió Cristina —y el oficialismo en general en
Se dedican entonces a pelear por los votos de los espacios opositores que "comparten": Alfonsín y Binner por los votos no peronistas, Duhalde, Rodríguez Saá —y De Narváez en el plano estrictamente provincial— por los sufragios peronistas anti K.
Pero la razón fundamental de estas batallas “intraopositoras” tiene número: 2015. Desde la resignación, la apuesta capital para el 23 de octubre de los principales candidatos y espacios es quedar segundos para seguir en carrera para la próxima gran batalla electoral, dentro de cuatro años. Cada uno supone que el que no consiga ese lugar quedará definitivamente fuera de competencia.
Pujas oficialistas
También afectado por el síndrome del 50,2, el oficialismo comparte con la oposición el número mágico. El 2015. Sus principales protagonistas tienen un objetivo para el 23 de octubre: aumentar el enorme caudal de votos cosechado en las primarias. Y para ese fin, el distrito bonaerense vuelve a ser clave. Se nota. En la última semana
En esa doble estrategia de ir por más ahora y empezar a consolidarse para el futuro se inscribe el desembarco de Amado Boudou en el interior bonaerense, con el indisimulado objetivo de erigirse en conductor de una tropa —la conformada por los intendentes peronistas— que hasta ahora se reparte entre los que reportan a Florencio Randazzo y los que resisten esa "jefatura" y deambulan, en términos partidarios, entre la orfandad y cierta —mínima— autonomía.
Boudou, además, profundiza su relación con los grupos juveniles ultrakirchneristas y cristinistas puros, también con preferencia por los que se desarrollan en
Ya quedó plantada, así, una dura pulseada por el liderazgo en ese territorio entre los dos ministros con vocación de convertirse en el hombre fuerte del seguro segundo mandato presidencial de Cristina, un lugar clave para alguna sucesión, la presidencial en primer lugar, y la gobernación bonaerense como Plan B.
Daniel Scioli, por su lado, también aspira a aumentar su cosecha en octubre mientras define una renovación de gabinete e "incorporaciones" con la mira en el 2015. Marcando un notorio matiz con Boudou, el Gobernador no tira redes en sectores ultra K —más allá de su búsqueda de mantener relación cordial con ellos— y concentra su estrategia en que no queden afuera figuras y sectores del "peronismo histórico" y en sumar incluso dirigentes de ese partido que hoy militan en la disidencia.
Son los casos del senador José Pampuro, del diputado Felipe Solá y de referentes regionales "heridos" en los cierres de listas a los que ha prometido lugar en su gabinete de gobierno modelo 2012.
Una concentración —la de Scioli— en el PJ con aspiraciones que van más allá de
Marisa Álvarez
NA