La columna de Página/12 de Horacio Verbitsky, fue —desde los primeros días de la presidencia de Néstor Kirchner— la tribuna ideológica que enmarcó a los intelectuales que muchos años después formaron el colectivo Carta Abierta. En las páginas del escriba oficial se fueron demarcando las distintas políticas sociales y jurídicas relacionadas con derechos humanos, seguridad y corrupción empresarial. Hoy, un silencio incómodo se agita en las páginas del diario fundado por Jorge Lanata a tres días de la tragedia ferroviaria más importante de los últimos años.
En su columna, “el Perro” es un can herbívoro, silencia el crujir de las vías de un tren de la empresa TBA que se incrustó en la estación de Once y mató a 51 personas, dejando internadas a más de 700. ¿Por qué Verbistsky no dice una sola palabra en Página/12 sobre la tragedia de TBA? ¿Trata de no ser un estorbo en la peor semana de la presidenta Cristina Fernández y re-editar la lógica de salir por arriba? ¿No entiende la angustiante situación en la que quedaron miles de personas que vuelven todos los días a viajar en el mismo tren? ¿No es Cirigliano el enemigo ideal, como lo fue cuando la tormenta parecía llegar, Clarín?
Las 3.200 palabras no hacen más que deambular en un listado ingenuo de argumentos para dejar bien parada a la ministra Nilda Garré. “Ni uno”, indica en el subtitulo de uno de los apartados. Ni uno de los investigados por el Proyecto X pertenece a “dirigentes sociales”, y analiza un software de la Gendarmería que se utiliza para ingresar y relacionar datos de causas judiciales y de reunión de Inteligencia sobre delitos complejos, terrorismo y narcotráfico; pero no incluye protestas, partidos, dirigentes ni organizaciones sociales o políticas.
Dice Horacio: “La aplicación informática fue donada por Estados Unidos en 2002 y actualizada en 2006. Los servicios de entrecruzamiento de llamadas del Proyecto X fueron requeridos en 242 causas judiciales desde 2007, año en que Gendarmería lo inscribió ante la Dirección Nacional de Protección de Datos Personales.” “Fue donada por Estados Unidos y actualizada en 2006”, dice.
Los amigos de la lucha por Malvinas también están recordados en la nota de Verbitsky. Enlista a IIlia, Alfonsín y CFK en esa clase de dirigentes que han sabido tomar las mejores decisiones para retomar la lucha por las islas. Dedica la mitad de sus argumentos a la discusión —absurda por estos días— del colectivo de 17 periodistas e intelectuales pro kelpers que plantearon una solución alternativa al conflicto.
Horacio, “el Perro”, tiene que interpelarnos. Ellos están discutiendo en pretéritos, pertenecen a otro tiempo y hace muchos años que no huelen el olor a marihuana de un furgón del Sarmiento.
Otro silencio, propio del juego de palabras de Horacio González, hace ruido por estas horas en las redes sociales. “Como todos, vi los hechos de la estación Once por la mañana, los vi mientras me cortaban el pelo en una peluquería. Me pareció primero una transmisión de Orson Welles —aquel célebre ejercicio de simulación de una guerra de los mundos—. No podía creer que estuviera ocurriendo eso. Pero reconocí de inmediato en la propia transmisión los indicios de realidad. El tono del relato, el cartel catastrófico en el lugar inferior de la pantalla, una cámara fija que dejaba adivinarlo todo. No dije que el peluquero interrumpiera su tarea, ni dejó de estar siempre la tevé prendida, ni él ni yo dijimos nada en esa rara escena milenaria que sucede entre la cabellera resignada de uno y las manos entijeretadas de otro.”
En su columna, el director de la Biblioteca Nacional, habla del tiempo de Lucas, de las palabras de los lectores, de lo que significa tragedia y de los medios de comunicación. La información juega a la escondida en la retórica de González, quien una vez le dijo a este periodista que desde su lugar no puede cuestionar al gobierno en público, porque no lo siente y porque no debe.
Nadie se hace responsable, nadie sabe, nadie entiende, todo pasa, porque todo pasa y los Horacios se esconden en sus capacidades de hilvanar frases bien estructuradas, en su metodología de reinterpretar el relato y salirse del medio.
Uno de los Horacios es empleado del estado en la Biblioteca Nacional, el otro, no tiene cartera pero aseguran que es funcionario público. Ambos son tipos capaces que han comprendido que la respuesta del espejo no siempre es la real y han dejado claro que su pelea es contra la dura obsecuencia del tiempo. Tienen su segunda primavera y la defienden, tienen su última primavera.
Rubén Matos
Twitter: @rubenmatos