Hace más de 15 años, junto a Fernando Paolella empezamos a investigar los atentados a la Embajada de Israel y a la mutual judía AMIA. Lo hicimos por separado, ya que aún ninguno de los dos sabía de la existencia del otro.
En el marco de esa investigación nos conocimos y decidimos aunar esfuerzos para llegar a la verdad. Nos prometimos en esos días —no sin desconfianza de poder lograrlo— culminar nuestra indagación en un completo libro que tuviera los detalles que nadie hubiera contado jamás.
Creíamos entonces que las principales evidencias de ambos atentados —especialmente el de la AMIA— estaban muy bien escondidas y que nos costaría muchísimo llegar a desmadejar el ovillo, pero nos equivocamos.
Con el paso del tiempo descubrimos que el mayor escollo para llegar a la verdad no era la falta de pruebas, sino la presión de ciertos grupos de poder para que no se llegara a dilucidar la real trama de este asunto.
Pasaron muchos años entre ese primer día de trabajo junto a Fernando y hoy. Y pasaron muchas cosas también: tuvimos acceso a información privilegiada, nos granjeamos el odio de las autoridades de AMIA y DAIA y hasta tuvimos el tupé de enviar en el año 2003 dos cartas al entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, para que supiera cuál era el verdadero nudo del problema. Esto último provocó que nos llamaran a declarar en la causa AMIA, donde aportamos abundante información y alguna evidencia documental.
Con el paso del tiempo, escribimos más de veinte artículos sobre este tema y fuimos mencionados como dos de los únicos diez periodistas argentinos que investigaron independientemente la causa AMIA.
Al mismo tiempo, nos enemistamos con algunos colegas de diarios de la talla de Clarín y Página/12 que de manera descabellada publicaron información falsa, aún cuando les ofrecimos evidencia de sobra que demostraba que estaban escribiendo una interminable falacia.
Finalmente, compilamos todo nuestro conocimiento en un libro que provocó la furia de propios y ajenos: AMIA, la gran mentira oficial.
Allí se desnuda, no solo la trama que siempre se quiso ocultar —vinculada a la denominada “pista siria”— sino también otras mentiras oficiales que han sido funcionales a los intereses que quieren desviar la atención de este magnicidio.
Durante años, junto a Fernando, hemos peleado contra esos mismos lobbies; también lo hemos hecho contra la imbecilidad de algunos de nuestros colegas, quienes tienen su enorme cuota de responsabilidad por la desinformación publicada oportunamente.
El fallo que hoy suscribió el juez Ariel Lijo, refrenda de alguna manera la investigación que llevamos adelante durante más de 15 años con mi estimado colega. Es, finalmente, una reivindicación que llega tarde, pero llega al fin.