La tirantez que domina el escenario económico a pesar del crecimiento, quedó reflejada esta semana en el cruce entre el gobierno y las petroleras, otrora aliados clave de un modelo que parece pedir ya no sólo sintonía fina, sino una abierta revisión, en especial por su incapacidad para frenar la inflación.
Los hombres del petróleo no son los únicos que empiezan a hacer reproches en público que antes sostenían en privado, y cuestionan el excesivo intervencionismo y la sobreactuación de un gobierno que siempre prefiere buscar culpas en otros antes que responsabilidades propias.
Las distribuidoras de electricidad vienen advirtiendo hace meses que no están dispuestas a soportar otro año de fuertes pérdidas en la Argentina, a costa de que el gobierno utilice como herramienta proselitista tarifas que no existen en ningún lugar de Latinoamérica.
Dueños de industrias pusieron el grito en el cielo ante la discrecionalidad otorgada al cada vez más influyente secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, ya no sólo para decidir cuáles son los precios que se deben cobrar y que productos se pueden vender al exterior, sino también qué se puede importar en la Argentina.
Es que la industria argentina quiere exportar y producir más, pero para hacerlo también necesita de insumos que no se fabrican en el país y que es necesario traer del exterior.
"A veces parece que el vicepresidente real fuera Moreno y no Boudou", ironizó por lo bajo un dirigente fabril curtido en mil batallas, al que le parece que el gobierno se cebó demasiado con el intervencionismo en la economía y está dispuesto a profundizar ese camino que algunas consideran sin retorno.
La Argentina es un país que no tiene grises, tal vez porque su pueblo siempre se inclinó por figuras políticas fuertes, que jugaron a todo o nada.
Así, mientras en los '80 Raúl Alfonsín mantuvo con respirador artificial un Estado con fuerte presencia en todos los sectores económicos, donde para conseguir un teléfono había que esperar años, en los '90 Carlos Menem se fue al extremo de pensar que todo lo público era sinónimo de ineficiencia y así, por ejemplo, destruyó la red ferroviaria y aplicó controversiales privatizaciones.
El kirchnerismo, convencido de que llegó al poder para desempeñar un rol refundador de la Argentina, decidió profundizar un camino fuertemente estatista, que enfrenta la encrucijada de haber sobredimensionado otra vez el Estado en casi todos los órdenes de la economía. Así, sobran los ejemplos de desaguisados que le están costando miles de millones de pesos a la Argentina.
Aerolíneas Argentinas, el Fútbol para Todos, el dinero a manos llenas para machacar el discurso en actos públicos que se multiplican por doquier, y el barril sin fondo para alimentar un sistema de medios destinado más a desinformar que a transparentar la gestión, forma parte de los puntos más débiles de un gobierno republicano.
La apropiación de los fondos de los jubilados en manos de las AFJP -cuyos dueños, los bancos, cometieron el grosero error de creer que podrían cobrar costos estratosféricos eternamente, como lo están haciendo ahora, donde prefieren financiar el consumo en lugar de cumplir un rol más activo dando créditos a la producción- es otro punto que puede volverse oscuro en cuanto haya oportunidad de hacer una auditoría independiente sobre la situación de la ANSeS.
La fabricación de empleo público en forma artificial, el subsidio como herramienta repetida para disimular distorsiones tarifarias, la cristalización del uso de planes sociales ante la incapacidad de las políticas públicas de generar empleo genuino y el uso indiscriminado de fondos públicos, son parte de un mismo problema que la presidenta Cristina Fernández, quien ya está lista para retomar su cargo en la semana, deberá abordar en profundidad.
Mucho deberá trabajar la mandataria para tratar de devolverle a innumerables argentinos el concepto de "cultura del trabajo", que el sistema de planes sociales, indispensable tras la crisis del 2001 pero del cual se abusa en la actualidad, destruyó casi por completo en vastos sectores de la población.
Millones de chicos se crían hoy en la Argentina sin ejemplos en sus hogares de ese concepto de movilidad social ascendente que alguna vez fue motivo de orgullo para el país.
La idea de que el empleo es la forma genuina de progreso social se perdió en millones de chicos que hoy ni estudian ni trabajan, no sólo en la Argentina, sino en el mundo en general. El Gobierno no puede hacerlo todo para revertir esta tendencia que es epidemia en Latinoamérica y gran parte del mundo.
Pero el rumbo elegido parece contribuir poco y nada para tratar de que al menos haya una oportunidad de no perder parte de una generación a la cual parece haberse convencido de que conviene más sobrevivir con uno o varios planes sociales de "papá Estado" que tratar de salir adelante buscando un empleo.
La verdadera dimensión de este cambio cultural en la Argentina, cuyo principal responsable es el kirchnerismo pero que tiene más de un padre, como la falta de ejemplos desde el empresariado, el sindicalismo y muchos otros actores, la podrán dimensionar los historiadores y sociólogos en los próximos años.
Pero el problema se percibe ahora, y no parece haber demasiado tiempo para analizarlo en el largo plazo cuando, como enseñó el genial Keynes, "estaremos todos muertos".
José Calero
NA