Dentro de algunos meses, cuando se mire para atrás en busca de explicaciones, la semana que termina podrá ser considerada como una bisagra para las relaciones de poder dentro del oficialismo, que por su dimensión se desparraman como un peligroso reguero de pólvora sobre toda la sociedad.
Dos hechos, uno realmente significativo y otro anecdótico pero ilustrativo, vienen a justificar semejante proyección: el acto con el que Hugo Moyano quedó al filo de la ruptura con el Gobierno de Cristina Kirchner; y el encontronazo de La Cámpora con la Policía bonaerense el día en que Daniel Scioli asumía su segundo mandato, lo que provocó un posterior acuartelamiento de la fuerza.
Si se mira con atención, se caerá en la cuenta de que esos dos hechos, que no sucedieron por casualidad sino que tuvieron antecedentes admonitorios, involucran a las tres principales figuras de la alianza de poder que viene manejando los hilos del país en los últimos años: la Presidenta, el jefe de la CGT y el gobernador de Buenos Aires.
Todos ellos, cada uno con sus particularidades, fueron conducidos hasta su muerte por Néstor Kirchner, y luego se abrió un impasse en el que se impuso el respeto por el duelo de la Presidenta. El resultado de las elecciones, sobre todo el de las primarias, consagró a Cristina como la nueva líder, pero al mismo tiempo abrió profundas grietas en ese entramado heterogéneo.
Las contradicciones
Desde allí deben interpretarse los cuestionamientos de Moyano a los "chicos bien" que ganaron lugares en las listas electorales del Frente para la Victoria de la mano de Máximo Kirchner. Como es lógico suponer, el hijo de la Presidenta tiene una notoria influencia sobre las decisiones de su madre, especialmente las vinculadas a las relaciones internas en el oficialismo.
Ahora: ¿Podría considerarse a Máximo como un monje negro que habita las sombras del poder o asemejarlo a la insólita dosis de influencia negativa que ejerció sobre su padre Antonio De la Rúa?
Las respuestas pueden variar de acuerdo a la posición que cada uno tenga, pero el sentido común indica que el mentor de La Cámpora no persigue el objetivo de perjudicar a su propia madre.
Moyano, que no duda en contar a Máximo entre las filas de sus enemigos, ya inició conversaciones con varios dirigentes sindicales que se fueron de la CGT enojados con su conducción funcional al Gobierno, tejiendo un vínculo que no solamente lo favoreció en términos personales sino que además acrecentó el poder de los Camioneros en el insondable universo gremial.
Una de esas charlas la tuvo, mano a mano, con Gerónimo Venegas, el jefe del gremio de los peones rurales que está camino a perder la caja del Registro Nacional de Trabajadores Rurales (RENATRE) en medio de una fuerte avanzada oficialista en el Congreso para sancionar un amplio paquete de leyes antes de fin de año. En estas condiciones, "El Momo" está dispuesto a volver a la CGT.
Hasta Luis Barrionuevo, el siempre controvertido jefe de los Gastronómicos y titular de la CGT Azul y Blanca —que se abrió como una fractura de la central oficial— anticipó que la nueva postura de Moyano lo alienta a regresar. El respaldo público que el Camionero le dio a Juan José Zanola, el recientemente excarcelado referente de los bancarios, enfila en la misma dirección.
Se aceleran los tiempos
Por eso, las principales espadas del Gobierno empezaron a pergeñar la estocada final contra Moyano, luego de haber recibido indicios claros de la Presidenta. Apuntan, en este complicado escenario de fin de año, a forjar un sucesor para la CGT que tome forma de candidato en los primeros meses de 2012, en la búsqueda de debilitar a Moyano en el inicio de las paritarias.
"Nosotros queremos a un gremio de la producción", soltó horas atrás un funcionario de la Casa Rosada entre unos pocos interlocutores que lo interpelaban sobre el futuro de la CGT.
Nunca lo dirán en público, pero en el kirchnerismo alientan al metalúrgico Antonio Caló (UOM) y al mecánico Aldo Pignanelli (SMATA) para pegar el gran salto en la central obrera.
Un escalón debajo parece hacer quedado Gerardo Martínez, jefe de los trabajadores de la construcción (UOCRA), esmerilado por denuncias sobre su pasado que partieron de un sector del propio Gobierno. A su vez, el estatal Andrés Rodríguez (UPCN) podría surgir como un hombre de consenso entre las distintas facciones, convirtiéndose en una prenda de paz entre tanto fuego cruzado.
En lo que todos coinciden, ante el nuevo posicionamiento de Moyano, es que la CGT no podrá mantenerse en este cuadro de indefinición hasta agosto del año que viene, cuando vencerá el segundo mandato del Camionero. La propia dinámica política anticipará, con seguridad, los plazos establecidos.
También parecen haberse anticipado los tiempos en la provincia de Buenos Aires. Estaba claro, más allá de la voluntad de Scioli y de las reafirmaciones públicas de su vice Gabriel Mariotto, que ambos dirigentes no expresan el mismo proyecto político. Pero nadie esperaba que las contradicciones afloraran desde el primer día del segundo mandato del gobernador.
No son pocos los que en la gestión sciolista piensan que los jóvenes de La Cámpora fueron a provocar el encontronazo con la Policía, mientras que en el kirchnerismo sostienen que los uniformados no tenían nada que hacer dentro de la Legislatura. Y menos si se trataba de efectivos de la Infantería. Mariotto acaba de sacar a la Policía de la custodia del Senado provincial.
Scioli, igualmente, no es Moyano. Con eso cuenta la Presidenta, que se encuentra más ocupada ahora en monitorear la sanción de leyes que considera vitales como la de Papel Prensa —en otro escalón de su enfrentamiento con los diarios Clarín y La Nación— o las que le permitirán al Estado facturar más el año que viene, en medio de una situación económica bastante más incómoda.
Sin embargo, las sociedades políticas no son para siempre. Eso es lo que enseña la semana que pasó.
Mariano Spezzapria
NA