La formación 3772 de la línea Sarmiento, gestionada por la empresa TBA, arribó a la Estación de Once a las 08:33 AM y no frenó. Transportaba en plena hora pico a más de 2000 pasajeros a bordo. Fallecieron 51 personas y más de 703 resultaron heridas.
Los familiares de los 51 muertos de la tragedia de Once han iniciado la travesía de encontrar a los responsables políticos y civiles. Cada una de estas vidas tiene su historia. Cada uno de ellas tenía todavía mucho por hacer. Es indispensable conocerlas, comprenderlas, visualizarlas, darles nombre. Esta es la historia de solo una: Lucas Menghini.
Moscas en rosas (*): “Hoy no hay pilares que sostengan bendiciones o estrategias”
De atrás, de costado, de frente, de arriba y de abajo se escucha música cuando mencionamos a Lucas Menghini Rey. ¿Quién fue ese pibe que murió en la tragedia de Once y que conmovió por lo desesperado de la búsqueda de su cuerpo?
“Mi papá”, dice enojada Paz y apunta al lucero desde su metro de altura. Desde ahí se miran y conversan. El lucero es una estrella que ella suele indicar con la ayuda de sus abuelos. “Agacháte, vení, fíjáte, ahí está el ‘jetejedi’”, impone la nena. “Soy la hija de Lucas”. Tiene cinco años.
Lucas es también el nombre del padre y del hijo, es la foto con el reclamo de justicia y búsqueda de responsables de la tragedia masacre accidente de Once, en la que murieron 51 personas víctimas de la desidia y la inoperancia, en la mañana del 22 de febrero, cuando la formación 3772 del tren Sarmiento entró en la Estación de Once y no frenó.
En la puerta de la heladera de María Luján Rey, su mamá, está pegada la foto de su hijo. Arriba una leyenda dice “Lo amo”, donde antes decía “Lo buscamos”.
“Aunque te duela, sos… igual… Como un perro, una cebra, un chimango, una pantera…”
Esta historia empezó el 21 de mayo de 1991, cuando Paolo Menghini tomó a su hijo recién nacido en brazos con poco más de tres kilos y encontró sus ojos abiertos. “En ese sentido Lucas nació mirando, yo me acuerdo perfectamente cómo giraba la cabeza para todos lados cuando tenía apenas unos minutos de vida, siempre fue un gran observador”, dice Paolo, su papá.
A los dos años se quedaba a dormir en la casa de los abuelos, a los tres, a los cuatro era un nene extrovertido que no tenía problemas de adaptación ni con el barrio ni con el mundo. “Ahora, cuando me cruzan por la calle me dicen ‘Vos sos la mamá de Lucas’, pero siempre fue así, antes de que pasara lo que pasó, desde que el nene era un nene yo era la mamá de Lucas”.
“Chimu” —así le decían— tenía 20 años, 1,70 m de altura, pelo rizado y oscuro, y la ausencia de un bigote ancho que lo había acompañado los últimos tres años.
Y pasa que de repente estas ahí y algo cambia el destino para siempre. A Chimu le pasó en 2007. En agosto nació Paz. Lucas tenía 16 años. Paolo recuerda que lo llamaron un 1º de enero a las dos de la tarde. Salía de Canal 7, en donde es editor periodístico, y lo invitaron a que pase por un bar en el centro de Padua. “Llegué, estaba María Luján y a los pocos minutos veo que Lucas pasa por detrás de su madre y se sienta, agacha la cabeza y se queda en silencio. Estaba blanco de pálido. En ese momento me di cuenta de que me habían llevado a un lugar público para que no hiciera quilombo. Lucas todavía tenía quince años”.
“Mirá papá, no es mi cuerpo, no es mi cabeza. Es el cuerpo y la cabeza de Romi, yo voy a acompañar lo que ella decida”, dicen que dijo. “Y esa fue otra de las enseñanzas que te dejan los hijos. Yo pensaba que me iba a pedir plata para irse a vivir a Jujuy o a Perú, pero no. Ahí me di cuenta de que estábamos criando a un tipo de bien”.
Paolo se reclina en la silla. Estamos a una cuadra del Congreso. Le pregunto qué espera. Me dice que lo que quiere es que los responsables se hagan cargo, que los tipos que no lo buscaron cuando ese era su trabajo expliquen por qué no lo hicieron y que la Justicia haga lo que tiene que hacer.
El Lucas padre no terminó de crecer. Crecían juntos con Paz, aunque estaba preocupadísimo por saber si lo que estaba haciendo estaba bien. Atrás de la casa de María Luján, el último verano estuvo la pileta armada. A Paz no le gustaba que Lucas jugara al tiburón, se ponía las manos como rezando por encima de la cabeza y desde abajo del agua la asustaba. Hay en el aire de la casa de María Lujan cierto oxigeno de alegría.
“Esto no es un gran TEG, ni naciones ni banderas…”
No se puede no hablar de Lucas sin hablar de música, “Su segundo grupo, Chimeneas (también tocaba en Sistemática, otra banda, más rockera), tenía apenas cinco temas colgados del sitio Bandcamp, pero el carisma explosivo y cierto magnetismo un poco mágico que irradiaba, hacía que se hablara cada vez más de sus shows”, se escribió en las páginas de la revista Rolling Stones un mes después de la tragedia de Once.
