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El adiós a mi tío Lorenzo

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LA PÉRDIDA DE MI RUMBO
LA PÉRDIDA DE MI RUMBO

Es imposible definir a la muerte

 

Es imposible definir a la muerte. La idea de no poder dominarla nos lleva a buscar los más increíbles vericuetos para aliviar la angustia de su constante presencia en nuestras vidas. Sabemos que su salto sorpresivo puede llegar en cualquier momento y eso nos provoca un temor inevitable que solemos canalizar a través de creencias como la religión o la vida después de la propia muerte.

El mero pensamiento de que pueda haber una continuidad de esta vida con otra más allá, hace que el ahogo de la finitud se haga menos asfixiante. Son trampas que le hacemos a la rutina cotidiana para no flaquear ante cierta incertidumbre que no podemos concebir. Son métodos que yo mismo usufructúo de vez en cuando para no sentirme deshauciado.

El viernes pasado falleció mi tío Lorenzo, quien sufría una gran agonía desde hace muchos meses. La muerte le ha llegado de manera impiadosa finalmente, aliviando todos sus dolores, pero trasladando esas angustias a quienes lo queríamos. Es egoísta, pero es parte del "ser" humano. Queremos que el otro no sufra más, pero no queremos que se vaya. Es una ecuación imposible...

Mi tío Lorenzo siempre fue un verdadero enigma para mí. Siempre lo vi de esa manera, incluso desde que era pequeño, con el limitado razonamiento de esos días..

Lorenzo ha sido uno de los hombres más inteligentes que he conocido. Desde que yo era chico, me impresionó la claridad de sus ideas y lo sencillo que parecía todo explicado desde su punto de vista. Yo quería ser como él, no había duda alguna.

El tipo siempre fue un visionario en lo que a computación respecta y muchas de sus profecías respecto a lo que sería la informática del futuro se dieron en un 100%. Él fue uno de los primeros en sistematizar procesos que se hacían de forma manual y adaptarlos a procesos de computación. Lo más increíble es que lo hizo en un momento en el que pocos creían que las computadoras serían lo que son hoy.

Siempre recuerdo que fue Lorenzo quien me regaló los libros más interesantes que haya leído. El primero fue una obra sobre economía sumamente didáctico que pronosticaba un crack económico mundial a fines de la década del ’80. Si bien había fallado en dicha profecía, las páginas de esa obra contaban un centenar de gráficas anécdotas que me ayudaron a entender los reales conceptos de la economía.

Más tarde, tuve por parte de mi tío el segundo ejemplar que me marcaría para siempre: Apocalípticos e integrados, un gran libro del brillante Umberto Eco.

Lo primero que me llamó la atención fue que en su tapa tenía un dibujo de Superman, lo cual hizo que subestimara su lectura y recién lo analizara años después. Cuando lo hice no puede detenerme hasta finalizar sus páginas.

Gracias a Lorenzo incorporé el amor por la lectura y una extraña ambición de conocimiento continuo. Fueron días en los que empecé a leer el diario cada mañana.

Lorenzo nunca lo supo, pero en mi adolescencia quise impresionarlo con un proyecto de libro de macroeconomía que nunca terminé. Era una especie de manual que intentaba explicar conceptos económicos a aquellos que no entendían nada de esa materia.

Visto a la distancia, debo admitir que era un muy buen trabajo el que yo había hecho, pero nunca prosperó.

Más tarde supe, también gracias a Lorenzo, que quería ser periodista. Mi hambre de conocimiento era insaciable y la necesidad de investigar ciertos temas se hacían carne en mi persona.

Recién le dije esto a mi tío hace pocas semanas, ya que estábamos distanciados por cuestiones imbéciles que separan generalmente a los seres humanos. Él fue quien dio el primer paso de reencuentro cuando me llamó para saludarme por mi cumpleaños en enero pasado, luego de muchos años de no hablarnos. Y me comentó algo que me sensibilizó profundamente: me dijo que había que volver a unir a la familia, que todos estábamos muy desunidos desde hacía años. Tenía razón... y se lo estaba diciendo a la persona indicada. Yo soy una de las personas más ermitañas de mi propio clan.

Estar con mi familia es un tema bien complicado para mí. Soy una persona realmente desvinculada a todo y hasta suelo jactarme a veces de ello.

Siempre privilegié la ingrata soledad antes que estar con alguien más, sea de mi familia o no. Son formas de ser.

Pero cuando Lorenzo me llamó ese día cambió mi visión de alguna cosas. Le prometí volver a contactarlo para que nos viéramos y habláramos de nuestras vidas, lo cual hice justamente esa semana.

Cuando corté me sentí realmente pleno. Tenía mucho que hablar con él y ese era el primer paso para hacerlo.

Pero pronto llegó el desencanto. A las pocas horas supe, de boca de otro familiar, que Lorenzo tenía una enfermedad mortal y que estaba luchando contra ella.

Eso tiró mi mundo abajo. No pude evitar pensar en lo injusto de la vida, que a veces se ensaña con algunos y da infinitas oportunidades a otros.

No lo entiendo, ni lo voy a entender nunca. Tampoco me interesa hacerlo, ya que no puedo hacer nada para evitarlo.

Sólo me queda la desazón de no haberle dicho a Lorenzo muchas cosas que hubiera querido decirle y la tristeza de no haberlo visto en sus últimos días de lucidez.

Pero también me queda su legado, que intentaré continuar hasta donde más pueda y la promesa que le hice de trabajar duramente para que nuestra familia vuelva a estar unida, como en los viejos tiempos. Lorenzo lo merece. Le debo mi eterna gratitud y eso nunca lo olvidaré. 

Descansá en paz, tío. Te lo merecés después de una vida de tanto trabajo.

 

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