El ex presidente Carlos Menem, el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy y el entonces juez de la causa AMIA Juan José Galeano deberán afrontar un juicio oral acusados por el encubrimiento del atentado a la mutual judía, en el que murieron 85 personas el 18 de julio de 1994.
Fuentes judiciales informaron a Agencia Noticias Argentinas que el juez federal Ariel Lijo clausuró la instrucción y remitió a juicio oral la causa que también tiene imputados al entonces segundo de la SIDE, Juan Carlos Anchezar; el ex comisario y ex titular de la Policía Metropolitana Jorge Alberto Palacios; y al oficial retirado de la Federal Carlos Castañeda. Todos ellos están acusados de encubrir la denominada "pista siria" en la investigación.
Para el juez, está probado que por medio de su hermano Munir Menem (ya fallecido), el entonces presidente determinó al juez Galeano para que abandonase la pista que conducía hacia el empresario sirio Alberto Jacinto Kanoore Edul y su entorno, entre ellos el ex agregado cultural iraní en la Argentina Mohsen Rabbani. Se trata de la célebre Pista Siria que Tribuna de Periodistas viene sosteniendo a lo largo del tiempo y que los diferentes gobiernos —incluido el de los Kirchner— intentan ocultar.
Haciendo historia
El ex juez Juan José Galeano tuvo por acreditado que tras un llamado que recibió de Munir Menem, ordenó un allanamiento que se iba a realizar el 1 de agosto de 1994 en el domicilio de Constitución 2633, perteneciente al padre del sirio Alberto Jacinto Kanoore Edul, Alberto Kanoore Edul, de donde se pretendía dar con documentación vital para la causa e incluso material explosivo.
Incluso, Galeano —destituido por su mal desempeño en esta causa— incorporó al expediente los falsos motivos de la suspensión de esa medida.
A su vez, desde la SIDE al día siguiente y sin orden escrita del juzgado dejaron de escuchas los teléfonos relativos a Kanoore Edul, y hasta se extraviaron llamativamente escuchas telefónicas.
Lijo consideró que todos ellos quisieron "ocultar, favorecer y entorpecer la investigación que se llevó adelante en la causa 1156 en relación con la denominada en forma indiferente como "pista siria" o "Kanoore Edul".
Según afirmó, utilizaron para ello "mecanismos procesales y extra procesales ilícitos que tuvieron como consecuencia la indeterminación de la verdad material que podría haberse obtenido si se hubiese obrado de modo lícito".
"Esa metodología comenzó a configurarse el 1° de agosto de 1994, y se prolongó hasta que Carlos Menem dejó de ser Presidente de este país a fines del año 1999, oportunidad en la cual el juez instructor comenzó un intento de reactivación, con el impulso de medidas probatorias significativas que, a los efectos de lograr el descubrimiento de la verdad y por encontrarse consumado el objeto de sus decisiones, fue en vano", añadió en una resolución de 134 carillas.
En su resolución, el juez citó la acusación de los fiscales Alberto Nisman y Carlos Cearras quienes acusaron a Menem "como inductor de Galeano, respecto del encubrimiento de Alberto Jacinto Kanoore Edul, toda vez que a través de su investidura determinó, junto a su hermano Munir, al entonces juez federal que investigaba el atentado a la AMIA, a desarticular, retrasar y virtualmente paralizar la investigación que pudiese comprometer a los Edul con el ataque terrorista".
El juez rechazó los argumentos de los abogados de Menem quienes dijeron que no había pruebas contra el ex presidente, y en ese sentido dijo que su "actuación" para encubrir la pista "ha sido esencial".
"Llegué a la conclusión de que existieron elementos para sostener que el 1 de agosto de 1994 comenzó a configurarse la determinante incidencia de Menem en el proceso judicial que dirigía Galeano", afirmó Lijo.
En ese sentido, recordó que fue ese mismo día "cuando el magistrado había ordenado los allanamientos sobre los domicilios de Edul, que el padre de Kanoore Edul visitó la Casa Rosada en búsqueda de auxilio para que el presidente utilice su influencia y logre borrar de la escena del proceso su figura como sujeto implicado", añadió.
El principio era el verbo… sirio
Pocos recuerdan que Carlos Menem viajó a Siria en 1988 para entrevistarse con el dictador Hafezz Al Assad en el marco de la interna justicialista para las elecciones presidenciales argentinas y a efectos de solicitar fondos frescos para su campaña.
Nadie apostaba en esos días a que Menem pudiera ganar las elecciones internas y eso provocaba que este último no pudiera conseguir financistas que apoyaran su candidatura.
Al Assad, presidente de un país que sobrevive gracias al tráfico de drogas producidas en el sur del Líbano, pidió a Menem dos favores: que lavara parte del gran caudal de dinero que producía por la venta de estupefacientes y que le consiguiera tecnología nuclear.
Menem, en ese momento obnubilado por los millones de dólares que estaba recibiendo por parte de Siria, dijo a todo que sí, sin darse cuenta de que estaba sellando un pacto con una de las peores mafias del mundo. Estaba tan feliz que incluso prometió visitar Siria ni bien asumiera como presidente, como primer destino oficial.
