Hugo Chávez logró su reelección en Venezuela aunque su triunfo mostró un país dividido que lo obligará a tomar nota del mensaje de las urnas, al igual que todo el abanico político argentino que siguió de cerca el proceso electoral venezolano.
Si bien la presidenta Cristina Kirchner evitó inmiscuirse directamente en la campaña venezolana, su preferencia por Chávez no tuvo disimulos. En contrapartida, amplios sectores de la oposición argentina vieron con simpatía a la figura de Capriles.
Para unos y otros, significó el plebiscito de un modelo que no es exactamente igual pero tiene muchos puntos en común con el argentino. De hecho, dos de los retos más importantes que tiene Chávez para sus próximos seis años de Gobierno también los afronta la presidenta argentina: la inseguridad y la fractura social que sobrevino a un modelo de conducción personalista.
La elección en Venezuela cayó en momentos en que la protesta contra la Casa Rosada se hizo sentir con fuerza en las últimas semanas en medio de un clamor de sectores del kirchnerismo puro por una nueva reelección presidencial, bajo el argumento de que no hay otro mejor. En la otra vereda, el factor Capriles podría alentar a construcciones políticas más amplias en la oposición argentina.
"Yo le pongo una ficha a Capriles. Aún una derrota por escaso margen habrá demostrado que la unidad de la oposición es necesaria", equiparó esta semana uno de los principales armadores políticos de la oposición que apuesta por la unidad del antikirchnerismo. Mauricio Macri se pronunció abiertamente durante la campaña en apoyo a Capriles. Fue el más enfático pero no el único. Dirigentes aliancistas del radicalismo y del peronismo antikirchnerista también jugaron sus fichas por el retador a Chávez. Precisamente, el partido de Macri busca complejos acuerdos a lo largo y ancho del país para apuntalar su candidatura presidencial.
Esos tanteos tienen su experiencia más importante en la provincia de Buenos Aires, donde cuenta con el guiño de un sector del radicalismo liderado por el intendente Gustavo Posse, que a su vez busca ser la cabeza de un frente que compita el año próximo y lo posicione como candidato a gobernador en 2015. El jefe comunal de San Isidro entiende que el cambio el clima político argentino post cacerolazo requiere de una confluencia opositora para que ese sector de la sociedad no se fragmente en distintas opciones electorales como ocurrió en 2011. La vocación frentista de Posse, generó reacciones adversas en la conducción de la UCR, aunque son pocos los que salieron a descartar esa opción de antemano.
Capriles logró encolumnar en el MUD a la oposición venezolana al triunfar en las primarias realizadas en febrero pasado. Ese es el esquema que proponen Posse y Emilio Monzó, ministro de Gobierno de Macri, para definir candidaturas el año próximo. Si bien se definió de centroizquierda, el postulante de la oposición venezolana aglutinó principalmente a los partidos de centro y centro derecha del país. Incluso aquellos que gobernaron con escaso éxito antes de la aparición de Chávez con su triunfo electoral en 1998: el socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano COPEI. En la otra vereda, Chávez absorbió en su Partido Socialista Unido de Venezuela a la mayoría de las fuerzas de izquierda.
Juan Pablo Crespo, periodista venezolano del diario Panorama de Maracaibo, la segunda ciudad del país, estuvo de visita en la Argentina en la última semana disfrutando del mes de vacaciones que promovió Chávez para todos los trabajadores, pero penando por las restricciones para obtener dólares en su país. Esa mixtura es una de las tantas síntesis que pueden hacerse del modelo chavista y de sus similitudes con el kirchnerismo.
Crespo le contó a este columnista que la fractura social entre partidarios del Gobierno y opositores se palpa en las calles y en las familias, tendencia que también crece en la Argentina entre kirchneristas y antikirchneristas. En sus 14 años en el poder Chávez logró una drástica reducción de los índices de pobreza y de desigualdad. Pero las estadísticas muestran también un persistente problema de inflación, de inseguridad y un retroceso claro en los índices de transparencia gubernamental, lo que está ligado a la corrupción.
Según datos de la CEPAL, la pobreza, que en 1999 rondaba el 47% de la población cayó en 2010 al 27,8%, y la pobreza extrema pasó de 21,7 al 10,7%. Además, la ONU-Hábitat situó a Venezuela como el país de Latinoamérica con menor desigualdad. Pese a esa mejora, se duplicaron las tasas de homicidios de 25 cada 100 mil habitantes en 1999 a al menos 50 en 2011 (aunque algunas ONG calcularon 67 sobre 100 mil), lo que interpela la ecuación menor pobreza-más seguridad. Y la inflación fue la más alta de América latina, un 28,1% el año pasado.
Quizá el mayor encanto político de su revolución haya sido la opción latinoamericanista de sus relaciones exteriores. De hecho, pasó a comprarles a la Argentina y Brasil alimentos, bienes durables e insumos que antes proveía Estados Unidos, en intercambios con fuel oil y gas oil. Promovió la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) con la participación Cuba, impulsó la Unasur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC), abandonó la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y se integró al Mercosur. Ese modelo de construcción política regional seguirá, aunque Chávez ya no cuenta con el poder absoluto en casa.
Gabriel Profiti
NA