El 8N estuvo lleno de consignas políticas no partidarias: independencia de la Justicia, alternancia, transparencia, libertad. Estas palabras se elevaron en carteles que buscaron afianzar un aprendizaje difícil de asimilar: el desarrollo institucional precede al económico y social.
La sociedad argentina va demostrando de a poco mayor voluntad de ejercer sus derechos políticos y someter a control a sus gobernantes. Claro que la protesta no alcanza y hay un largo trayecto hasta el compromiso ciudadano real y permanente. Aun así, el hecho de que una parte importante del pueblo se movilice por cuestiones institucionales sin estallido social de por medio es importante.
Un sector cada vez más vasto de los argentinos se da cuenta de que hay cosas que no se pueden aceptar por más de que estemos acostumbrados a ellas. No se pueden aceptar la corrupción, el engaño, la soberbia, la ambición desmedida, la mezquindad, el avasallamiento.
Asoma cierta voluntad de cambio, de empezar a pensar a futuro, de sacrificar un poco cada día para no quedarnos sin nada de un día para el otro. Será cuestión de que la experiencia nos siga llevando por el camino democrático, y de que los partidos políticos abran sus puertas para receptar y alentar la participación ciudadana.
Hay en la Argentina un pueblo deseoso de madurar definitivamente como sociedad. Siempre habrá problemas para resolver, desafíos, pero se asciende a una escala superior de madurez cuando se logran reglas de juego estables y principios básicos que no se violan.
Un sector importante del país intenta dar sus primeros pasos en el sentido necesario. El logro de la institucionalidad democrática no es sencillo. Un cacerolazo no produce ningún efecto directo sobre las instituciones. Sin embargo, quizás el tener en mente las cuestiones institucionales ayude a que la protesta abra paso a la participación, el enojo a la confianza y la bronca al sacrificio.
Las cuestiones institucionales son las más influyentes, las que determinan las reglas de juego, las prioridades y la amplitud de los intereses del Estado. Pero son también las más difíciles de abordar. No se resuelven por acción de un gobernante, sino de todo el pueblo. No dependen de un decreto, sino de millones de pequeños sacrificios diarios. No son visibles a simple vista, como el dinero, sino que exigen mayor trabajo mental o abstracción.
El camino es largo. El cacerolazo es apenas un eslabón minúsculo. Queda por ver si este cacerolazo llevará a una nueva decepción y resignación o a un involucramiento más estable.
Rafael Micheletti
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