Cuando Menem se hizo cargo finalmente del Gobierno en el año 1989, el narcoterrorista Monzer Al Kassar selló con su presencia el pacto que el riojano había acordado con Siria, al tiempo que aplaudía al lado de funcionarios y legisladores de la Nación en el marco del pase de mando presidencial.
Con el poder en sus manos, Menem comenzó a abrir las fronteras a una sospechosa y cuantiosa inmigración siria y colocó a Ibrahim Al Ibrahim —un coronel de Inteligencia de esa nacionalidad íntimamente relacionado con Al Assad— en un alto puesto de la Aduana para permitir el ingreso de valijas con narcodólares tal cual había pedido Siria.
Pero no todo sería color de rosa. Los primeros meses de Gobierno menemista traerían de su mano las decepciones más inesperadas. Por presiones políticas varias, el reactor nuclear prometido a Siria nunca llegaría a destino y las valijas repletas de dólares esperando ser blanqueados serían descubiertas por investigadores españoles. Al mismo tiempo, Menem viajaba a Israel como presidente —enemigo declarado de Siria—, a pesar de lo que había asegurado a Al Assad.
Ante lo sucedido y a pesar de sus elocuentes promesas, Menem sólo atinó a soltar la mano de los sirios para proteger su propia imagen. Al Assad, quien finalmente tuvo que comprar pésima tecnología nuclear a China, estaba furioso. Al Ibrahim había sido procesado y Al Kassar escapaba de Argentina debido al comienzo de un largo proceso por radicación irregular en nuestro país. Era el comienzo de una venganza personal que culminaría con la muerte del hijo de Menem, el 15 de marzo de 1995.
Venganza perseguirás...
El 17 de marzo de 1992 estallaba la Embajada de Israel, mientras el entonces ministro del Interior, José Luis Manzano, recibía un documento de la SIDE que aseguraba que Al Kassar estaba en Buenos Aires y que podría estar relacionado con el atentado.
Manzano sólo atinó a cajonear la carpeta y asegurar —falazmente— que la explosión había sido producto de un coche bomba: una Ford F-100 cargada con Exógeno C-4. Lo único real era el explosivo, la camioneta no existía.
Menem, por su parte, denunció algo insólito: “este atentado me lo hicieron a mí”. Nunca explicó estas palabras y sólo dedicó su esfuerzo a tapar todos los indicios que conducían a los sirios en la investigación.
El tiempo borraría las huellas y la memoria.
La no investigación del atentado a la embajada de Israel envalentonó a los sirios, quienes empezaron a pergeñar un segundo mensaje que culminó el 18 de julio de 1994 cuando explotó la sede de la AMIA.
Otra vez las primeras pistas conducían a Siria y Menem fue más lejos que antes: ordenó que no se investigara a ningún ciudadano sirio y nuevamente habló crípticamente: “Les pido perdón”, aseguró ante el asombro de la gente. Nadie le preguntó por qué había hecho semejante comentario.
Los primeros sospechosos eran sirios y algunos de ellos demostraban tener estrecha confianza con Al Kassar. Pero no debía acusarse a Siria.
El mismo día del atentado a la AMIA, agentes de la CIA y el Mossad –servicios de Inteligencia norteamericano e israelí, respectivamente— dieron letra al Gobierno de Menem para que se inventara la historia de la Traffic-bomba y se acusara a Irán por lo sucedido. Siria era intocable: tenía negocios ocultos con Estados Unidos y traficaba armas con Israel. Irán, en cambio, era el enemigo natural de todos ellos y el mejor chivo expiatorio.
Mientras tanto, la conducción de AMIA y DAIA recibía millonarias sumas de dinero a cambio de no denunciar la desinvestigación del atentado. Todo estaba perfectamente armado.
Finalmente, en el marco de la guerra entre Menem y Duhalde —pelea de poder y drogas— fueron imputados varios policías de la provincia de Buenos Aires como parte de la conexión local del magnicidio. Los mismos policías que hace dos años salieron en libertad por falta de pruebas en su contra.
Concluyendo
Aún cuando parece que el manto de encubrimiento va cayendo de a poco frente al elocuente peso de la evidencia, todavía resta dilucidar el tema de la inexistente Traffic-bomba que sospechosamente la Justicia ha dejado en pie y que está demostrado que nunca existió.
Recordemos que la única testigo de haber visto la dichosa camioneta, Nicolasa Romero, se desdijo ante el Tribunal Federal Oral Nº 3 y confesó que la Policía Federal —para la que trabajaba— le había dado letra para hablar de la Traffic.
Los periodistas que trabajan en Tribuna han aportado suficiente evidencia a la Justicia como para que la verdad salga a flote. No son pruebas las que faltan, sólo voluntad política para avanzar en el camino de la verdad.
Quien quiera ver de qué se trata, solo debe dar una vuelta por la sección especial AMIA del sitio o descargar el libro AMIA, la gran mentira oficial, escrito por los colegas Fernando Paolella y Christian Sanz.
Todo lo que allí se ha escrito es increíblemente revelador, especialmente a la luz del reciente fallo del juez Lijo.
Equipo de Investigación de Tribuna de Periodistas