Siendo que estamos a poco menos de un año de las elecciones legislativas, nos encontramos con que las alternativas opositoras al gobierno no están a la altura de las circunstancias.
Los políticos disidentes no se muestran como una salida viable a un cambio que demanda buena parte de la sociedad y esto solo beneficia al gobierno.
Si repasamos nuestra historia, es evidente que somos propensos a repetir viejas recetas.
¿Cómo podemos pensar que el bipartidismo que tenemos hace décadas puede ser la solución si nos han demostrado en la práctica que lo único que han hecho es hundir más y más al país? Oficialismo y oposición siempre han sido “socios” con el objetivo de prestarse el poder cada cierta cantidad de mandatos.
Por un lado tenemos al peronismo, difícil de comprender desde el punto de vista de que se adecua a las conveniencias del momento, pasando de derecha a izquierda sin siquiera que ningún representante se sonroje. Los radicales actuales, timoratos y tibios, parecería que les falta sangre y habilidad —mas allá de su incapacidad— para contrarrestar los fuertes embates del aparato peronista.
Por último y, por lo menos por el resultado de las últimas elecciones, está el Frente Amplio Progresista, también tibio y funcional al modelo K y el PRO que no sabe exactamente donde pararse basando sus decisiones políticas en las encuestas o en el humor de la gente, es decir, demagogia pura.
Lo que vivimos hoy no es el ejercicio de la política desde el más sentido puro de la palabra, es lisa y llanamente, es la ambición personal de grupos de personas que pretenden vivir de la función pública sin el interés aportarle a la sociedad una mejor calidad de vida.
El 13S y el 8N fueron muestras de que la gente no se siente representada por esos sectores políticos.
Para evitar malos entendidos, antes de profundizar la nota es conveniente que me reconozca liberal a nivel sanguíneo —que no tiene nada que ver con lo vivido con Menem— pero no estoy tratando de vender mi ideología, es más, me veo siempre del lado opositor ya que por instinto no creo en los gobiernos, veo que mis ideales son excelentes no para conseguir vivir del estado sino para ponerle los puntos a los políticos “de turno”, al poder que tiene el estado de avasallar las libertades de las personas y a la corrupción.
Si siempre votamos de la misma forma ¿podemos esperar resultados diferentes? Es obvio que no. No importa si el candidato se muestre capacitado, inteligente y ejecutivo, el sistema actual se lo termina devorando porque éste está inmerso en el mismo desde sus inicios.
Entiendo que lo que planteando en mi artículo, es decir, “los marcos mentales tan arraigados en la sociedad”, son muy difíciles de cambiar pero por otro lado estoy convencido que esa minoría cada vez más numerosa debería plantearse si deberíamos seguir buscando la menos mala de las alternativas ya existentes que han hecho tanto daño al país y plantearse seriamente si dentro de los partidos minoritarios existe una alternativa renovadora de fondo.
Hay países que funcionan muy bien tanto con gobiernos de derecha como de izquierda pero lo fundamental es la coherencia en los actos y los principios de las personas que intervienen. También es muy importante que sepamos que una minoría fuerte es casi tan importante como el oficialismo. Actuar y saber ponerle freno a los deshonestos y malintencionados es fundamental para limitarles el poder de llevarse puesta a la república.
En los últimos tiempos han surgido algunas alternativas de cambio de diversas ideologías políticas. ¿Podemos darle lugar a nuevas generaciones limpias de todos los vicios que se encuentran en el ambiente político? ¿Podremos pensar que haya algo diferente a lo ya vivido? Estoy seguro de que sí, pero para que estos surjan debemos votar desde nuestros valores y no como mencionaba en un párrafo anterior, optando por el mal menor.
Pablo Rodríguez
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