Vamos aquí, —quizás como una locura para muchos— a la siguiente especulación:
Sabemos que, aún le falta mucho a la ciencia genética para poder programar psíquica y somáticamente a un futuro ser viviente, lo se. Pero pienso que es la única opción que le queda a la Humanidad para transformarse de defectuosa larva, en sublime mariposa.
Mientras tanto, es necesario que esta Humanidad, previa aplicación de la eugenesia para ir depurándose de antemano, se prepare para el cambio, destinada a sucumbir en aras de una descendencia de unos angelicales superhombres mansos, para quienes la injusticia, el odio, las guerras... y otras atrocidades, sean imposibles, y sus motivos existenciales consistan en la ciencia, la tecnología, el arte, la cultura, el sano deporte, el perfeccionamiento…, en suma “hacer algo” placentero y constructivo.
El mítico ángel bueno, debe surgir de la propia naturaleza humana actual en bruto. Y esto no es ocupar el lugar de dios perfecto alguno, que ya vimos que no existe por ser un imposible en este “mundo de locos”, a lo largo de mis artículos vertidos en este presente periódico, sino crear “dioses” pura bondad, en cuya sociedad pueda insertarse todo nuevo ser con la garantía de un seguro mundo de amor con el que hoy sueña utópicamente toda madre humana para sus hijos.
Esa idea del dios perfecto que posee esta Humanidad larval, debe ser cristalizada precisamente en una futra humanidad hija.
Lo peor que podría hacer el hombre, es dejarse estar así como se encuentra, creyendo ser algo acabado, un corolario de una creación o de la evolución de las especies vivientes. Lo más funesto sería aceptarse tal como es, sin especular acerca de una enmienda de la misma naturaleza homínida desde el programa genético.
Todos los grandes idealistas, han buscado siempre la posibilidad del logro del mejor de los mundos, dejando intacta la naturaleza humana íntima, como si ésta fuese intocable, la mejor hechura por un ser supremo creador, lo imperfectible en su esencia heredable, paradójicamente propensa a “contaminarse con el mundo inmundo”, o perfectible tan sólo mediante la crianza, con métodos consejeros o ejemplares, e ignorando que existen tendencias malsanas filogenéticamente enraizadas en la especie que siempre tienen posibilidades de aflorar, como el vicio.
Concluimos en que, el hombre, en casi un alto porcentaje ¡es incorregible! Los consejos morales y las amenazas de castigo, son las fórmulas, se dice. Estos supuestos se dan por sentados, sin atender a que es la misma índole humana lo que es necesario corregir de raíz, desde cuando el hombre no es ninguna obra acabada, ningún pináculo.
No cabe aquí la despectiva y condenatoria frase que reza infantilmente: “El hombre quiere reemplazar a su dios”, (un dios que paradójicamente ¡no existe!), sino que es necesario admitir la necesidad de crear dioses verdaderos, los superhombres éticos, mansos por excelencia, de origen natural con todos los atributos de perfección ideados, porque los dioses sobrenaturales terminantemente ¡no existen!
Sería inicuo, absurdo e irracional que existieran dos poderes en el mundo; maligno uno y bondadoso el otro. También es inicuo que continúe existiendo la maldad natural; todas, absolutamente todas las injusticias, el sufrimiento sin límites, hasta lo insoportable. El dolor, las enfermedades, las injusticias deben desaparecer definitivamente del planeta junto con esta vieja especie natural humana (Véase al respecto mi libro de reciente aparición titulado El Homo sublimis, (Editorial Dunken) y como refuerzo mi otro título El temible sueño eterno, de la misma Editorial, también de reciente edición.
¿Por qué continuar sumisos y aceptar este lamentable (en muchas de sus facetas) estado de cosas como si el mundo no tuviera arreglo? ¿Por qué admitir las posibilidades del accidente, de las infinitas guerras y otras desgracias si es concebible y realizable un mundo más perfecto que esta burda obra del acaso, inacabada y mal hecha, producto de una naturaleza ciega universal?
¿Por qué aceptar, inconscientemente, que la naturaleza humana es intocable y que es suficiente con tan sólo intentar inclinarla tal como está, hacía el bien, con múltiples fracasos como resultado?
La tecnología del futuro podrá crear incluso planetas perfectamente planificados utilizando los materiales en bruto de nuestra Luna, de los planetas Mercurio, Venus y Marte, por ejemplo. Los paraísos naturales, son posibles. Las ideas de perfección que posee el hombre, pueden proyectarse hacia una palpable realidad. Son necesarios para ello Ciencia, Tecnología, tiempo y buena voluntad.