“Chimu era una máquina de estar todo el tiempo haciendo música, traía cosas nuevas, arreglos distintos, un demente hermoso”, dice Yerman. Yerman es amigo de Lucas, Sistemática era el nombre de la banda en la que tocaban. “Nosotros somos un grupo de amigos que tocamos juntos, pero él era un poco más, tenía la cabeza más avanzada, estaba ansioso, como apurado. Cuando cortábamos los ensayos para salir un rato a joder, él se quedaba adentro de la sala probando otras cosas. Una demencia hermosa”, insiste Yerman, que mira las paredes de la sala en donde ensayaban, relee las frases escritas y sonríe.
“Yo la flasheé con Atahualpa Yupanqui, también; que decía que los ritmos del folclore eran latidos de la tierra. Ahora siento que tengo que hacer algo así, como si fuese la respiración de algo muy grande.” dijo Lucas en una nota. Y flasheó con Atahualpa una tarde en la casa de su abuela, en Morón. Lo descubrió en un documental que pasaban por Canal Encuentro. Vivía —dicen— en experiencia permanente. La música no es otra cosa que la experimentación y había descubierto en Atahualpa una manera de decir.
“La única pérdida grande que tuvo en su vida fue la de su abuelo. Lo perdió a los tres años y medio. Sin embargo, el viejo estuvo muy presente, está muy presente. La trascendencia de la gente no solo tiene que ver con una creencia religiosa, sino por lo que hace en la vida y por el amor que deja. No tiene que ver con una cuestión religiosa, tiene que ver con una cuestión de valores. En el fondo pasa que la incomodidad a veces te impulsa a la creación y a veces te impulsa a juntar plata para comprarte un plasma,” dice Paolo.
Lucas enamoró a una chica que vivía en Canadá. “El pibe le tocaba música, tocaba su guitarra, ponía la cámara, el micrófono y la mina se dormía. Usaba el Skype, charlaban. El decía que estaba enamorado. Chimu hablaba en inglés, un poco fue aprendiendo de hablar el idioma con esta chica”, cuentaYerman en la sala donde ensayaban.
Es de noche y las calles de Padua están vacías. “Lo que pasa es que el chabón era música, por donde lo mires era música. Estaba muy loco últimamente con lo que era música electrónica, ahora estaba con el tema de los sintetizadores, se volvía loco. Y de todo sabía algo, de todo sacaba algo y te dabas cuenta. Yo siempre dije, ‘este chabón algo grande va a ser’. Era detallista al mango. En todo lo que hacía quería que saliera perfecto. Tenía las cosas muy claras.” Yerman es Germán Gullone y toca el bajo, fue el último en hablar con Lucas. Se despidieron a la 01:30 de la mañana del 22 de febrero. Habían tocado hasta la 1 en el corso de Padua. El día siguiente, cerca de las 7:45 AM, Lucas subió al tren para ir a su trabajo.
“Lo miro y no lo entiendo, puedo querer correr…
Mientras no me veas…
Esta no es mi verdad, ni naciones ni banderas…”
La mañana del 22 de febrero, a las 08:33, la formación 3772 del ramal Sarmiento de la empresa gestionada por TBA, del grupo Cirigliano, entró en la Estación Terminal de Once y no frenó. Iba a 20 kilómetros por hora y llevaba alrededor de 2 mil pasajeros. Desde entonces y hasta la tarde del viernes, sus amigos, familiares y conocidos estuvieron abocados a la búsqueda del cuerpo de Lucas que, aparentemente, había desaparecido en registros mal realizados de hospitales. Hasta entonces, no estaba en la morgue, donde sí aparecieron las imágenes de otros cincuenta nombres que tiene esta tragedia.
Paolo y María Lujan tuvieron que hacer el reconocimiento. Vieron pasar 50 rostros sabiendo que en la pantalla de la morgue estaba la peor respuesta. Pero Lucas no estaba. Desde entonces, lo reviven en miles de entrevistas, buscan los responsables, se esfuerzan por creer que la Justica debe ser justa.
Está también la mirada de Paz, los juegos y la mesa en la que guarda los juguetes. Han tenido que empezar de nuevo y trazar la raya que divide lo importante de lo estúpido para entender, por fin, que la paciencia no era tan cruel.
Lucas Menghini, Chimu, chimenea, murió un 22 de febrero aplastado por las vigas hirviendo del tren Sarmiento que chocó contra la estación. Iba durmiendo en “el cubo”, ese espacio entre el tercer y cuarto vagón. Iba con los auriculares puestos y el MP3 en el bolsillo.
Volvió a morir 57 horas después, cuando a las 17 lo encontraron a diez metros de la mirada de todos.
En estos días cumpliría la mayoría de edad.
(*) “Moscas en rosas”, canción que pertenece a Lucas Menghini Rey.
Rubén Matos
Twitter: @rubenmatos