Pregunto: ¿Qué puede contener de pecaminoso o reprobable el pretender establecer un auténtico paraíso de amor que orbitando alrededor de nuestro Sol, reemplace a esta inicua Tierra, o múltiples paraísos también aquí o alrededor de otras estrellas de nuestra vecindad galáctica?
Sin dios sobrenatural alguno, es posible vivir como dioses naturales o artificiales, los descendientes de los humanos de hoy día, la especie nueva clasificada como Homo super u hombre sublime, (reitero, véase mi libro de reciente aparición, titulado precisamente El Homo sublimis, editado por Editorial Dunken, de Buenos Aires, 2012).
Por el contrario, lo alucinante y aterrador sería que el mundo espiritual inventado por el hombre, en donde chocan dos fuerzas antagónicas, el bien y el mal, fuese realidad. Un mundo sobrenatural donde oscuras fuerzas del mal se oponen a “luminosos” poderes del bien. Donde las criaturas advenidas a la existencia inocentes, tiene las sombrías perspectivas de ser arrastradas por dichas potencias malignas, hacia las tinieblas y la condenación eterna.
Por el contrario, un mundo de puro amor, poblado de puros ángeles buenos de carne y hueso u otros materiales; un mundo donde ninguna inocente criatura destinada a nacer tenga la desgraciada posibilidad de ser arrastrada hacia el mal por causa de su debilidad; donde la “salvación” sea la única posibilidad, la “caída” ¡un imposible! Y la felicidad una garantía avalada por la Tecnología sanamente aplicada.
Estimados lectores: ¿no es éste, el mencionado, el mejor de los mundos posibles, comparado con el mítico mundo del “bien y el mal” y del “libre albedrío, donde se debaten fantochescas criaturas destinadas a salvarse o… ¡a condenarse!?
En el ámbito de este Nuevo Mundo propuesto, todos, absolutamente todos los pobladores del planeta Tierra y de cualquier otro habitáculo espacial extraterrestre natural o artificial, deberán tener ineluctablemente una única posibilidad: la de vivir buenos en felicidad. Estos serán los superhombres del futuro, libres de toda enfermedad o tara hereditaria. Sin tendencia hacia vicio alguno; sin proclividad hacia el delito, puramente solidarios sólo podrán cursar sus existencias apartados de toda maldad, en forma unilateral hacia el bien, sin leyes penales, sin cárceles, sin policía ni cerrojos, sin fronteras, sin ejércitos, sin naciones desperdigadas, en un Estado único: El globo terráqueo y quizás también otros planetas acondicionados para la vida.
En vez de hallarse, como el hombre actual, a merced de dos presuntos poderes: el bien y el mal, que como hemos visto no son otra cosa que “emanaciones” de su propia índole, ellos, los pertenecientes a la nueva especie se verán obligados genéticamente a cursar sus existencias tan sólo en el bien. Pues hay que recalcar una y mil veces, que no es otra cosa que la actual naturaleza humana la que genera el bien y el mal proyectados hacia el exterior de la psique, muy, pero muy lejos de diablos tentadores y otras pamplinas bíblicas. Los tan mentados, el bien y el mal, como presuntas potencias no existen fuera del cerebro humano que las elabora. No existe nada de eso fuera de la mente del hombre. Luego es la mente del hombre la que debe ser reformada mediante una inteligente planificación del cerebro para todo futuro ser naciente en este mundo.
La auténtica “salvación” del hombre se halla en lo mejor que ha creado para sí mismo: la ciencia empírica.
La desesperación, la tragedia, el horror, los ayes de dolor y otras atrocidades, deben ser erradicados para siempre de la vida por ser todas cosas injustas.
Vivimos en un mundo atroz, donde lo peor es siempre posible. Podemos ser arrastrados por las peores tragedias, incluso hasta la muerte prematura, sin que muchos hayan tenido la oportunidad de “pasar por las supuestas pruebas” a fin de demostrar su valor y obtener el mérito.
Toda madre humana normal, desearía para su hijo que lleva en su vientre, el mejor de los mundos posibles, sin posibilidades de dolor, desvíos delictivos, penas de cárcel o muerte prematura por cualquier peste. La Humanidad con su ciencia y buena voluntad, estará sin duda en perfectas condiciones de realizarlo.
Ladislao Vadas